Una estrella que no se apaga

Capítulo IV

—Ya estás en la lista del taller, solo para que sepas —me dijo Joe, mientras colocaba algo en la mesa del comedor estudiantil, lo que supuse era una lata de aluminio —no te lo digo para que vayas a borrarte, ni, nada por el estilo. Por cierto, provecho.

—Gracias —esbocé una sonrisa, acompañada por un suspiro —¿tu ya almorzaste algo?  —le pregunté, pensaba compartirle mi comida.

—Ah, sí. Hoy preparamos mi comida favorita, mi mamá diciéndonos qué hacer, claro —me compartió.

Pero cómo extrañaba la comida de mamá. Nunca me había detenido a pensarlo. Esta pasta ni de chiste tenía algún parecido con las recetas propias de mi madre.

—Eh, de vez en cuando me asusta tu manera de quedarte pensativa —me dijo, pero bromeaba.

—Lo siento, es que soy un poco distraída —no encontré otra cosa que decir —por cierto, ya han pasado dos semanas desde que me dijiste que aprenderías matemáticas, ¿ocupas alguna ayuda?, y espero no te eches para atrás porque yo ya estoy bien anotada en las olimpiadas de noviembre —bromeé.

—La verdad es que estaba esperando tu petición —me dijo convencido.

—Entonces no tendrás ningún problema con comenzar mañana mismo

—Incluso hoy puede ser, quizá podamos en la biblioteca.

—Hoy no puedo —necesitaba seguir escuchando las grabaciones de voz de Lucy y más o menos memorizar las soluciones —mañana seguro que sí. Entonces nos vemos en la biblioteca a las 2 en punto, después de la última clase.

—Así será —noté que se quedó pensativo —oye, y por cierto ¿te gusta leer?

No respondí, ¿era en serio?

—Rosse... —me dijo como murmurando.

—Eh, no, no me gusta —me limité a responder.

—Hubiera jurado que sí. Te quería recomendar mi libro favorito 

—Y, ¿cuál es? —quise saber.

—El que leo siempre, ¿no lo has visto?

—No, que raro —me extrañé, desde luego sarcástica en mi mente.

Y, la verdad es que me encantaba leer. Me quedé pensando por probablemente más de 10 minutos.

—Es hora de ir a clase, ¿no vienes? —me preguntó.

—Sí, claro.