Cap. 1

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—Te he dicho un millón de veces que no deberías estar aquí.

—Te he dicho un millón de veces que no me interesa—, se burló usando un tono de voz más agudo que el del joven, sabiendo que esto lo enojaría.

Bajó de un salto de la rama del árbol en cual había estado colgaba hacía tan solo unos segundos atrás, con asombrosa agilidad y gracia, digna de Osadía. Miró a su los lados, esperando que nadie la hubiera visto, pero ahí estaba él, la había visto y eso le traería problemas.

—¿Sabes que Johanna odia a los holgazanes y tu estabas haciendo exactamente eso?

Mhm... ahora espera a que me importe Johanna.

—Te van a escuchar... —, el pelirrojo susurró entre dientes al ver a su líder de Facción acercarse con mirada seria y postura imponente. Soltó una risa nerviosa seguida de un saludo a su superior.

—Pasan los años y todo sigue igual, por lo que veo.

La morena iba acompañada de un hombre de pelo canoso y prendas de Cordialidad, el padre de la chica; y una mujer más joven que el hombre por algunos años.

Chismoso, pensó ella con rabia.

—Cariño, aprovecha el tiempo, es lo único que no regresa—, dijo Johanna.

—Eso hacía—, contestó con una sonrisa socarrona, cruzando sus brazos sobre su pecho.

—Todo sigue igual que esta mañana. Igual de inútil. De tal palo, tal astilla. Es igual a...—, se calló a sí mismo el hombre, recibiendo una mirada cargada de reproche por parte de la mujer y de Johanna.

—Acompáñame, necesito hablar contigo en mi oficina.

La morena descansó una de sus manos en el hombro de la chica. Ella la apartó fuertemente, con una mueca que expresaba completa apatía y odio hacia ese lugar.

—No.

Reds...—, la llamó su padre por su apellido, de forma amenazante.

Sintió un escalofrío recórrela entera. Y en ese instante la alarma de su reloj de muñeca sonó. Salvada por la campana, literalmente, no pudo evitar sonreír. Alarma la cual la noche anterior había programado para que sonara justo a tiempo para ir a realizar su prueba de aptitud.

—Debo irme—, empezó a caminar hacia atrás, con una sonrisa de superioridad y los brazos abiertos quitándole importancia al asunto—. Será cuando vuelva... o tal vez no.

Y empezó a correr en dirección opuesta a donde estaba hacía unos segundos hablando con las personas que más odiaba en el mundo.

Tomó el autobús una vez fuera de los campos de Cordialidad. El vehículo estaba lleno de jóvenes, algunos ansiosos, otros nerviosos y aquellos que estaban medianamente felices intentaban ocultarlo.

( . . . )

—¿Mis resultados?

—Sí. Tus resultados. ¿Cuáles fueron?—, repitió el pelirrojo con el cual había hablado en la mañana.

—Se supone que no debemos hablar de eso.

—¿Y a ti desde cuándo te importan las reglas?

Desde que mi vida depende de ello. Pensó con fastidio. Bufó, rodando los ojos.

—No te importa.

Fue ahí que el muchacho supo que la conversación había acabado. Ella era así, era casi una tormenta, impredecible y causaba un desastre por donde fuera que pasase. Sin embargo, él sabía que en su interior había un corazón, un corazón digno de Cordialidad o incluso, tal vez, de Abnegación.

No pudo evitar verla. Sus malos modales, su actitud y su personalidad.

Él sabía que ella se iría a otra facción. Lo sabía. Y por eso mismo apreciaba cada minuto en el que ella no actuaba como una completa idiota, altanera y arrogante.

—Pídele una cámara a los de Erudición. Una foto dura más—, soltó de mala gana, desquitándose con su amigo, aunque estuviera enojada con la chica que la había asistido en sus pruebas.

"—Para el mundo: tu recibiste un resultado de Osadía. Cuídate, Hippie". Oh... Ese apodo, era la forma más rápida de hacerla enojar.

—Deja de mirarme, gastas mi cara y claramente no podemos privar al mundo de algo tan magnífico—, sonrió egocéntrica, para luego darle una mordida a su manzana.

Y para muchos era raro que ella, siendo hija de Adam Reds, uno de los hombres más cordiales de toda la facción, fuera todo lo opuesto. Más raro aún era verla sonreír frecuentemente, sabiendo que no lo hacía sinceramente.

Una paradoja.

( . . . )

—Mañana es la Ceremonia y me preguntaba qué escogería mi adorada hija.

Soltó irónico su padre, sentado frente a ella, a su lado la mujer de esa mañana, o mejor dicho, su nueva novia. Estaban cenando, y con suerte esta sería la última vez que compartiría alguna actividad con ellos.

—No lo sé, Adam. Pregúntale tú, si la ves por ahí.

Llevó el último pedazo de comida a su boca, mirándolo fijamente, retándolo. El coraje invadió al hombre, y estrellando el plato aún con comida en la pared detrás de su hija dejó salir su ira: —Mocosa insolente—, la tiró del cabello, tirándola al suelo, le soltó dos puñetazos en el abdomen. Escupió en su dirección para finalmente soltarle una patada en el estómago. Dejándola ahí tirada y su novia sentada aún, concentrada en la comida.

Cuando ambas estuvieron seguras de que el hombre se había ido, soltaron el aire que no sabían que retenían.

—Gracias por tu ayuda.

—No es conveniente para ninguna de las dos.

—Seguro—, soltó sin creerle una palabra.

—Es curioso...

—¿Qué?—, dijo levantándose del suelo, empezando a limpiar los trozos de vidrio, con cuidado de no cortarse.

—Sus apellidos. El de él es Reds, como rojo, uno de los colores de la facción...

—También es el color que toma su cara cuando se enoja—, rieron ante sus palabras.

—Sí... pero, el de tu madre... Era el de su facción de origen.

Black.

—Tal vez sus padres eran amantes del arte... No lo sé. No me interesa. No uso ese apellido desde que ella murió—. Soltó fría.

—Lo sé. Solo quería resaltarlo. Es curioso.

Ajá...

Tiró los vidrios rotos a la basura. Y nuevamente la alarma de su reloj sonó. Esta vez marcando la hora exacta para correr al tren.

—Cuidado.

—Siempre—, dijo a la vez que tomaba una sudadera de color negro que había canjeado con un Abandonado hacía un tiempo.

La puso sobre sus hombros y salió de la casa. Y a pesar del dolor punzante en su cuerpo, corrió hacia el tren como de costumbre.

Hoy más que nunca necesitaba estar sola. Necesitaba pensar, aclarar sus ideas.

-V

Bad Guy || Tobias Eaton (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora