El autobús frena de golpe y el murmullo que suena dentro empieza a hacerse cada vez más grande hasta convertirse en un concierto de agudas voces de niños emocionados. Veo cómo los más pequeños, sentados en las primeras filas del vehículo, se levantan de
sus asientos y cogen sus mochilas, que han dejado en el compartimiento superior. En las filas traseras estamos los de último año, los mayores, y también nos disponemos a coger nuestras cosas para bajar y pisar suelo firme.Las personas a mi alrededor no paran de hablar entre ellas, comentando cómo han pasado los últimos días de curso y las ganas que tienen de que comience el campamento de verano. Muchos de ellos llevan más de medio año esperando este momento, ya que solo en las vacaciones pueden ver a la gente que han conocido a lo largo de los años en este mismo lugar. Verano tras verano hacen las maletas para pasar dos meses enteros en medio del campo, o, como lo llamo yo, el fin del mundo.
Durante el viaje en autobús, he podido comprobar que absolutamente todas las personas de mi edad han venido, por lo menos, algún otro año al campamento, así que yo soy el único nuevo. Genial. Si sumamos este pequeño detalle al hecho de que yo les dije a mis padres en todo momento que no quería que me enviasen a un campamento de verano, llegamos a la conclusión de que estos dos meses van a ser el mismísimo infierno para mi. Ahora voy a tener que pasar mis esperados dos meses de libertad en un sitio que ya odio, con gente que no conozco y que, casi con total seguridad, no me caiga bien. Vaya, lo que cualquier persona desearía.
Cuando bajamos del autobús, las chicas que estaban en la fila detrás de mi corren a saludar a otro grupo de chicas que las estaban esperando. Quizás llegaron ayer o anteayer. Tengo entendido que los niños van llegando a lo largo de tres días al campamento: hoy es el último día de ellos, así que mañana comienzan oficialmente las ocho semanas de sufrimiento. Solo espero que no pasen tan lento como temo que lo van a hacer para poder volver a casa de una vez. Ya quiero que acabe y esto ni siquiera ha empezado.
Pongo los ojos en blanco cuando las chicas comienzan a dar saltitos cogidas de las manos y a gritar como unas locas histéricas. ¿Qué les pasa? ¿Acaso arde el suelo bajo sus pies? Niego con la cabeza y aparto la vista de ellas; ya tengo suficiente ración de niñas pijas emocionadas por hoy. Busco mi equipaje y me apoyo contra un muro cuando lo localizo, esperando a que alguien nos llame para conducirnos a nuestras cabañas.
En seguida aparece un monitor vestido con unos vaqueros cortos, una camisa blanca metida por dentro de estos, y unos calcetines hasta las rodillas, también de color blanco. Lleva un silbato en la mano, el cual hace sonar para que todos lo miremos. Nos muestra una sonrisa enorme, tanto que intimida, y nos habla muy exaltado. En algún momento nos dice su nombre, pero se me olvida al minuto, así que lo buatizo como Sonrisa Emocionada hasta que repita su nombre o alguien me lo diga. No es que me importe mucho.
Con un movimiento de mano nos pide a los chicos que lo sigamos para mostrarnos nuestras respectivas cabañas. Me cuelgo mi mochila al hombro y cojo la maleta, dejando que el resto de chicos me adelante entre risas. Ya están hablando de las actividades a las que se van a apuntar, de las cosas que se tienen que contar, de las cosas que van a hacer en el concurso de talentos, y muchas cosas más. Pongo una sonrisa forzada cuando un chico se disculpa conmigo por pasar corriendo por mi lado y darme sin querer en el hombro. Sin decirme nada más, sigue su camino hasta su grupo de amigos. Lo que decía, ya estoy bastante seguro de que la gente aquí no me va a caer bien.
Me detengo un momento para atarme los cordones de las zapatillas, porque ya están tocando el piso y me podría caer en cualquier momento. Me aseguro de no perder de vista a mi grupo y me los desato. Cuando me los estoy atando de nuevo, se me engancha el dedo en los cordones y tengo que mirar hacia abajo para desengancharlo. Me vuelvo a incorporar y entonces veo el último autobús cargado de niños que llega al campamento. Las verjas se cierran tras él cuando el vehículo frena y las puertas se abren. Los más pequeños son los primeros en salir, seguidos de los mayores.
No sé por qué motivo o fuerza del universo me quedo parado en el sitio, observando a las personas de todas las edades que bajan del autobús, solo sé que ahí estoy, mirando. Contemplo el último grupo de personas que salen y no puedo evitar fijarme en uno de los chicos. Es alto, delgado, con el pelo rizado de color castaño y con una media sonrisa que me llama mucho la atención. Desde mi posición no llego a ver muchos más rasgos de su cara. Habla con algunos chicos que se va encontrando y saluda a otros tantos chocando los puños. Lo veo reírse. Se agarra el cuello de la camisa de cuadros y se la sube de una manera muy pretenciosa. Por favor. Por supuesto se trata de otro imbécil que se cree el mejor del mundo. O, por lo menos, de este campamento.
Se pone a hablar con unas chicas que van cogidos de la mano a saludarle. Vuelvo a poner los ojos en blanco y salgo corriendo detrás de mi grupo, que empieza a alejarse bastante. El monitor nos guía por un camino de tierra que lleva hasta el conjunto de cabañas. Nos paramos en la zona común —un espacio con mesas y bancos de madera que, según nos explica Sonrisa Emocionada, podemos utilizar en el tiempo libre— y nos empieza a repartir por grupos de seis.
—Cabaña 7: Niall, Eric, Luke, Derek, Daniel y Louis —lee nuestros nombres del listado que tiene en la mano.
Los mencionados nos separamos del grupo y nos metemos en nuestra nueva habitación. No hace falta que comente el hecho de que todos mis compañeros se conocen desde hace ocho años y que llevan viniendo a este campamento desde entonces, ¿verdad? De hecho Derek y Daniel son hermanos gemelos. Los chicos no paran de hablar conforme cruzamos la puerta. Por supuesto, yo me quedo el último del grupo, así que, cuando entro, todos han elegido ya su cama.
Me acerco a la única litera que queda libre y dejo mi maleta sobre el colchón. Me ha tocado la cama de abajo, arriba se ha puesto el chico que creo que se llama Niall. Me mira con una sonrisa un poco artificial.
—¿Me puedes ayudar a subir mi maleta a la cama? —me pregunta, paseando la vista del colchón, a mí, a su maleta.
Me encojo de hombros y agarro la maleta de un lateral, él del otro. Entre los dos la subimos y me da las gracias, todavía sonriente.
—Te llamas Louis, ¿verdad? —pregunta.
—Sí —contesto, y él asiente antes de acercarse a Eric (o Luke, la verdad es que no me he fijado bien en quién es quién) para comenzar a hablar.
Efectivamente, me llamo Louis Tomlinson. Tengo 16 años y esta es la primera vez que me alejo de la ciudad para pasar el verano en un campamento en medio de la naturaleza. Según mis padres, "tengo que socializar, hacer amigos y divertirme un poco en esta vida". Tuve que aceptar venir aquí porque era esto o un año de intercambio escolar en Francia, y por eso sí que no paso. Así que aquí estoy; solo en medio de este mar de gente que se conoce desde hace años, obligado a fingir una sonrisa cuando alguien me dirige la palabra.
No es que sea antipático o mala persona. El problema es que me causa bastante ansiedad ser el primero en entablar conversaciones o socializarme, ya que estamos. Siento que las personas se rigen por sus propios y egoístas intereses, y eso me repulsa. Así pues, prefiero encerrarme en mi mundo con mis libros, mi móvil, mi música y mis series en el ordenador.
Ahora no tengo nada de eso conmigo —bueno, quizá dos libros que he conseguido meter en la maleta—, solo dos meses por delante que ya estoy deseando que acaben para poder volver a mi querida normalidad.
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primer capitulo! si encuentran algun error o quieren dar su opinion, no duden en decírmelo,
olivv.
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this is our summer | larry stylinson
RomansaLouis, un chico introvertido, inteligente, torpe y con ansiedad ante las situaciones sociales e interactivas. También es bastante testarudo. Harry, un chico encantador, abierto, sonriente, pero no con la mejor reputación. Muchos chicos y chicas es...