Todos sabían que era especial.
Su nombre lo decía todo.
Era el arte, convertido en un ser humano.
Todos la miraban.
Más no la veían. No de verdad.
Era el dolor, camuflado en una sonrisa convencional.
Oh, Franccesca, ¿sabes de lo que es capaz un espíritu como el tuyo?
Por supuesto, dedicado a ella, a Franccesca, al arte.