Mil veces más

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Mil veces más.

El vacío y la oscuridad deglutieron a Storybrooke. Fue como si el tiempo se paralizará y los palpitantes corazones de los habitantes se detuvieran. Unos segundos. En letargo envolvente apenas podíamos mirar de reojo a quien encontrábamos más cerca. Pude ver a Emma por el rabillo del ojo. Tú, esa pálida mujer que hacía unos momentos era fuego en mis manos y ahora buscaba mis ojos también. Tú que con una sola mirada me indicaste que no te sorprendía la interrupción.

Había en tu mirada un dejo de sabiduría o debería decir mejor anticipación. Tú, tan difícil de comprender, te revelaste para mí como un libro abierto. O al menos un pequeño párrafo de ese incomprensible libro se me apareció de frente como un tren a toda máquina. Tú, Emma, entendías por qué habíamos sido interrumpidos en medio de la madrugada por un dios del inframundo que se reía jocoso de la situación. Tú siempre habías sabido más que el resto de nosotros. Siempre.

Recuerdo cuando te vi por primera vez en Storybrooke después de Camelot. Tu rostro distante me dañó con sólo mirarlo. Tus ojos se clavaron en mí una milésima de segundo y tu mirada me pareció igual a una daga acerada clavándose. Era como si la Emma Swan que yo había conocido y aprendido a comprender se hubiera esfumado. En su lugar, esta otra mujer que se parecía a ti me apartaba como si fuera un estorbo. Dio igual las veces que yo te preguntará sobre lo que sucedió en Camelot o si nos colábamos en tu "casa" a buscar pistas. No había nada, eras hermética. Pálidamente lejana. No es que tenga nada contra el cutis blanco pero es que esa falta de color de tu piel me recordaba a la muerte. ¿Emma, por qué me hacías y me haces sentir ese frío cadavérico cada vez que estás cerca? No podía explicarlo. No quería. Había estado largas horas con el señor oscuro antes. Rumple fue mi maestro, mi mentor y nunca había sentido nada parecido a esa sensación aterradora.

Y fue ese escalofrío recorriendo mi espina la que me hizo rebuscar en las sombras por primera vez una noche de agosto. Recuerdo que volvía a casa después de cenar en lo de la abuelita con Henry. Me bajé del coche y él se adelantó hacia la puerta hablando de no sé qué cosa sobre maldiciones. Ese estremecimiento a lo largo de mi espalda que sentía cerca de la nueva Emma me detuvo. Me giré bruscamente, pero no había más que oscuridad a mí alrededor. Aun así no podía dejar de intentar encontrar a ciegas.

-¿Pasa algo mamá? – la voz de Henry me devolvió a la entrada de mi mansión.

Negué con la cabeza – nada – dije tratando de sacudirme la sensación. Entré a la casa y al cabo de unos minutos me despedí de mi hijo en su habitación deseándole buenas noches.

El resto de la siguiente hora me la pase mirando por la ventana buscándote en el vacío de la noche. Sabía que estabas ahí aunque no pudiera verte, el frío en mi cuerpo me lo advertía. Me deslice en mi cama y solo pude dormir muchas horas más tardes cuando el sol empezaba a colarse en mi habitación. A partir de esa noche y cada una de las siguientes, ese frío que me aterraba me visitaba antes de ir a dormir. Y fui acostumbrándome a él al punto de que ya no me impedía cerrar los ojos. Por supuesto, jamás te preguntaría si eras tú la que lo provocaba, si se sentabas a observarme o a observarnos desde lejos. ¿Preguntarte para que usarás esa risa algo pedante, algo demente y me contestaras con un insulto cubierto de indiferencia? No te lo permitiría. Lo que hice fue preguntar lo mismo que el resto del mundo, no llamar tu atención, especialmente. Tú, por tu parte, actuabas como si yo fuera una maldita molestia cada día desde que regresamos. Y yo comulgaba haciéndolo en parte algo mutuo.

Pero cada noche me volvía a preguntar lo mismo antes de dormir. ¿Por qué Emma Swan pasaba los últimos minutos del día frente a mi casa? Había descartado el móvil de Henry debido a que nada te impedía acercarte a él. Si venías cada noche era por otra cosa. Pero ¿qué cosa era?

La respuesta la obtuve una noche de esas que parecen cualquiera. Excepto porque el calor me hizo mantener mi ventana abierta de par en par. Una noche que comenzó como las demás y terminó como ninguna de las anteriores. Dormitaba cuando sentí un espasmo en mi cuerpo, fuerte y preciso. Todos mis poros gritaban que la helada y lacerante mirada clara de Emma Swan estaba sobre mí. En los primeros segundos, creía que estaba delirando en mi sueño debido a que últimamente me obsesionabas de día, pero por alguna razón esa presencia se hacía cada segundo más intensa a mí alrededor. Y me obligó a abrir los ojos una fracción de segundo. Parpadeé y te vi.

Ahí estabas, contemplándome con una violencia abrumadora. Escudriñándome de pies a cabeza, casi morbosa, con cierta adoración extraña y atemorizante. Parpadeé otra vez para asegurarme que mis retinas no estuvieran mintiéndome. Una conexión neuronal estalló en mi cabeza por ese pensamiento y se transformó en un quejido algo temeroso en mis labios.

-Emma... - se formó en mis labios - ¿qué haces aquí?

Ahora que lo pienso nunca pude responderme el porqué. ¿Por qué de todas las opciones lo primero que dije fue tu nombre? Podría haber gritado, pedido ayuda, podría haber actuado como Regina y haberte puesto en tu sitio. Pero las únicas letras que venían a mi mente fueron las 4 que formaban tu nombre.

Henry apareció por la puerta y se preocupó por tu inapropiada presencia en mi cuarto. Temiendo lo peor preguntó abiertamente si estabas allí por algo que esa nueva maldad tuya estaba planificando. Te recuerdo en silencio, tu mirada agria destrozando nuestra ansiedad de respuesta. Cuando levantaste tu mano y la magia oscura invadió la habitación alejando a nuestro hijo sentí miedo, aunque intente no demostrarlo. ¿Qué era lo que querrías de mí? ¿Qué hacías observándome todos los días desde las sombras de la calle del frente a mi ventana? Poco importó que conocía el secreto de tu hechizo desmemorizante, necesitaba respuestas a otras cuestiones que me parecían mucho más prioritarias ahora.

Entonces, como toda respuesta me besaste. Contrario a cualquier suposición sobre tus intenciones que pudiera formular me cerraste la boca literal y metafóricamente. Me dejaste traspuesta y paralizada con tus labios. Invadiste mi espacio personal en busca de una recompensa por no traspasar otros límites. ¿Otros límites? ¿Qué significaba eso? ¿Acaso...?

Mi espacio personal estaba reducido al apretado agarre de tus manos y ellas me despertaron de mi letargo inducido por tus roces. Cuando me recuperé opuse resistencia más por mí que por ti. Una voz que era mía y que llevaba segundos exigiendo una respuesta distinta al mutismo y la sumisión me chillaba mentalmente que eras la maldita Señorita Swan haciendo algo estúpido. Muy estúpido.

El problema era mi cuerpo. Mi cuerpo me pedía responder, pero no podía rendirme a tu boca así sin más. No sería la reina malvada si lo hiciera. Empujé, empujé otra vez, gruñí como pude una blasfemia en vano. Que idiota de mi parte creer que podría detenerte o detener esas ganas que afloraban a la superficie de mi piel y acallaban la voz de mi cabeza. A poco de intentarlo, mis propios labios me traicionaron abriéndose y dejándote entrar. El resto, gran parte, fue como un conjunto de imágenes aceleradas. Un beso parte caótico, parte lujurioso, mi cuerpo, mi mente, yo por completo dejándome llevar y tú aprovechándote de mí. Te besé con tanta hambre que me impresioné a mí misma. Pasado el primer hito de parálisis general y acabada la capacidad de aguante mis pulmones, tuve que soltarme de ti y gritarte para poder despertar. Vi el halo oscuro de tu magia, quise detenerte sin éxito y como resultado me desplomé sobre la cama sin fuerzas. Los ojos cerrados, el cuerpo sin impulso, pero tu beso latiendo en mis labios. De alguna manera tu magia no había funcionado del todo y yo era consciente de lo que habías hecho. Que hipócrita, de lo que habíamos hecho.

Me pasé el resto de la noche pensando en ti. Buscando una respuesta que no llego con la mañana ni con la visita a tu casa, ni con el intento que hice de decir "lo sé todo" que tan plácidamente habías frustrado. Me sentí tan poco reina, tan poco Regina. Tan poco todo. Me fui pitando desencantada de tu casa, jurándome no caer nunca más en tus delirios. Porque eso eran, delirios de una demente. Debía ser tu magia oscura la que me ataba a ti. No podía haber otra explicación. Era una maldición del señor oscuro para torturarme. Por eso no podía resistirme a que me besaras. A besarte yo. Por eso no podía dejar de pensarte. No había otra explicación.

Pero no. No te dejaría invadirme otra vez. Nunca más. Me lo prometí una y mil veces. Y mil veces más, o no sé cuántas, no cumplí.

Paint it black (Swan Queen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora