Capítulo 2.- El mejor peor plan de la historia

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—Lo siento, papi —le dije en cuanto me descolgó el teléfono. Era la tercera llamada que hacía, pero mi plan estaba en marcha—. Mamá se ha enterado de que me has dicho que estaba aquí Chris Dee. Deberías llamarla y ofrecerle una cena cara o algo, antes de que le dé tiempo a llamarte ella para gritarte.

—La madre que te parió —me regañó.

—Esa, precisamente. Es que es muy lista, papi. ¿Qué quieres que le haga? Haberte enamorado de una más tonta.

—Ya, ya. No te preocupes... Ya tendrás hijos y te devolverán todo esto... —bromeó—. Pero no te des prisa, hasta dentro de treinta años, por lo menos, no hace falta...

—Mis hijos llevarán el apellido Dee —aseguré.

—Creo que es nombre artístico, ¿eh?

—Ya lo hablaré con él. Te cuelgo, llama a mamá.

Bajé hasta el recibidor y esperé escondida entre el ascensor y la escalera. Sabía de sobra que mi madre se iba a atender las llamadas personales a su despacho, así que debía dejarme vía libre en tres, dos, uno...

Sonreí al verla salir de detrás del mostrador y cruzar la puerta de acceso restringido para ir a su despacho. Yo me esforcé mucho por no correr hasta recepción, mi padre no tardaría en darse cuenta de que mi madre no estaba de verdad cabreada. La recepcionista me miró raro cuando entré tras el mostrador, pero no me dijo nada.

—¿Tienes un ibuprofeno? —pregunté, registrando los cajones.

—Pues... no sé.

—Es que me duele muchísimo la cabeza. ¿Puedes mirar dentro? —pedí, señalando la habitación de descanso que tenían al lado.

—Claro.

Esta vez me miró mal, pero se levantó de la silla y entró al cuarto, mientras yo sacaba una de las tarjetas en blanco del cajón. La metí en la máquina para grabarla y que abriese la suite de Chris Dee. Marqué en el ordenador la habitación y eché un vistazo alrededor para asegurarme de que mi madre no volvía.

La chica volvió con la pastilla. Yo me planté delante de la máquina de las tarjetas para que no la viese. Me gustaría poder decir que era la primera vez que hacía aquello, pero no eran así.

—Toma —me dijo, con tono borde.

—¿No tienes agua?

—Sí, en esa nevera. —Señaló detrás de sí.

Mierda.

—¿Me la acercas?

—Tengo mucho trabajo, ¿te cuesta mucho extender el brazo?

—Está bien.

Dejé caer la pastilla al suelo, y me quejé sonoramente. La pobre recepcionista se agachó para coger la pastilla. Y yo saqué la tarjeta para guardármela debajo de la cintura del pantalón.

—¿Qué haces ahí dentro, Cora? —me regañó mi madre, llegando por detrás.

—Intentar tomarme un ibuprofeno, me duele la cabeza, pero se me ha caído...

—Se llama resaca y, seguramente, te la ganaste a pulso. Venga, sal de ahí.

—Sí, señora. —Hice un saludo militar antes de acercarme al ascensor de nuevo.

Mi madre resopló un poco a mi espalda, pero yo la ignoré y pulsé el botón para que me llevase a la planta de debajo de las suites. Entré al cuarto de limpieza de aquella planta, que por las mañanas solían dejar abierto para que pudieran entrar todas las chicas que la necesitasen y cogí un par de toallas.

Casi en sintonía - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora