Capítulo 30.- Un nuevo disco

890 122 13
                                    

—¿Puedes quitármelo? —pregunté a Abram, cuando acabó de coserme la herida del costado, señalándole el tatuaje que también me había curado. Por suerte, decía que había sido una herida limpia, y no había tocado ningún órgano. Si en vez de una navaja hubiera usado un cuchillo, quizá estaría muerta.

—Sí, pero dentro de unas semanas, Cora. Hasta que no se te cure no.

—No quiero verlo —murmuré.

—Lo sé. También puedes tatuarte algo por encima, así se notará menos que quitándotelo.

Miré el tulipán de mi estómago un momento, pero aparté la mirada enseguida, porque me revolvió el estómago. Le había pedido a Chris que llamase a mi padre y él apareció incluso antes que la ambulancia. Se había encargado de que esta me llevase a la clínica de Abram tras sacarme el cuchillo y taponarme la herida. Mi tío se ocupó de todo lo demás. Mi padre llamó a sus compañeros para que detuvieran a Aaron, pero él se quedó conmigo.

Chris e Irene estaban fuera, pero yo había pedido a mi padre que no los dejase pasar. No quería pensar en aquello de momento. Necesitaba un rato más largo para poner en orden mis pensamientos. Esa mañana pensaba que todo iría bien, ahora estaba acojonada.

—¿No vas a decir nada? —pregunté a mi padre, que estaba de brazos cruzados muy cerca de mí, mientras Abram me envolvía en vendas el torso y el costado.

—No, cariño.

Se acercó para darme un beso en el pelo y me acarició un poco las marcas que seguro que tenía en el cuello. No me había atrevido a mirarme, la verdad.

—¿Saldrá de la cárcel?

—Si puedo evitarlo no.

—Quitad esa cara de palo —nos ordenó Abram de golpe, haciendo que ambos le mirásemos—. Como si los intentos de asesinato fueran raros en nuestra vida —bromeó un poco, aunque no lo entendí del todo—. ¿Sabes que naciste durante un secuestro?

—Cállate —le ordenó mi padre, pero Abram no pareció ni un poco impresionado por él.

—¿Un secuestro? —curioseé.

Siempre me habían contado que había nacido en casa, con ayuda de mi tía Lucía, pero había dado por hecho que mi madre no había llegado a tiempo al hospital.

—Sí, pero seguro que tu padre te lo contará otro día —se rio Abram—. Toma, tu nuevo uniforme.

Dejó caer en la camilla una bata de color azul muy claro. Yo lo miré con la nariz arrugada, pero la verdad es que estaba deseando cambiarme de ropa.

—¿Tengo que quedarme?

—Sí, te llevaré a tu habitación y podrás cambiarte, luego dejaremos pasar a tu marido —explicó mi tío.

—¿Os habéis enterado de eso? —Arrugué la nariz.

—Sí, Cora, en esta familia nos enteramos de todo. —Abram se rio de nuevo. La verdad que pareciese tan tranquilo contribuía en gran medida a calmarme a mí—. Estás bien, viva y ese tipo no volverá a acercarte a ti, te lo prometo. Así que sonríe un poco, descansa y te dejaré irte mañana.

Puse los ojos en blanco, pero le seguí hasta una habitación. Me había curado las heridas y me había chutado una droga chula, así que no me dolía nada, pero me apoyé un poco en mi padre para andar, porque las piernas no me respondían del todo.

—Largo —ordenó mi padre a Abram, cuando me llevó a una pequeña habitación individual de su clínica.

—Sí, jefe —se burló él—. Si necesitas más drogas, tienes un teléfono ahí.

Casi en sintonía - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora