Capítulo IV

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Tarde de Olé

El maestro Miguel hace un movimiento algo extraño y todos solo voltean a verlo, no hubo una presentación protocolar ni nada, solo dijo:

- Chavales venga prestad atención tenemos a un nuevo compañero, saluden y continúen los ejercicios.

Yo levante mi mano en forma de saludo - todos respondieron a mi saludo y continuaron. No sé qué pasó pero de inmediato recibí órdenes las cuales comencé a obedecer sin protestar.

- Venga chaval toma esta muleta. el maestro me dio una capa roja.

Esa fue mi primera lección, ya nunca más volvería a llamar tela roja a la muleta y comprendí que debía estar atento para nombrar a cada cosa por su nombre. La tarde fue transcurriendo y yo solo estaba en un punto de la arena como se me indico, estábamos haciendo figuras teatrales que se les llaman pases, primero con la mano derecha, luego pase de pecho, molinete, estatuario, fueron las primeras figuras, desde allí solo veía y aprendía todo lo que fuera posible.

El maestro nos llama al centro de la plaza y ahora nos da una capa de color rosado y amarillo es el capote de brega, es una capa muy pesada y dura, ahora volvemos al punto en la arena que se nos indico, comenzamos a moverlo haciendo pases una y otra vez, la verónica, chicuelinas, gaoneras fueron las que aprendimos, con el capote me siento un poco cansado, con este nuevo ejercicio los brazos me duelen y las manos casi no pueden soportar el peso, pero yo ni protesto, ni digo una sola palabra, me siento como en mi salón de clase en el colegio pero con la diferencia que ya no tengo miedo.

Ya la tarde llega a su ocaso y el maestro nos reúne en círculo entregamos los capotes y ahora nos enseña las banderillas, en un primer momento se ven muy divertidas a la distancia pero después que la tome en mis manos, vi que una punta afilada en forma de flecha, la explicación del maestro fue literal, esta punta rompe la piel del toro y se entierra en el lomo del animal.

Comprendí que esto no era un juego y que debía de ser un hombre prematuro y enfrentar mis miedos, temores pero más aún la sangre. Por un momento sentí algo de rechazo ante aquella explicación pero por otro lado sabía que había abierto la puerta a un nuevo mundo y debía de ser fuerte y adaptarme si quería permanecer.

Al terminar la clase el maestro me llama y pide que camine junto a él, mientras nos dirigimos a guardar los capotes y las muletas con los otros alumnos.

- ¿De dónde eres y donde estudias?

- Vivo un poco cerca pero lejos. -recordé al anciano que me dio por primera vez la dirección para volver a mi casa.

- ¿Cómo así?

- Es que vivo en la calle samaria, por el sector el retiro y estudio en el colegio agustiniano.

- ¿Qué edad tienes?

- 9 años señor.

- Dime Maestro Miguel.

- Está bien Maestro.

- Sonrió - me caes bien chaval y tienes la edad perfecta para iniciar en la lidia.

- Ahora vete, nos vemos la próxima semana.

Salí rápidamente, y tome mi mochila con paso apresurado me dirijo a la parada para tomar el autobús, la sonrisa no se me quitaba de la cara, me siento grande y un poco más fuerte.

Cuando llego a la parada para ir a mi casa recuerdo y vuelvo a mi realidad, en mi mente solo pasa la cara de mi mamá y que le voy a decir si me pregunta que donde estuve, no me dio tiempo de preparar ni discurso, ni excusa estoy en aprietos, ahh... y si está más molesta que de costumbre por la discusión que tuvimos por teléfono. Creo que esto va a ser debut y despedida, ¡creo que se acerca mi final!.

LA HERMANDAD DE LOS TOREROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora