kim hongjoong

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[es mi primera vez escribiendo este tipo de cosas así que espero que os guste]


Hacía un calor especialmente sofocante.

Era un viernes y al mediodía se podía ver un grupo de jóvenes corriendo por las pistas de atletismo, donde se encontraba HaNeul, con su pelo lila revoloteando por su cara y enganchándose a ella por culpa del sudor que le corría por la cara. A su profesor de educación física le había parecido buena idea correr con ese calor. Miró angustiada el pequeño reloj de su muñeca y vio que sólo faltaba un minuto para acabar.

Correr no era su punto fuerte.

― Chicos, chicas, parad, ya es hora. Os podéis ir a cambiar.

HaNeul paró de golpe y se lanzó al suelo, intentando recobrar la respiración. Sentía sus latidos en los oídos y un pequeño cosquilleo le subía por las piernas. Estaba tan agotada que le daba igual sentir cómo pequeñas piedras se clavaban por toda su espalda. Le daba igual todo, sólo tenía ganas de vomitar por el cansancio. Cerró los ojos e intentó controlar su respiración.

― Menos mal que no eres atleta profesional porque te morirías de hambre ―escuchó una voz justo a su lado pero no quiso mirar quién era. No abrió los ojos. No le hacía falta, podía reconocer esa voz en cualquier lugar.

― Tú tan agradable como siempre, HaNa.

― Mi segundo nombres es Simpatía.

― Llama a la fábrica del Humor, hace falta que te repartan algo de él. ―HaNeul adoraba a su amiga pero no podía aguantarla en aquellos momentos. Sentía que se iba a desvanecer en cualquier momento.

― Yo te traía una botella de agua pero mejor se la doy a las plantas. ―HaNeul se levantó corriendo y le cogió la botella de agua. Se tambaleó un poco a causa del mareo.

HaNa se la quedó mirando. Aunque fuera siempre sarcástica y nunca mostrara cariño, adoraba a HaNeul y sabía lo mal que le sentaba correr con aquellas condiciones. HaNeul no era la mejor en deportes y su resistencia era casi inexistente pero aún así, no era humano hacer ejercicio con ese calor. Podía ver cómo su amiga iba palideciendo por momentos

Se acercó a la pequeña de pelo lila fantasía y le rodeó los hombros.

― Mejor vete a cambiar, no vaya a ser que te desmayes y te tengan que socorrer con esas pintas.

― No sabes cuánto te quiero, HaNa.

No hablaron más hasta llegar al vestuario.

Justo en la puerta del sitio había apoyada una persona.

HaNeul quiso que la tierra la consumiera. No podía ser él. No quería que fuera él.

No pudo evitar mirarlo y sentir su pulso alterándose más aún.

Él la miró.

Su estómago empezó a llenarse de mariposas.

Le guiñó el ojo.

HaNeul sintió cómo todo se paraba.

HongJoong siempre paraba el mundo de ella.

Entró corriendo en el vestuario, sin contestar a HaNa diciéndole que la esperaba fuera. Cuando salió, él ya no estaba pero aún sentía su cara sonrosada.

― Te ha guiñado ―le dijo HaNa con una sonrisa pícara.

― Cállate y acompáñame dentro, necesito unos libros. ―no podía dejar de repetir ese momento una y otra vez en su cabeza.

HaNa no le contestó, sólo sonrió. Una sonrisa cómplice se formaba en su rostro.

HaNeul se acordaba el primer día en que conoció a HongJoong. Ya era primavera y las flores del cerezo nacían. Por el instituto ya había corrido la voz que había venido un chico nuevo. No por el hecho de ser nuevo, si no porque era extremadamente atractivo. Todas las chicas lo miraban por los pasillos, hasta habían ido a la clase donde le habían asignado. HaNeul no lo vio correcto, sintió que era acosar a alguien innecesariamente.

Un día, distraída por los pasillos, se chocó con él, haciendo que se le cayeran todos los libros que llevaba en la mano. Los dos se agacharon para recogerlos. Cuando HaNeul alzó la vista para darle las gracias y pedirle perdón, sintió que todo se paraba. Que nada más, aparte de ellos dos, existía.

Se perdió en sus ojos y nunca encontró la salida.

Esa escena también la repetía cada noche.

Dobló la esquina y paró en seco.

Ahí estaba HongJoong. En su taquilla. Con un ramo de sus flores favoritas.

Le empezaron a temblar las piernas. Sintió un pequeño empujón y se giró, viendo a HaNa sonreír y hacerle gestos con las manos para que fuera con él. Pero por mucho que quisiera moverse, no podía. Sus piernas no respondían y si lo hacían, sentía que caería al suelo.

Él se dio cuenta de su presencia y la miró.

No era una mirada común, simple.

Era una mirada llena de vida, de emociones, de ternura. Sus ojos brillaban cuando veía a HaNeul porque aunque ella no lo supiera, HongJoong también se perdió en los ojos almendras de HaNeul. No encontró la salida. Tampoco lo había intentado.

Él se acercó lentamente a ella.

― Siempre tienes tulipanes dibujados por todas tus hojas, así que pensé que te gustaría más un ramo de ellos que de cualquier otra flor. ―HaNeul no sabía qué decir, estaba paralizada― HaNeul, no se me dan bien estas cosas, seré directo: me gustas, me encantas. Desde que tuvimos aquel pequeño accidente, no puedo quitar de mi mente tus ojos vivos y tu sonrisa. Te quiero.

Te quiero. Te quiero.

No podía dejar de repetir esas palabras.

Sonrió. Sonrió como nunca antes lo había hecho y sintió que todo se relajaba.

― Yo también te quiero, HongJoong.

Las manos de él se pusieron en sus mejillas, que ardían. Las acarició suavemente antes de unir sus frentes y quedarse así durante un rato.

Se perdieron los dos juntos en un océano infinito, sin salida.

𝐀𝐓𝐄𝐄𝐙 𝐈𝐌𝐀𝐆𝐈𝐍𝐀𝐒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora