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Brienne le cogió la mano y la apartó suavemente de su rostro, pero sin soltarla durante un breve instante en que sus miradas lo dijeron todo. Entonces ambos se separaron, ella salió al encuentro de Podrick que ya estaba de camino a las puertas de la fortaleza y él tenía que ver a Tyrion antes de enfrentarse a la llegada de la larga noche.

-¡Nos vemos en la puerta oeste!-Gritó Jaime. El silencio se había llenado de toda clase de sonidos previos a la batalla y de repente la adrenalina lo metió de lleno en el ambiente agitado que se estaba formando en Invernalia.

Cuando llegó a las criptas, Tyrion estaba a las puertas ayudando a las mujeres y a los niños a entrar. Jaime se puso frente a él ayudando también.

-¡Hermano! ¡Qué agradable sorpresa!

-Tyrion.-Jaime sonaba muy preocupado en contraste con la euforia irónica con que el menor lo había saludado.

-Pateadles el culo a esos bastardos, ahora tienes un motivo.-Jaime lo miró interrogante.-Todos hemos visto cómo te mira, ser la primera mujer armada caballero es emocionante, pero seguro que está deseando que le vuelvas a pedir que se arrodille en ocasiones futuras.

-Tyrion,-Jaime sabía que su hermano tenía miedo y que la ironía y el humor eran su mecanismo de defensa, pero aquello podía ser una despedida y quería que se lo tomara en serio. Tyrion lo leyó en su mirada y dejó las chanzas.-cuídate.

-Tú también.-Se abrazaron y, cuando Jaime se separó, Tyrion añadió.-En serio, por ella.

Jaime asintió y se dirigió al punto de encuentro donde Brienne ya estaba comandando su batallón.

El frío cortaba la respiración, mezclado con la expectativa de la mayor guerra jamás vista. Tras varios minutos de espera el silencio volvió a reinar. A lo lejos creían discernir movimiento, pero no podrían decir si se trataba de los no muertos o la vegetación moviéndose al viento. Brienne no parecía alterada, miraba al frente con gesto tenaz, con la mano derecha sujetando la espada y la izquierda en las riendas del caballo. Había aprendido a aprovechar el miedo, usarlo en su favor, y por eso parecía no tenerlo en absoluto. De pronto vieron las hoces de los dothraki prenderse fuego y cómo éstos se lanzaron al galope hacia la oscuridad. Observaron durante un rato cómo los diminutos puntos de luz se iban desvaneciendo poco a poco hasta desaparecer por completo. En ese momento Brienne miró a Podrick y a Jaime un segundo, como si el instinto la hubiera llevado a comprobar que seguían allí. Cuando volvió a mirar al frente vio una multitud de caballos llegando hacia ellos, al principio pensó que eran caminantes, hasta que reconoció a Jorah.

No les había dado tiempo a asimilar lo que aquello significaba cuando un frío gélido los envolvió. Era un frío distinto, pesado, que congelaba el espíritu. A los pocos segundos se oyó un estruendo: los muertos entrando en batalla y los inmaculados tratando de contenerlos. El plan era esperar, esperar a que los inmaculados no pudieran más y los muertos atravesaran las trincheras que rodeaban la fortaleza. Al cabo de unos minutos la espera se les antojaba agónica, cuando la mitad de los inmaculados habían caído Brienne no pudo esperar más. Se adelantó unos pasos en su caballo y trotó ante la mirada de sus guerreros, recorriendo todo el largo de su batallón, mirándolos a los ojos. La vanguardia estaba compuesta de abanderados de los Stark, pero 3 filas más atrás comenzó a ver norteños sin más entrenamiento que el que habían recibido durante el último mes por parte de Brienne y Jaime. Sabía que muchos morirían defendiendo su hogar y se le formó un nudo en la garganta, pero no podía dejar que esos pensamientos la dominaran o no tendrían ni una oportunidad. Finalmente se dio la vuelta y galopó en dirección a la batalla, emitiendo un grito sordo para que la siguieran. Cuando se fue a dar cuenta Jaime galopaba a su lado.

En pocos segundos Brienne había derribado a media docena de muertos. Era una sensación diferente a la de matar a los vivos. Las espadas emitían sonidos secos al cortar los polvorientos huesos. La brutalidad con que atacaban también era distinta, la mayoría no estaban armados y se lanzaban al cuello de los norteños como pirañas; sin haber terminado de quitarse a uno de encima ya se podía sentir a otro agarrándote una pierna, un brazo o lo que alcanzara. Los caballos estaban completamente aterrados y sucumbieron en seguida. Cuando Brienne cayó del suyo vio que Jaime estaba en el suelo, prácticamente sepultado. El frío desapareció, no del aire, pero sí de sus cuerpos. Brienne sentía el sudor bajo la armadura, frío al principio, después ardiente. Exhalando un rugido feroz apartó a los espectros de un golpe y agarró a Jaime por el brazo derecho para levantarlo. Sin pararse ni un instante ambos siguieron luchando.

FUCK LOYALTYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora