Magnus Bane siempre tuvo una vida perfecta. Era feliz. Estudiaba en la preparatoria más prestigiosa de todo Nueva York y gozaba de despilfarrar el dinero a diestra y siniestra, pero un error de su padre le haría aprender una nueva lección, le mostra...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
-Padre –musitó girándose lentamente mientras abría sus ojos.
Y allí estaba. En un elegante traje negro, una camisa de punto color azul que resaltaba los ojos del mismo color que los de su hijo. Perfectamente peinado y arreglado. Robert Lightwood, que miraba a su hijo con tristeza.
-Mi niño, cuanto te he...
-No –interrumpió Alec frunciendo el ceño mientras se cruzaba de brazos–. Debo irme.
- ¿Por qué estás aquí entonces? –Inquirió curioso y verdaderamente sorprendido–. Sabes que puedes encontrarme aquí, pero nunca habías venido, ¿Por qué...?
-No fue por ti –interrumpió el chico con brusquedad–. Tenía que venir a ver a un chico.
El rostro de Robert se endureció y el hombre se cruzó de brazos mientras miraba con seriedad a su hijo.
- ¿Estás saliendo con alguien de aquí?
-No, pero tenía que arreglar un asunto aquí.
-Alexander, sé que tanto Isabelle como tú se han estado juntando con personas que no deben, espero que no hayas venido a buscar problemas o tendré que...
- ¿Qué? ¿Hacer lo que hiciste la última vez? ¿Llevarnos a un reclusorio a Isabelle y a mí por algo que no hicimos? ¿Esconder a tu hijo por miedo a que todos sepan que es homosexual? –Alec rió con amargura y negó–. Ya no somos unos niños. Ni tu problema, padre –el chico se giró bruscamente y tragó grueso sin ver a su padre–. ¿Cómo está mamá? ¿Y Max? –Inquirió curioso.
-Mejor sin ustedes –respondió Robert con crueldad.
Alec sintió aquellas como un puñal en su corazón pero asintió.
-Bien... seguirán así, no tienes por qué preocuparte –espetó con frialdad antes de retirarse rápidamente de aquel lugar para luego marcharse de allí.
