Magnus Bane siempre tuvo una vida perfecta. Era feliz. Estudiaba en la preparatoria más prestigiosa de todo Nueva York y gozaba de despilfarrar el dinero a diestra y siniestra, pero un error de su padre le haría aprender una nueva lección, le mostra...
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Ya habían pasado dos semanas y como los doctores lo habían pronosticado, Magnus había sido dado de alta y aunque debía estar en su casa reposando, el moreno se negaba a hacerlo. Su padre había insistido en que debía permanecer recostado, pero no, el moreno se negaba a eso. Había tenido que seguir yendo al instituto, faltaban sólo dos semanas para la graduación, Magnus temía que Alec se la perdiera, aunque los profesores, entendiendo perfectamente la situación del ojiazul, habían accedido a que se graduara, después de todo siempre había sido un excelente alumno. Un excelente alumno que había pasado por una situación lamentable, así que por más que Alec no pudiera asistir a la graduación, se le concedería el título como bachiller.
Todos los días después de salir del instituto, Magnus se dirigía hacia el hospital y allí se quedaba con Alec hasta que el horario de visitas terminaba. Isabelle y Jace se habían turnado para estar con su hermano en las noches. A los hermanos Lightwood se les veía completamente agotados, con enormes ojeras y rostros tristes... y a Magnus...
Para Magnus el mundo acabaría si Alec no despertaba.
El chico le hablaba a su novio todo el tiempo, le decía lo mucho que lo amaba, que lo necesitaba, que lo esperaría toda la eternidad si fuera necesario, pero aparte de una respiración dificultosa, Alec no mostraba señal de vida y Magnus comenzaba a preocuparse.
-Ey, es hora de irnos –musitó Raphael, quién se encargaba de cuidar a Magnus mientras que este cuidaba a su novio.
Tanto Ragnor como Raphael y Catarina habían estado incondicionalmente para el moreno, aunque era Raphael aquel que se quedaba todas las noches en la casa de Magnus para hacerle compañía mientras que el padre de este trabajaba.
