Un Nuevo Título

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Izō trataba de orientarse, mientras que aquella fuerza extraordinaria poco a poco iba abandonando su mano; había sido extraño y sorprendente, fue como si tuviera el filo de su sable en su propia mano. Un poder concentrado que le había sido difícil controlar. De no haber trabajado el zen con su katana, seguro le hubiese sido difícil controlar aquella fuerza. había sido realmente increíble. Se preguntó cómo aquello fue posible y entonces recordó algo que le había contado su maestro cuando le habló sobre cada una de las doce casas.

*RECUERDO*

—El décimo guardián, Capricornio—explicaba aquella vez su sensei—está representada por un ser mitad cabra, mitad pez—Izō, había abierto muchísimo los ojos—así es, cuando Tifón¹ fue enviado acabar con todos los dioses del Olimpo, el dios Pan, que era un sátiro (mitad cabra, mitad humano) para escapar, trató de convertirse en pez, pero sólo logró convertir en este animal la mitad de su cuerpo; cuando salió del río, vio a Tifón a punto de matar al Dios Padre que ya se encontraba desmembrado y para evitarlo lanzó un agudo grito que logró desconcentrar al monstruo y dio oportunidad a Hermes de devolverle sus miembros a Zeus y en compensación le inmortalizó en dicha constelación.²

«Al igual que el Dios Pan mostró su lealtad para con Zeus, siendo el único que lo ayudó, aun cuando pudo no hacerlo, los santos regidos bajo la constelación de Capricornio se caracterizan por su gran lealtad para con la diosa Athenea y eso hace que sean dignos de un regalo muy especial por parte de ella».

—¿En serio? ¿De qué se trata? ¿Cuál es su regalo? —preguntó el pequeño, intrigado.

—La espada más poderosa jamás forjada, Excalibur.

«Excalibur, es entregada por la propia Athenea a su santo más leal, pero no sólo se tiene que ser leal a su persona, sino también a su causa, sí no, más de un santo la obtendría. Desde la era del mito, ha sido entregada al santo que cumpla con esta característica y al que la diosa considere merecedor de portarla. Por supuesto, la espada no ha pertenecido exclusivamente a Capricornio, pero sí es más común que sean los caballeros de esta constelación los que la porten; tampoco ha sido entregada a todas las generaciones, pueden pasar incluso siglos sin que ésta aparezca».

*FIN DEL RECUERDO*

¿Será posible que haya recibido Excalibur aún sin ser santo? Se preguntó el joven guerrero, mirando fijamente su mano. Aquello sería increíble, de pronto sintió algo cálido en su interior que lo llenó de mucha emoción, casi estaba seguro que aquello era la espada legendaria, Excalibur. Se sintió halagado y aún más comprometido con la causa de su diosa, pues él todavía no se sentía merecedor de tan noble regalo.

—Eso fue asombroso—la voz de una joven lo sacó de sus pensamientos—un gran trabajo, aunque me doy cuenta que no eres normal.

Izo, miró en dirección de la joven que habían encontrado en la cueva, que estaba cómodamente recargada en un árbol a unos cuantos metros de donde él estaba. Se había olvidado por completo de ella; se preguntó cómo es qué seguía ahí y no parecía asustada, ni sorprendida, más bien estaba emocionada, eso llamó su atención y de inmediato se puso en posición de ataque, esa muchacha no era para nada normal.

—¿Qué pasa guerrero? ¿Por qué me ves así? —dijo con voz inocente y una mirada cargada de diversión.

Una sonrisa que hizo estremecer a Izō, surcó los labios de la joven, había sido demasiado ingenuo al pasar desapercibido algo tan obvio, ¿cómo es que no habían sospechado de una joven saliendo de una cueva, dónde ella misma había mencionado habitaba un yōkai? El error era imperdonable, y por experiencia sabía que le costaría caro, pero lucharía hasta el final, eso lo podía asegurar.

—No pensarás atacarme, ¿o sí? —extendió su mano y un fino hilo salió de ella, tomó a su sensei y lo trajo consigo para ponerlo como escudo, el maestro parecía estar seminconsciente—, no querrás hacerle más daño, ¿verdad?

No, no podía hacer nada teniendo a su maestro entre ambos como defensa, no se sentía capaz de atacar pues sabía cuál sería el resultado, pero no podía darse por vencido, no ahora que, sí de verdad en su poder tenía a Excalibur, eso significaba que Athenea confiaba en él, debía hacer algo. La voz de su maestro resonó en su mente.

—No te preocupes por mí, Izō. Excalibur te ha sido entregada, sin duda, estás destinado a portar la armadura que he elegido para ti, esta será tu prueba final. Debes hacer lo correcto, recuerda cuál es tu deber. Después, derriba la cueva.

—Se-sensei—murmuró. No estaba seguro de que aquellas palabras hayan sido realmente de su maestro, se habían escuchado tan nítidas, pero no sabía sí aquello había sido obra del Amanujaku.

—No debes dudar, Izō, yu, valor, Jin, compasión, en mí ya no tienes que pensar, estoy listo para partir, siempre lo he estado y es mejor morir por tu mano, que por el de esta criatura, estoy orgulloso de ti, sé que serás un gran santo de Atenea.

Izō, entendió lo que su maestro quiso decirle, bajó los brazos por un momento, no estaba preparado para algo así, pero como su maestro lo dijo, no había lugar para dudar, tenía que actuar; como se le había enseñado, reprimió cualquier tipo de sentimiento. No estaba en posición de ataque, lo que hizo sonreír al yōkai, que creyó que era la señal de que el guerrero se rendía, estaba segura de su victoria.

—Muy bien, guerrero—Extendió su mano, con la intención de envolver a Izō dentro de su telaraña—. Será un verdadero placer comerme a alguien tan fuerte como tú—dijo con una sonrisa maliciosa en los labios mientras lo miraba fijamente.

La telaraña, comenzó a envolverlo, rápidamente e Izō comenzó a concentrar su cosmos en su brazo, aún no estaba seguro de como invocar el poder de Excalibur, pero ya tendría más tiempo de practicar. Volvió a sentir aquel poder recorrer su brazo y se deshizo de la tela de un movimiento rápido de su brazo. La criatura se había equivocado sí creyó que había ganado. Le pidió perdón a su maestro e hizo el primer movimiento.

—¡Excalibur! —exclamó, la afilada hoja cortó todo lo que encontró a su pasa, silbando al rasgar el aire que atravesaba, la  amanujaku de un salto, logró esquivar el ataque, pero no tan rápido como para que éste no alcanzara a Yamato.

—Maldito, te atreviste atacarme, aún a costa de la vida de tu maestro—la yōkai estaba sorprendida viendo el cuerpo sin vida que sostenía en sus manos—. Tal vez te subestimé, no volveré a cometer ese error.

—Soy un guerrero con una meta que cumplir y tú no te interpondrás en mi camino—le respondió sin expresión visible en su rostro, sonando lo más sereno que pudo, aquella criatura no iba a ser testigo de su sentir al ser quién le dio muerte a su maestro y la rabia que en ese momento lo carcomía, en memoria de las enseñanzas de su sensei, tenía que mantener todas sus emociones en completo control.

El yōkai soltó a Yamato y ante los ojos de Izō, reveló su verdadera apariencia. La chica se fue deformando y poco a poco ocho enormes patas salieron de su cuerpo, así como unos ojos rojos enormes en forma de panal, dándole una apariencia aterradora. Finalmente, el arácnido había aparecido. Amanujaku, el último de aquellas criaturas que habían robado la calma de todos en el pueblo y eran los responsables de la muerte de su maestro.

El arácnido a una velocidad impresionante se abalanzó sobre Izō, quien ya estaba alerta para recibir el ataque; fue embestido con fuerza a pesar de todo, cayó al suelo de un gran golpe. Una nueva arremetida del arácnido se producía, apenas dejándolo tiempo para ponerse en pie. Logró esquivarla esta vez. La araña comenzó a lanzar su telaraña, siendo rechazada una y otra vez por el afilado brazo de Izō.

El yokai se movía de un lado a otro a una gran velocidad, siendo seguida por Izō, que seguía rechazando las telarañas del demonio. En un cambio de táctica, la yokai, se dispuso a volver a embestir a Izō, que era justo lo que estaba esperando para tener su oportunidad de contraataque, realizó el mismo movimiento que el arácnido, con una velocidad mayor, golpeando a su oponente.

—¡Jumping Stone!

Dio una fuerte patada al yōkai, arrastrándolo varios metros hacia atrás, dejándolo aturdido. Esa era su oportunidad de acabar con aquel ser maligno que nunca debió ver la luz, la victoria estaba asegurada. Volvió hacer gala de su velocidad y se dispuso a darle el golpe final. Elevó su brazo e invocó su poderosa espada, en su mano, se proyectó una katana que cortó todo a su paso.

—¡Excalibur!

El ataque fue certero, partió en dos a la enorme bestia. La lluvia cesó en el acto, todo había acabado. Un arcoíris adornó el cielo, pero no tuvo el ánimo de apreciarlo, el niño ya no existía. Izō estaba por dejarse caer, cuando vio la figura de su maestro en el suelo y recordó su última instrucción «destruye la cueva». Apartó de sí las ganas de llorar, además de ser un sentimiento que como bushi debía guardar en lo más profundo de su corazón, su maestro no le perdonaría que estuviera triste por él. Siempre se esforzó por su bienestar y hasta el último minuto, vio por él.

Con paso lento y resignado, se dirigió a la cueva, volvió hacer uso de Excalibur y vio como las rocas caían, algunas arañas de tamaño medio salieron y procedió a eliminarlas. Una vez hubo concluido con esa tarea, algo brillante en medio del montón de rocas llamó su atención. Subió hasta llegar aquel objeto y quedó sorprendido, ante él estaba la armadura de Capricornio. Sonrió sin ganas y la puso en sus hombros, se giró y se dispuso a regresar al pueblo.

En el camino, recogió su katana, ya no la necesitaría, tal vez, pero era algo que sin duda quería conservar, fue uno de los regalos más preciados que Yamato le había hecho, jamás se desprendería de ella. Y
También cargó el cuerpo de su maestro, le quería dar una sepultura honorable, tal y como se la merecía.

Mientras cruzaba las calles, los pobladores lo ovacionaban, pues reconocían en él a su salvador. Era el héroe de chicos y grandes, pero aquello no le importó, siguió avanzando hasta el que, hasta entonces, había sido su hogar. Después de ese día, no sabía qué hacer. Quedarse un tiempo o reportarse al Santuario en Grecia, como santo de Capricornio. Era algo que tenía que decidir.

Se sirvió una taza de té y se dio cuenta de lo vacío que se sentía sin aquellas charlas llenas de información relevante para su formación, ya fuera como santo o como bushi. Su maestro ya no estaba, no había más lecciones, le tocaba aprender sin palabras previas. «La vida es una constante de enseñanzas, Izō, siempre debes estar abierto para aprender todo aquello que ésta está dispuesta a mostrarte». Terminó su té y salió al patio a cumplir su último deber como alumno.

Una vez concluyó de sepultar a su maestro y dedicarle algunas oraciones, se sentó al pórtico de la casa contemplando a la nada, aún no tomaba una decisión sobre su futuro, no estaba seguro de estar preparado para presentarse en el Santuario, aunque sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo, ya fuera por voluntad propia o porque fueran a buscarlo.

Había esperado casi toda su vida y había puesto todo su empeño en conseguir esa armadura y ahora que la tenía, no sentía la emoción que creyó sentiría, el precio para obtenerla había sido demasiado elevado, la vida de su maestro, «estoy orgulloso de ti», esas habían sido sus últimas palabras. Portaría con orgullo su armadura y siempre sería fiel a Athenea y a las enseñanzas de su maestro, se dijo.

El hilo de sus pensamientos fue cortado por unos pasos a su espalda, de inmediato se dio la vuelta en posición de ataque. Estaba cansado, pero no dudaría en atacar, pero se frenó a tiempo cuando el intruso habló.

—Oye, tranquilo. Vengo en son de paz—un chico con una armadura dorada le sonreía levemente y elevaba sus brazos en son de paz.

Izō se relajó, pero no dijo ni una palabra a su inesperado invitado, aquel joven se le hacía vagamente familiar y sin duda, era un santo dorado como él, algo obvio, dado que portaba una armadura.

Ambos se vieron por largos instantes en un silencio incómodo, sin saber cómo romperlo. El chico vio por encima del hombro de Izō y pudo contemplar la tumba que se encontraba en el patio, su sonrisa se borró al instante. Izō se preguntaba qué hacía aquel santo ahí.

—Veo que llegué tarde, me mandaron del Santuario por una carta que recibió el patriarca del maestro Yamato—dijo como si le hubiera leído el pensamiento—pero de camino aquí, cuando preguntaba por él, me dieron la noticia de que murió, lo siento mucho—Izō hizo una mueca de disgusto casi imperceptible—, pero me dijeron que estaba su alumno, «el asesino de demonios». Interesante apodo, Izō de Capricornio.

—Gracias. Creo.

—Sí hablas, que bien. Bueno, en vista de que las cosas aquí están resueltas, es hora de partir a la misión, que se nos ha asignado— soltó aquel chico, tomando por sorpresa a Izō, no esperaba que el Santuario lo reclamara tan pronto, así que no respondió.
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¹Tifón era un monstruo marino, fue enviado por Rea para acabar con los dioses del Olimpo, era una bestia con 100 cabezas y de gran altura.
²otro mito dice que Capricornio representa a Amaltea (mitad cabra, mitad pez), que cuidó y alimentó a Zeus cuando éste era pequeño, en quien Rea confió para que lo protegiese de su padre Cronos.

Eso es todo de esta primera parte de este fanfic. Murió Yamato nacido de la  necesidad de un maestro para nuestro pequeño Izō y me dolió demasiado matarlo, de verdad que sí, pero era necesario. El que fuera santo de Leo no es algo que haya planeado, simplemente dejé correr la pluma por el papel y mi subconsciente hizo el resto, ojalá lo hayan amado como yo.

Excalibur me costó un poco incluirla, recordé la leyenda que se contó en el clásico y tomé algunas ideas de los spinn of y la mitología y eso salió, ruego porque no suene muy disparatada la historia y la idea se haya entendido.

Chan, chan, chaaan, llegó un nuevo personaje, un dulce a quién adivine qué santo es, ¿alguien lo quiere? nadie, ya sé. :')

Y bueno, eso es todo, espero lo hayan disfrutado, gustado y todo eso. Gracias por leer. Besitos.

Un Camino Hacia El HonorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora