Lealtad

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Todo parecía estar en calma, la lluvia seguía cayendo y la visión se hacía difícil, maestro y alumno caminaban con cautela, ninguno tenía idea de qué era a lo que se iban a encontrar, lo único que sabían es que se iban a topar con un yōkai peligroso. Salieron sin problemas del pueblo, avanzando hasta el lugar en el que estaban seguros encontrarían al ser que empezaba a causar estragos en el pueblo.

Penetraron a lo más profundo del bosque, hasta toparse con una pared rocosa, donde encontraron una cueva y se adentraron a ella, caminaban con cautela, ya que aquella caverna estaba demasiado oscura, de pronto apareció ante ellos una joven que portaba una antorcha y parecía escapar de algo. Iba corriendo y en su semblante se notaba estar asustada, se detuvo frente a ellos.

—Ayúdenme, por favor—rogó tomando a Izō de los hombros—me persigue...

—¿Quién te persigue, muchacha? —preguntó preocupado Yamato-sensei.

—Tsuchigumo¹—dijo simplemente.

Ambos hombres se voltearon a ver claramente sorprendidos ante la mención de aquel yōkai, nunca imaginaron cuan peligroso podía ser, pero en definitiva eso explicaba las desapariciones que habían estado teniendo lugar en la aldea. El sensei tomó la decisión de salir de aquel lugar. Lo mejor que podían hacer era elaborar un plan.

—Lo mejor es que salgamos—comentó el maestro, mientras los hacía retroceder.

Así lo hicieron, el camino hacia la salida les pareció más largo que cuando entraron, pero no le dieron importancia y cuando finalmente lograron escapar de aquella cueva se dieron cuenta que ya no sólo llovía, sino que también se había instalado una densa niebla que impedía completamente la visión, a pesar de que se sentían nerviosos, su semblante era sereno.

—Tengo miedo—se oyó la suave voz de la chica.

—Todo estará bien—le respondió Izō.

—Caminaremos con cuidado y tratando de pisar fuerte, para que podamos avanzar juntos sin separarnos, ¿entendido? —les dijo el maestro.

—Sí—respondieron ambos.

Sus pasos eran lentos, pero firmes, tal como lo recomendó Yamato. No se podían confiar, así que continuaron con su trayectoria por varios minutos. Todo parecía ir bien hasta que un agudo grito proveniente de la chica que habían encontrado en la cueva hizo que se detuvieran en seco haciendo que de inmediato se pusieran en guardia, no podían determinar que había pasado a causa de la niebla, pero tenían que estar alerta.

—¿Qué sucede? —preguntó preocupado el maestro.

—No lo sé, pero me duele mucho una pierna—respondió con voz llorosa.

No hubo tiempo de contestarle o siquiera acercarse a ella, pues al tiempo, maestro y alumno sintieron igualmente un agudo dolor, el maestro cerca de su espalda e Izō, en uno de sus brazos. No se escuchó queja alguna por parte de ellos, su semblante se mantenía estoico a pesar del dolor. Aquella sensación de ser cortados se sucedía uno tras otro, sin que ninguno pudiera hacer nada para evitarlos, estaban peleando en total desventaja, ya que no podían ver a sus atacantes.

—Kamaitachi²—dijo en un susurro la joven.
—Por supuesto la gruesa voz del sensei resonó entre aquella espesa niebla—eso explica los dolores sin motivos aparentes, ¿cómo no lo vi antes?

Un Camino Hacia El HonorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora