Cuando mi mamá me propuso irme en el transporte público admito que no me emocioné mucho, pero la parte de la independencia y poder manejarme por mis medios en la ciudad hizo que accediera. Añoraba pasear un poquito por ahí sin tener que estar con mi familia o mis amigos, sencillamente era yo a las dos de la tarde.
De los dos paraderos, prefería estar en el más alejado,se entendía de que ahí pasaba la ruta que necesitaba puesto que la señal la tenía a un metro, sin embargo, existía un cartel de publicidad en medio de ambos que impedía mi campo de visión referente a saber cuando el bus estuviera cerca.
En el momento en que Jueves decidió irse directamente del colegio al trabajo, me cambié de paradero, no importaba si el bus parara en el otro, prefería estar con él. Siempre estabas ahí, pero yo no te veía mucha pinta. Había días en que él prefiría no asistir y yo me quedaba sola. Irónicamente, uno de los días en que no fue, gané una medalla por mi rendimiento en matemáticas y me pareció buena idea presumirla en mi cuello a la hora de la salida.
Me senté a cuatro cuadros de ti y en uno de esos puse mi maleta. Miraste hacia mí y sacaste una conversación sobre destrezas y carreras universitarias (la medalla como detonante); fue una buena conversación, no obstante, no veía el momento en que llegara la C23 y poder sacar el celular sin peligros de robo y escribirle a Azul.
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Dos buses y un cuento de Hitler.
Short StoryPara el muchacho del paradero que siempre me sacó una sonrisa con sus ocurrencias. Espero poder leer alguna vez esa tarea de literatura de la que tanto fantaseabas y jamás entregaste.