Pesadillas

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Me despierto sobresaltado en mitad de la noche. Un ruido insistente amenaza con despertarme completamente.

Doce y media de la noche.
Me había quedado dormido en el sofá.
Era tarde.
La televisión aún encendida
reproducía los gritos de auxilio
de la prota de la peli de miedo.

Me reincorporo y me dispongo a buscar mis zapatillas de estar por casa.
Me agacho y como siempre, las encuentro bajo el sofá.
Necesito detener el dichoso ruido.
Me aparto las legañas de los ojos con las yemas de los dedos y me agarro al mismo tiempo a la barandilla de la escalera.
El estruendo viene de arriba.
Me dirijo hacia allá.

El ruido permanece y a su traqueteo se une el sonido de los truenos y del mal tiempo.
Subo escalón por escalón,
apoyando todo mi peso en cada uno de ellos. Paso firme.

Me desperezo y trato de buscar el origen del ensordecedor ruido.

Al fin, descubierto.

El escándalo procede de mi habitación.
Quince pasos me faltan para alcanzarla.
Me armo de paciencia.

Finalmente me adentro.

Resuelvo:
olvidé cerrar las ventanas.
Eso provocó que el aire desplazara las puertas de mi armario contra mi mesilla
aporreándola con desprecio y enfado.

Con mucho cansancio termino de cerrar las ventanas y consigo bajar la persiana.
Después me tumbo en la cama y rendido entro en letargo.

Crujidos.
Traqueteo.
Barahúnda.
Tiberio.

De nuevo, me despego de las sábanas.
¿Qué es esta vez?

Torpemente y descalzo busco las ventanas.

Cerradas, no circula aire.

¿Qué provoca el ruido ahora?

Maldigo al culpable y termino de desvelarme.
Ya no puedo reconciliarme con la cama.
Ni ella me quiere de vuelta ni yo puedo volver a ella,
no al menos hasta que descubra  dónde retumba el maldito estruendo.

¡Ah!
La luz.
La bombilla ha reventado.
Mi corazón se dispara por un momento.
Debería avisar a padre pero no son horas.
Intento mantener la calma.

Indignado y como un completo inútil enciendo la linterna de mi móvil.
El ruido se disipa y decido salir al pasillo.
Como es lógico todos los integrantes de mi familia ocupan sus lechos en profunda ensoñación.
Nada más que mirar, de momento.
Vuelvo a mi celda.
Me recuesto.

Tiempo y de nuevo,
Crujidos
Traqueteo
Barahúnda
Tiberio

El ruido se torna ensordecedor y agudo al tiempo que amaderado.
Es mi armario.
Con las pulsaciones a mil,
la respiración entrecortada
y los ojos perdidos en los destellos del flash trato de buscar la puerta del armario.

Cuando encuentro el pomo: silencio,
todo acalla y entonces miedo.
Mucho, mucho miedo.
¿Qué cojones pasa?
Abro el armario y nada.
Tres camisas mal colgadas,
dos pantalones arrugados
y un zapato negro en frente de uno blanco.
A pesar de lo que pueda parecer,
todo resulta normal.

Ni rastro de crujidos,
traqueteo,
barahúnda
o tiberio.

Gasto dos minutos supervisando el mueble y asegurándome de no dejar ningún resquicio sin mirar.

Cierto es,
la noche se tornaba extraña y más valía garantizar que el mueble que provocaba tal estruendo no escondía ningún secreto.

Aún así el armario desprendía un halo de misterio.

Por segunda vez ya.
Ocupo mi colchón.
Me tapo con las sábanas y deseo apurado dormirme cuanto antes.

Unos minutos y de nuevo,
crujidos,
traqueteo,
barahúnda,
tiberio.

El estrépito no abandona la habitación.
Todo apuntaba a que el ruido provenía al igual que antes del mueble amaderado.
Sin embargo,
ya no me atrevo
a despegarme
de las sábanas,
ni de su protección
ni de su seguridad.
Ya no era capaz.

¿Y si grito?
Nadie me escucharía.
¿Y si hago ruido?
Quizás eso enfurezca a lo que se esconda en el armario.
¿Entonces?

Espera, ¿qué?
¿Cómo que hay algo en el armario?

De repente miedo.
Mucho miedo.
Sudor.
Respiración apresurada.
Opresión en el pecho.
Temblores fríos.
Angustia.
Ansiedad.
Dolor.

Simultáneamente el estruendo comienza a reforzarse cada vez que el minutero completa una vuelta de reloj y con ello por supuesto, mi desesperación.
No cabía en mí mismo del espanto.

Arrojo las sábanas al suelo.
Recojo mi cojín y lo uso a modo de escudo.
Opto por arrimarme al epicentro del barullo.
Guardo silencio, tomo aire y abro de nuevo el armario.

Lo que sucede después aún me tiene abrumado.
Sorprendido,
se desplega ante mí un mundo apabullante
oscuro
y repleto de temores
que aún hoy día
me azotan como nunca antes.


Una esfera amorfa y translúcida  

me permite descubrir en su interior miles de imágenes

 en las cuales aparezco yo, mis familiares y mis amigos.


Los nervios tratan de abatirme y la ansiedad crece por momentos.

El pavor es exagerado. Miles de realidades aterradoras danzan justo ante mis ojos.

Me frustra no encontrar las palabras adecuadas para explicar lo que veo:
Ante mí se halla la vorágine responsable de mi malestar.
Y ante ello
de nuevo,
nada.

Me debato entre atacar o permanecer recluido en mis pensamientos.
Al fin concluyo: 
comporto una figura demasiado débil
para un adversario con tanta fuerza.

Mis piernas empiezan a tiritar.
El armario se atreve a aspirarme el alma.
Mi rostro palidece.
Mis ojos parpadean a gran velocidad.
Luz y oscuridad se suceden a ritmo vertiginoso en mi cerebro.
Mi piel se desata en sudores fríos.
Y entonces,
sensaciones desagradables.
Tan desagradables como de costumbre.
Mi cuerpo termina estremeciendo terriblemente.

Luego silencio y ausencia
de luz,
de tempestad,
de pesadillas.
Todo ha terminado.

...

Lentamente me recupero y
tras el terrorífico escenario discierno,
mi peor pesadilla tiene nombre y apellidos.
Y esos,
son los míos:

Isaac Galindo Martínez.

Pensamientos a luz de aurora.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora