A(ún) pequeño.

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"Hermanito, he venido a la oscuridad a verte. Aquí hay monstruos, pero no pasa nada."

De cuando en cuando, acostumbra arrojarme de la cama el recuerdo de un Isaac aniñado que se desvive por caricias y por sanar las desolladuras que una vez adulto, le propinó su versión de nueve años.

"Pero despierta, que quiero hablar."

Agitándome el sueño el recuerdo se confesaba huérfano y, ahondando en las turbiedades de las peores pesadillas decía vivir en una narrativa ilusoria que, tentativa y, siniestra y suasoria; nada menos que todo aquello, le sobornaba en tercera persona con permitirle sentirse apto, suficiente, válido, digno...
Como quien creyendo amenazante a un otro descubre que, con quien lidia, es consigo mismo



Inocencia pura, desconocedor de los estragos de la vida y del peso magno del aislamiento y el acoso por -como todos en realidad- ser diferente.
Y aún así tan inteligente...
Nueve años...


"¿Tienes sueño? Si quieres vengo otro día. Mamá dice que el viernes podemos."

No poco, también aquesta narrativa ilusoria le prometía acompañamiento en vida, jamás abandonarlo a su suerte; al tanto que la jocosa: La Vida; irónica como de costumbre, deshilaba uno de sus algodones más desagradables atravesando con ojal y aguja, tras puntada recalcitrante, su alma atribulada.

Pobrecito... Tan pequeño...

"El abuelo dice que si te despiertas podemos ir al parque a jugar en la fuente con las primas"

Y así era, el titubeante criajo desfallecido sin quererlo por los acantilados, y rodado y rodando por las pseudollanuras de una orografía mental tan castigada. Tan accidentada y tan convulsa, veía como esta lo invitaba atrevida a seguir desfilando por las praderas por las que continuamente se deslizaba.

Decenas de recaídas.
Y si las vieras,
terribles de ellas.

"Abuelita mira, estábamos corriendo en el césped y me he tropezado. ¿Es grave? Que no se entere mi madre. Me duele mucho..."

Y lo incongruente es que La Vida misma era sin malicia,
aunque era,
de todos modos.

Y sí,
delicado infante pero suficiente valía.

"Abuelita, dice mi madrina que si me pongo hielo se me irá todo el dolor, aunque ya casi no me duele, ¿qué hago? "

Recalco para que quede claro, que las peripecias de mi yo pequeño no me aterran, aunque quizá debieran y, si lo hacen, si es que alguna vez lo han hecho, alcanzan sus ingenuidades suficiente ternura como para contraponer en aquellos dolores suficiente bonhomía. Mi yo más pequeño seguía siendo yo. Confuso y desorientado.
Roto pero yo, al fin y al cabo.

"Mamá, ¿sabes que lo he sacado todo sobre en el cole? Ah, y ¡he ganado un concurso de cuentos! Doña Fina me ha dicho que le ha gustado mucho. ¡Que era casi casi casi como poesía!"

Imberbe tímido, pero cálido y bondadoso, tan sólo desconocedor de lo que le rodea y miedoso por naturaleza, aunque muchacho como todos.

"¡Fernando, quita de ahí! ¡Ahora me toca a mí!

"Por cierto, ¿cómo se jugaba a esto?"

No busca mal sino pues bien aprecia una obra bien dicha y bien hecha.
Las formas compañero, en ellas se atesora gran magia de la que se nos escapa en vida.


"Tesoros, miiiiles de tesoros, ¡como en Egipto!"

En realidad, él es bonhomía. Su conciencia la inspira y su no hacer mal, la secunda.

Ya a determinada edad
calculo ser un cero a la izquierda más,
un portal de esos entre positivos  y negativos.
Pero sin acogerme a ningún bando.

Percibo que las etiquetas me amordazan y sus salpicaduras a menudo siento que me acorralan en un colectivo que me torna prisionero de una maleta de significados,
que ciertamente,
nunca ha sido mi maleta.

Para entonces tanto mi yo chico como mi yo más mozo tenemos presente este algo: lagrimar es redención e indulgencia.
¿Perdonar?,
volver ileso tras viajar al pasado.

"Oye, Fernando, ¿quedamos mañana y seguimos jugando?"

Isaac e isaac se funden en un abrazo.

Pensamientos a luz de aurora.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora