Érase una vez...

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Érase una vez un monstruo, que mientras el tiempo -cómplice- pasaba, años torturó, en un pequeño hostal de un diminuto pueblo, a dos indefensas personas que durante siglos tuvieron que vivir reprimidas hasta explotar.

El temido monstruo era un chico de unos doce años aproximadamente y, las indefensas personas: sus padres; el hostal era en realidad un piso de barrio, y los siglos fueron más bien un par de años, aunque decir cabe, que aun así estos personajes formaban junto con la realidad una historia de terror de narices, sobre todo para los pobres Juan Ramon y María que debían lidiar con un tímido chico que en público se bloqueaba y no hablaba con ellos, mandándoles callar por osar hablar en 'lenguas raras'; lengua de signos creo que se llama.

El tiempo pasaba y la joven familia 'Galindo Martínez' como cualquier otra familia, salía los sábados a comer, a comprar algo en centros comerciales, y si el estrés lo permitía, a descansar del trabajo haciendo algo que a la recién pareja le encantaba: ver películas en el cine; simple pero entretenido, ¿Verdad?

El minutero del reloj seguía moviéndose e Isaac continuaba reprimiendo y torturando a sus padres día sí día también, las cruces de estos pobres pesaban y es que, el que tu propio hijo te prohiba hablar con tu pareja o con él mismo por usar las manos en vez de la boca, para hablar, molesta y mucho. Pero por un hijo se hace lo que sea, hasta sufrir y llevar cruces que ni el mismo Superman hubiese podido cargar. Ver oír y callar, aunque en este caso, ver, llorar y punto.

El monstruo del minúsculo pueblo se sentía mal y no, no por torturar a sus sordos padres sino por tener que ser vigilado por el resto de plebeyos, o de gente de la corte incluso, cuando a la caballeresca familia se le dignaba el pensar pasarse por alguna taberna de las que, según nos cuenta el autor, ósea yo, en el cuento existían.

Los plebeyos y demás borrachos de la taberna observaban a Isaac y... Vaya, el monstruo se incomodaba; se notaba nervioso, tenso y ansioso y parece ser, que la única forma posible de dejar que los contemplasen, era dejar de hacer aquello que llamaba la atención; hablar en esa lengua tan extraña (que lengua usarla la usa poco) que despertaba la curiosidad de los alcohólicos presentes y hacia focalizar su interés en estos individuos. Como dije antes, el minutero seguía bailando dando vueltas al reloj cuadrado, y el tiempo hacia mella en el monstruo; el sujeto fue madurando, -los monstruos también maduran, supongo-, y esta bestia fue empezando a darse cuenta de que ser diferente es algo guay y que las miradas no tienen porqué ser malas, se dio cuenta también, de que tenía los mejores padres del principado y de toda la villa y que no debía de envidiar a ningún hijo de padres de la corte, sus padres eran especiales, y él también.

El imberbe -por entonces- empezó a admirar la poca conocida cultura sorda y empezó a arrepentirse de todos los males que fue causando a todos los pueblerinos y sobre todo a sus progenitores, que suficiente tuvieron.

Al fiera enano, poco a poco se le fue cayendo la piel de bestia y por mudar, terminaron cambiando de villa y todo.

Al final todos ganamos si somos diferentes, las diferencias molan y Juan Ramón y María, Paqui, Laura y miles de millones de personas que son diversas, dispar, también; aunque antes no pensase lo mismo ahora así lo veo.

Gracias, gracias a la vida y gracias a ellos por soportarme. Ver llorar a tu madre porque no le dejas ser persona, porque no le dejas relacionarse con gente, duele y no solo a ella sino a ti también. Seamos menos egoístas, más abiertos y sobre todo por favor más felices. Colorín colorado, este cuento ha acabado.


No muchos pillarán el escrito, supongo que solo aquellos que conozcan mi historia lo suficiente, pero me parecía buena idea dejar un trocito de mí aquí, y aprovechando que yo y mi vida en sí es un poco libro abierto, o eso acostumbro a decir, he querido soltar esto aquí. :)

Pensamientos a luz de aurora.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora