Metalingüístico.

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Encuentro en la palabra un vértice afilado que me mutila. Un ejercicio: el de escribir, que se me resiste.
Una condena: no ser ampliamente leído, que concatena con un hecho: el fracasar.
Escribir.
Escribir siempre será jugar con brazaletes de letras y collares de palabras.
Nunca un negocio. Nunca dinero. Nunca fama.
Ojalá nunca ninguno de ellos.

Escribir es mi bote salvavidas.

Tristemente cierto, más aún en efecto, amigo incondicional. Incondicional acompañante por travesía amarga y desenlace aún más acre.

Masacre, verdaderamente, las centenas de guerras que vierto sobre el papel y que bajo el abrigo de una prosa poética impura y más que indecente, disfrazan de bonito, otras mil y un de escenas deleznables y vivencias que -aunque ojalá nunca vividas- se manifiestan condenables.

Vitupero a todas ellas ante la plaza que simula ser este papel y ante los ciudadanos con sus contubernios que simulan ser estas i con punto, estas comas retorcidas y estos puntos y coma desganados.
Símbolos ellos de un lenguaje cada vez más en desguace pero que todavía cumple con su función: ser vehículo.
Ser capaz de sortear las carreteras sinuosas del pensamiento, frenar ante los acantilados de nuestra mente, reproducir los clásicos almacenados en la experiencia.

El lenguaje, la escritura. Coche de maletero angosto en el que se hace acopio de significados múltiples, de diversas palabras, unas acabadas en punta, otras en forma de estrella, otras en triángulo, otras en círculo.
Y en círculo todas ellas, compartiendo el rasgo que las caracteriza: la mochila que portan inherentemente siempre y que describe el concepto al que hacen referencia. Más que eso, el uso que le dan los hablantes, los prejuicios que las acompañan, los matices que las desvisten.
Desnudas ellas, palabras. Todas guardadas en un Opel Corsa que se lamenta por tener un parachoques hundido, una rueda pinchada y un retrovisor tronado.

Palabra era responsable, su uso perspicaz y al tiempo maquiavélico embiste feroz contra los andamios que sustentan el lenguaje, de nuevo.
Ambivalente en sus efectos, salvación y puro veneno.

Escribir siempre resultó terapéutico.
Era el pecho de una madre y el consejo sabio de un padre.
Era espejo y reflejo.
Almohada donde reposar cabeza e ideas.
Ideas útiles, inútiles, de distintas categorías quizá. Pero ideas ellas, mensajes por consecuencia, y cartas de amor un par, que como antes permanecieron como ideas, y no llegaron a cristalizar.

A quienes fuisteis alguna vez el amor de mi vida os regalo esto, ideas.
Es más de lo que tengo, y en ellas  si rascáis con empeño, encontraréis más matices y connotaciones de las que pueda llegar a metabolizar un folio entintado o una cabeza secuestrada por el amor humano.

Ideas, volviendo con las ideas.
Escribir, volviendo a escribir.
Escribir es retornar a lo bonito.
Dibujar mapas en la circunferencia de una a o en el cruce de una t.
Disponer de mil señuelos con los que decir: amigo, estuve aquí.
Volver a empezar.
Idea, idea, idea tras idea. Escribir.
Quiero comentarlo antes de que se me esfume de ahí arriba, que escribir: siempre sano y terapéutico.
Siempre bote salvavidas.
Siempre escribir.

Esto, las letras, como veis, aparecen y desaparecen por arte de magia.
Una palabra con atuendo provocativo, otra con voluntad impía. Un revuelco sufrido de letras y una nueva palabra: sufrimiento, violación de una de ellas.
Violación del lenguaje, de sus símbolos, de sus gestos.
Expresiones. Crucigramas a veces, pasatiempos por momentos.
Sopas de letras, donde una palabra alumbra y alumbrando hace aquello -de lo que enuncio en un principio- escribir.
Escribir nace prematura, su madre murió de aquello, escribiendo.
Escribir llora tintas, se deshace en tachones y, cuando chispea se protege de la lluvia con un boli bic.
Escribir recuerda con pena, se aflige en ocasiones, anuncia contratiempos, pero persiste.

Escribir. Con dolor a veces, pero siempre terapéutico.

Pensamientos a luz de aurora.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora