Conozco un par de amigos inusuales

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Percy se acostumbró pronto a su vida en el hotel. Tenía montones de libros de mitología griega, que además estaban en griego antiguo y por lo tanto podía leerlos. Su padre había dicho que no tenían tiempo para enseñarle todo al modo antiguo, así que le pasó todo el conocimiento sobre lenguas y lectura —después de todo nunca había aprendido a leer.

Cuando se aburría de leer, podía ver televisión, o bajar a la sala recreativa del hotel. También pudo pasear por las cercanías, aunque siempre trataba de no alejarse más de un par de calles para no perderse.

Ahora podía vestirse como quisiera, y se podía bañar todos los días, además de dormir en la cama. Incluso sin ella, la alfombra era una delicia. Pronto le agarró el gusto de usar suéteres grandes y suaves, y le gustaban mucho sus zapatos con luces. Además, aprendía poco a poco como usar su espada. Pesaba un poquito, así que casi siempre perdía el equilibrio.

Pero estaba empezando a aburrirse un poco de estar encerrado, así que un día decidió aventurarse más allá de su autoestablecido perímetro.

Desgraciadamente, se entretuvo de más viendo las tiendas... y se perdió.

Nervioso, miró a su alrededor, no quería acabar en un sitio como El Matadero otra vez. ¿Y si le preguntaba a un adulto por direcciones? Pero había aprendido a no confiar en ellos, así que trató de recordar por donde había llegado para volver.

-Oye, mira, es un semidiós...

Sobresaltado, miró hacia todos lados, tratando de ubicar de donde venía esa voz, aferrando su bolígrafo en el bolsillo de su pantalón.

-Pues parece que ya notó nuestra presencia... hay que darnos un banquete...

-Yo no soy comida-dijo molesto.

Hubo un ligero silencio.

-¿Puedes entendernos?

Él frunció el ceño.

-¿No debería?

Las dos criaturas se dejaron ver. Tratando de recordar sus libros, no logró reconocerlos. Cuando se dejaron ver supo que eran dos niños —o eso parecían. Rubios, de no más de ocho años.

-Ningún mortal ha hablado con nosotros en miles de años.

-Bueno, no es como si supiera mucho de mis uh... "poderes". Papá recién me los entregó todos, quizá tenga que ver con eso...

Ahora estaba conversando con monstruos. Que bonito.

-¡No se acerquen! ¿Que acaso están ciegos? Es el hijo de Poseidón.

La tercera voz que recién había hablado pertenecía a un hombre en silla de ruedas, que tiró de los dos niños para que volvieran a su lado.

-El niño habló con nosotros..-siseó el de la derecha.

-Nos gusta...

-Eh, ¿gracias?-Percy decidió no sacar su espada- ¿de casualidad saben el camino al hotel? Creo que se llama Merriot. Algo así.

-¿Marriot?-preguntó el hombre de la silla-Está hacia allá. Dobla en la esquina a la derecha, cuando llegues a la tienda de empeño, a la izquierda. Lo verás desde ahí.

-Oh, genial. Para ser monstruos no son nada malos.

Los niños se soltaron del agarre del hombre y cada uno sujetó un lado del suéter de Percy, que los miró confundido.

-Nos gusta.

-Nos lo quedaremos.

-¡No es una mascota! Ese mocoso los puede matar en un abrir y cerrar de ojos.

-Y Si.. ¿somos amigos?-preguntó Percy.

Durante varios segundos los tres monstruos lo miraron sin decir nada.

-¿Amigos?

-Bueno, si. Nadie dice que los monstruos no pueden ser amigos.

O eso creía Percy.

















Percy llevaba la tres meses en el hotel, dos desde que conociera a los tres monstruos. Los niños eran dos perros del infierno, y según el centauro, sólo los dioses tenían el don del all-speak, que incluía el entender monstruos y animales. A ninguno de los dos les gustaba hacerse pasar por perros ante los mortales, por eso parecían niños.

El centauro le había ayudado a entrenar con la espada, en un campo abandonado, y entre los dos perros del infierno logró mejorar mucho en su velocidad y reflejos.

Todo estaba muy bien. Percy ahora estaba a salvo, e incluso tenía amigos.

Percy Jackson y el regalo de PoseidónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora