Una chica rubia me dice enano

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-¡Max, espérame!

Percy corrió detrás de uno de los gemelos, empezando a cansarse. Maddie había perdido hace rato contra su hermano, sólo quedaba el semidiós para ganar, pero estaba casi sin aliento.

Max desapareció de pronto al pasar bajo un árbol y reapareció detrás de Percy, tumbándolo en el suelo.

-¡Gané!

-¡Que injusto, yo no puedo hacer viajes por la sombra!

Maddie se acercó a ambos y se sentó también en la espalda del semidiós, entre risas, hasta que el centauro interrumpió su momento de burla contra el chico.

-¿No lo han olido?-preguntó a los perros del infierno- Hay otro semidiós cerca.

Max olisqueó el aire.

-Um... una chica, diría yo.

-Y un sátiro-añadió Maddie.

-En ese caso, están buscando a Perseus- levantó al muchacho y señaló con la cabeza a la salida del terreno- debes ir a su encuentro. Ellos nos matarían sin dudarlo.

Percy miró a los dos niños y luego al centauro en la silla.

-¿Podré volver a verlos?

Maddie le sonrió.

-Estaremos por aquí mientras nadie nos mate.

Percy logró fingir una sonrisa y lentamente salió del campo abandonado. ¿Por qué otro semidiós lo estaba buscando?
















La chica era rubia, mas alta que él, de ojos grises —si venia al caso, cualquier persona de su edad sería más alta que él. El sátiro que había mencionado Maddie tenía acné, y el cabello castaño rizado. Debía tener zapatos con relleno o algo así.

-Ahí estabas-la chica frunció el ceño, en un gesto muy mandón- ¿como se te ocurre ir tú sólo dando vueltas? Hay varios monstruos por la zona.

Percy no sabía si debía confiar en ellos, así que decidió tratar de alejarlos.

-No se de que me estás hablando, nunca te había visto.

-Te lo podemos explicar todo-dijo el sátiro- Pero debemos hablar en un lugar más privado y seguro.

-No voy a llevar extraños a mi casa-protestó.

-Mira, niño, si no nos haces caso podrías morir-dijo la muchacha, inclinándose para encararlo.

Ese gesto lo ofendió. Sabía muy bien que estaba enano, pero no le gustaba que se lo echaran en la cara.

-¡Tengo doce años, grosera!

Ella parpadeó sorprendida.

-¡Pero si mides sólo como un metro quince!

-¡Crezco lento, ¿ok?!

El sátiro se removió nervioso y se metió entre los dos inmediatamente.

-Annabeth, no podemos entretenernos aquí.

-Es su culpa, Grover, no quiere dejar que lo ayudemos.

Percy decidió ponerse en marcha al hotel, ignorándolos. Esa tal Annabeth lo había ofendido, así que mejor se quedaba en su camita, viendo televisión. Así no tendría que pasar más tiempo aguantando su presencia.

-¡Oye, espera! Tienes que escucharnos, estás en grave peligro—

-Se cómo usar una espada, me puedo defender yo solito-dijo alzando la cabeza y avanzando a pasos largos.

Percy Jackson y el regalo de PoseidónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora