Nos vamos a Washington

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Percy se tardó en recoger sus cosas a propósito. Dejó sus zapatos con luces y tomó unos tenis, junto con un par de mudas de ropa en una mochila.

De la caja fuerte de la habitación sacó un fajo de billetes en efectivo y un puñado de dracmas de oro que su padre le entregó antes de irse. Además, tomó un poco de néctar y una bolsa de ambrosía. En teoría, en exceso podría matar a un semidiós, pero Poseidón le había ordenado tomar una dosis al día, para reponer su cuerpo, había dicho.

Annabeth después había sacado unas zapatillas de baloncesto de su mochila. Dijo que un campista las enviaba para él, y que le permitirían volar. Él no creía sensato usarlas, así que se las dejó a Grover, que estuvo más que feliz por el regalo. De todos modos no le habrían quedado, eran gigantes para sus pies.

-Ahora, tenemos que ir a la terminal de autobuses-ordenó la rubia- tenemos que ir al oeste.

-¿A donde?

-¿Que no es obvio? La única persona que pensaría en robar el rayo es... bueno- señaló hacia el suelo- el otro hermano de Zeus. La entrada al inframundo está en Los Angeles. Y la profecía lo dice.

Irás al oeste, donde te enfrentarás al dios que se ha rebelado.
Encontrarás lo robado y lo devolverás.
Serás traicionado por quien se dice tu amigo.
A final, no lograrás salvar lo que más importa.

-Eso no rima.

-No tiene que rimar para ser una profecía-Le soltó molesta.

Percy decidió no protestar de nuevo. Y tampoco le dijo que no creía que su otro tío fuera el responsable. Desde su punto de vista y después de leer varios mitos, estaba seguro de que la gente lo malentendía mucho.

-Bueno, si quieres ir a Los Angeles, pues bien.

No sabía cuándo estaría de regreso en el hotel, pero esperaba no tener que ir a ese tal campamento. Le gustaba estar en su suite, y además no le gustaba la idea de estar encerrado en un solo lugar. Le recordaba a la vida que llevaba antes. Al menos ahí tenía la libertad de ir a donde quisiera.

Se colgó la mochila al hombro y se aseguró de no dejar su tarjeta ni tampoco su espada.

-Estoy listo-anunció, parándose frente a la puerta.

-Al fin-soltó Annabeth.

Percy le sacó la lengua.

-Muy bien, entonces vamos rumbo a Los Angeles-dijo la rubia mientras bajaban en el ascensor- tomaremos un autobús.

-¿Eso no nos llevará demasiado tiempo?-preguntó Percy.

-Bueno, no es como si tengamos mucho dinero-soltó de malos modos.

-Yo tengo dinero.

Ella lo miró mal y salió por la puerta cuando el elevador se detuvo. Grover se quedó atrás con Percy, caminando a varios metros por detrás de la chica.

-Percy... los dioses nunca hablan con sus hijos-Le explicó el sátiro, nerviosamente- No les pueden mostrar favoritismo siendo parte de sus vidas. El hecho de que tu padre lo haya hecho... le frustra. Su madre, Atenea, nunca le ha hablado siquiera.

Percy sabía mejor. Su padre le había dicho la verdad, el por qué los dioses no iban con sus hijos. Y le creía, porque cuando Poseidón lo había cuidado los pocos días que estuvieron juntos, la culpa y el dolor en sus ojos no eran falsos. Su padre lo había tratado con cariño, y le había dicho que lo quería. No sabía si todos los dioses eran iguales, pero probablemente Atenea si se preocupaba por su hija, sólo que no podía mostrarlo.

"Además" pensó "papá debía sacarme de ahí cuanto antes. Podría haber muerto, así que estaba desesperado"















El autobús que tomaron los llevó a Washington. Percy no entendía porque exactamente, pero Annabeth parecía saber lo que hacía —o eso aparentaba— así que por el momento decidió hacerle caso y mantenerse calladito, al menos hasta que su actitud tan altanera terminara por desesperarlo y acabaran peleándose seriamente.

-Tenemos problemas-dijo Grover nerviosamente.

Se sentó frente a ellos en la mesa del café.

-¿Monstruos?

Annabeth se llevó la mano a la manga de su suéter, donde llevaba un cuchillo de bronce.

-No, peor, mucho peor... hay dos mestizos cerca de nosotros.

Percy ladeó la cabeza ligeramente.

-¿Eso no debería ser bueno?

-¡No! Su olor es bastante fuerte, y si sumamos que te llevamos a ti, eso llamará más monstruos de lo normal-exclamó en desespero. -y Annabeth también, aunque no tanto.

-Pero tampoco los podemos dejar a su suerte-replicó Annabeth, inclinándose para no hablar tan alto- quizá si les decimos que vayan al campamento...

-Sería mucho más fácil llevarlos con nosotros-dijo Percy, tomando otra galleta de su plato, tranquilamente.

-Eso pondría en riesgo nuestra misión, sesos de alga.

-Es mejor que mandarlos solos y sin protección hasta quien sabe dónde, listilla. -replicó lleno de sarcasmo.

-Long Island no está tan lejos.

-No, pero sí plagado de monstruos en el camino-respondió Grover.

Los dos parecían pensar ávidamente en una solución que no terminara en alguien muerto, mientras el hijo de Poseidón siguió con su merienda sin prestarles atención alguna. Al final, tendrían que ir a buscarlos si o no, por lo que era mejor optar por llevarlos y mantenerlos protegidos, a dejarlos solos y que acabaran como almuerzo de monstruo.

-Si ya terminaron de exprimirse el cerebro, vamos a buscarlos-pidió, poniéndose de pie.

-No los llevaremos con nosotros.

-Es mi misión, rubiecita, yo doy las órdenes-replicó en un tono cantarín.

Grover habría reído de no ser por la situación. Se levantó a tropezones y siguió a Percy fuera del café, directo a la calle, acomodándose con nervios la gorra tipo rasta.

-El olor es muy suave por esta zona de la ciudad, yo diría que están en un colegio-explicó, mirando a todos lados- Es imposible encontrar semidioses adultos que no saben sobre su ascendencia.

-Genial, entonces miremos que colegios hay por la zona indicada y vayamos descartando-dijo felizmente-deberíamos buscar una biblioteca...

Grover asintió, aún mirando alrededor de ellos.

-Huele a monstruo.

-Hay monstruos en todas las ciudades-Annabeth los había alcanzado- Es normal.

-Eso no significa que me guste. Y... oh, por Zeus.

Percy sacó su bolígrafo y lo apretó en su mano. La calle en la que habían doblado estaba súbitamente desierta, y había algo enfrente de ellos. Una quimera.

Percy Jackson y el regalo de PoseidónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora