En un abrir y cerrar de ojos

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Caminaba cabizbaja dirección ninguna parte. Hacía un camino distinto cada tarde. Al principio, mi meta era salir todos los días a correr un rato, pero no tenía tanta fuerza de voluntad. Estos días simplemente caminaba con mis auriculares puestos intentando olvidar quien soy. No es que no me gustara, simplemente deseaba ser alguien. O por lo menos llegar a ser algo. Había pasado por una mala temporada pero por primera vez, o eso creía, estaba empezando a aceptar lo que la vida esperaba de mí y a despertarme todos los días con un nuevo propósito. Como el de hace días, ya no correr, sino caminar. El paseo se me hacía corto y aburrido, las mismas calles solitarias a esas horas de la tarde, algo extraño. No quería imaginarme la gente que habría por la calle a altas horas de la noche. Bueno, más bien no podía, puesto que estaba segura de que solo habría personas que poco bien les había dado la vida, y que eran de calle desde que usaron la razón por primera vez.

Miré a mi izquierda, y busqué con la mirada la pequeña casa que quería mía. Era distinta a las demás. Pequeña, pero con un amplio patio. Blanca con detalles azules y verdes por todas partes. Y estaba vacía, su fachada triste me lo recordaba siempre que la observaba. Al igual que sus ventanas rotas y la puerta principal que se encontraba ausente. Yo sólo pensaba en mí después de unos años. Sentada en el porche, leyendo un buen libro, con el sabor amargo del café entre los labios. Sin embargo, una parte de mí no creía que conseguiría llegar a tanto. Esa misma parte que me había atormentado demasiado estos meses atrás, y de la que estaba dispuesta a deshacerme en cuanto fuera posible.

Llegué a un semáforo, cruce la calle principal y giré a la derecha directa a mi urbanización. Había unas cuantas casas y luego se encontraba la mía. Todas eran iguales y muy distintas a la del centro. Tenían fachadas nuevas, de ladrillo, y hasta las de más de tres pisos tenían ascensor. La mía, poseía cuatro habitaciones, dos de ellas vacías por ahora, pero mis padres se empeñaban en que querían alquilarlas. Algo que a mi no me hacia gracia por el hecho de tener que compartir baño, cocina, aire... con un desconocido.

Saqué las llaves y las metí en la cerradura, di un par de vueltas a la llave que acababa en punta y empujé la puerta para seguidamente entrar torpemente.

- ¡Hola!- dije dejando las llaves en un cajón del mueble de la entrada. Un gran silencio inundó la casa, ni siquiera se oía un murmullo.

Nadie me respondió. Era algo extraño, ya que a esas horas siempre estaban en casa, y más un lunes. Caminé lentamente hasta el salón y encendí la luz. No había ni rastro de mis padres por ninguna parte y empecé a preocuparme. Si hubieran salido me habrían avisado.

De repente, el teléfono fijo sonó de golpe. Di un pequeño salto y corrí a cogerlo rápidamente.

-¿SÍ?- pregunté al otro lado de la línea.

-Buenas noches, se encuentra en casa algún familiar de...- Lo interrumpí.

-Si, soy su hija. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde están?

-No puedo contarle nada por teléfono, perdone. Acuda lo antes posible al San Vicente.

-¿A San Vicente? ¿El hospital?- pregunté alarmada, aunque ya sabía la respuesta. Antes de dejar que la voz masculina de aquel hombre me inundara de nuevo los oídos, colgué el teléfono, saqué las llaves del cajón y cogí el bus que me dejaba más cerca del hospital.

Llegué corriendo, con la respiración entre cortada, aunque ni siquiera estaba segura de que mi corazón estuviera aún latiendo. Pregunté rápidamente en la entrada y una médico salió de entre un par de salas.

-Lo siento mucho, pero sus padres han fallecido.-hizo una pausa larga mientras yo intentaba procesar lo que decía-. Pero tranquila, la policía hará su trabajo y encontrara al culpable.

- ¿Culpable? ¿De qué?- Llegué al hospital sollozando sin saber muy bien por qué y ahora que sabía el motivo, las lágrimas habían dejado de brotar de mis ojos y solo podía desear encontrarne en mi cama con un mal sueño. Los ojos se cerraban solos y a medida que pasaban los segundos me sentía más vulnerable y cansada. Antes de que pudiera darme cuenta, me encontraba de rodillas en el suelo, con las manos en la cara. Tapando un rostro que ya no quería ver más allá de ellas.

-No sé cómo decirlo lo mejor posible.- dijo la médico, alargando más el asunto.

-Sueltelo.

-Han sido hallados en su coche, con las manos entrelazadas. Lo siento mucho. Ambos tenían profundas heridas en el pecho. Encontraremos al culpable, se lo prometo.

- ¿Es usted novata? – pregunté dolida. - Deje de sentirlo sin ni siquiera conocerlos y no haga promesas que no pueda cumplir.

-Los trajo un chico, de 1'90. Moreno, de ojos claros. ¿Lo conoce?- Dijo obviando lo que acababa de decirla. Hizo una pausa. Y al ver que no pensaba contestarla continuó. – Fue demasiado tarde, hicimos lo que pudimos ¿sabe?- Ni siquiera la seguía escuchando. El continuo ruido de fondo me distraía, mientras miraba a un punto fijo de su bata perfectamente blanca. – Lo siento mucho, de verdad.

- Eso ya lo ha dicho- contesté. - ¿Podrías hacerme un favor? Llama a este número, pregunte por Marga. Explicale todo y dile que venga cuanto antes. No, mejor no se lo digas así, obligala a venir. Un placer oye. Hasta luego. – sentencié. Me miró detenidamente mientras le entregaba el papelito con el número de teléfono pero no dijo ni una sola palabra. Me di la vuelta y me marché.

En un abrir y cerrar de ojos mi vida dio un giro de 360 grados y no tenía a nadie que pudiera ayudarme a enderezarla. 

BesayúnameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora