El Dolor de Serena

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-¡Achí!-

Zara estornudó. Era una mañana fresca, y los gatitos estaban jugando bajo el cerezo. Benito estaba haciendo de perro.

-¡No te quedarás con nuestra casa! ¡Achí!-

Lili esponjó su pelaje y dio un saltito. -*snif* sí!-

Benito tosió. -¡Entonces me las comeré! ¡Rar!-

Empezaron a darse golpecitos pequeños y a dar maullidos emocionados.

Serena miró a Azul. Parecía preocupado. -¿No te parece que están enfermos?-

Serena asintió. -Estaba pensando lo mismo. Pero puede que sea sólo un resfriado, no se ven tan cansados.-

-Supongo, pero de todos modos prefiero no arriesgarme.- Iba a llamarlos de vuelta, pero Serena lo detuvo.

-No, estará bien. Si se empiezan a sentir mal, los revisaré. Ahora, creo que hoy es tu turno de salir a cazar.-

Azul suspiró. -Muy bien, tú ganas. Cuídalos bien.-

-Sabes que lo haré.- Tocaron narices para despedirse y Serena observó mientras Azul escalaba la cerca y pasaba al otro lado.

En la tarde, los gatitos ya no parecían tan energéticos. Las piernas de Benito temblaban, Zara tenía los ojos vidriosos, y Lili parecía estar a punto de desmayarse. Serena los llamó de vuelta, con angustia en su voz.

-¡Lili! ¡Benito! ¡Zara! ¡Se ven muy enfermos! Vengan para que los pueda revisar.-

Tocó la frente de Benito con la cola. Estaba ardiendo con fiebre. Zara y Lili estaban igual. "¡Es mi culpa que estén así! Si los hubiera revisado antes..."

-Creo que ya es hora de entrar.- Dijo con una voz calmada para no preocupar a los gatitos.

-¡Pero queremos seguir jugando!- protestó Zara.

Serena no entendía cómo podía seguir tan energética. Dejó salir un ronroneo. -Pero deben estar muy cansados, ¿no? Tienen una fiebre atroz.-

-Em...no.- Lili miró a Serena con los ojos bien abiertos, para demonstrar que no tenía sueño.

-Sí que lo están. Están muy enfermos. Vamos, a descansar.-

Al acostarse en la canasta, los gatitos, a pesar de que habían protestado mucho, se quedaron dormidos casi inmediatamente. Serena se acurrucó junto a ellos, manteniéndolos calentitos. Por fin había logrado que vinieran a descansar. Pero, ¿Ahora qué? Antes, cuando algún gatito estaba enfermo, los humanos se aseguraban de darle el tratamiento que necesitara. Sin ellos, Serena no sabía qué hacer.

Azul volvió poco antes del anochecer. Los gatitos aún no se habían despertado.

-¡Serena! ¡Qué bueno que estén a salvo! Cuando no los vi afuera, temí lo peor. ¿Qué les pasó? ¿Están bien? ¿Están respirando?-

Serena ronroneó. -Están bien, sólo es un poco de fiebre. ¿Lograste cazar algo?-

-Ah, sí. Pero lo dejé afuera en un pánico. Espera, voy a buscarlo.- Salió por la ventana.

Azul volvió con dos ratones en la boca. Los dejó al lado de Serena. -Ten. Yo estoy bien, ya comí.-

-No. Los gatitos lo necesitan más que yo. Esperemos hasta que se despierten.-

Los gatitos no despertaron durante toda la noche, y Serena y Azul se quedaron dormidos mientras esperaban.

Serena se despertó con la luz que se filtraba por su ventana. El sol ya estaba asomándose por encima de las casas, y los gatitos aún no se habían despertado. En ese instante, toda la ansiedad de la noche pasada volvió. Benito, sintiendo cómo se movía su madre, se levantó.

Ciudad de los Gatos (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora