La Voz de Día

23 4 9
                                    

Noche parecía estar distinto.

Se pasaba el día mirando la nada, pensando en algo. Su mente parecía estar en otra parte.

Ahora, cuando salía con su hermana, no lo disfrutaba tanto como antes. El sólo hacía las cosas distraídamente, y ella lo seguía. Un día, decidió preguntarle lo que le pasaba.

"¿Que?" respondió Noche, volviendo de su trance. "Ah, no es nada... sólo estoy pensando en... Bueno... No necesitas preocuparte por eso. En verdad no es nada importante."

Sólo por un segundo, Día vio cómo una luz iluminaba sus ojos; una que no había visto en mucho tiempo. Aunque Noche no quería contarle lo que sucedía, ella podía adivinar lo que estaba pensando.

"Cuéntame sobre el Canto."

"Que?"

"Cuéntame sobre el Canto. Te ves tan feliz cuando cantas. Quiero saber cómo se siente."

"Ah. Pues es un poco difícil de explicar. Es como escuchar a muchos gatos gritando... o algo así. Es muy emocionante, y sientes muchas cosas, y...ay, no sé cómo explicarlo. Es algo que tienes que vivir."

Día bajó la cabeza, lamentándose. "Pero no lo puedo vivir."

Noche la miró con compasión. "Lo siento."

"Está bien. Olvídalo." Sonrió, intentando parecer más despreocupada. "Lo entiendo, es algo difícil de explicar. No importa. Sigamos cazando."

Cazaron hasta el atardecer. Noche intentó mantenerse enfocado, pero Día podía ver que le costaba.

Esta vez no cazaron mucho, solamente un ratón. Al anochecer, fueron al tejado para escuchar el Canto. Noche cantó, y Día lo observó. Aunque ella no podía escucharlo, disfrutaba ver como su hermano se apasionaba al cantar. Sus orejas estaban en alto, y movía la cola de un lado para otro. En sus ojos se podía ver la alegría que le provocaba su canción.

Día quería sentir esa alegría inmensa. Intentó agudizar sus oídos, pero no escuchaba nada más que el silencio que la había seguido toda la vida.

Se rindió, y se limitó a observar las estrellas. Estaba feliz por su hermano, pero desearía tener algo que le diera ese nivel de emoción. Bajó la cabeza y cerró sus ojos, entrando en un vacío, donde no sentía nada. Sólo el aire nocturno rozando su piel. Se dejó llevar por él. Estaba cayendo...

Cayendo...

Se despertó con su hermano encima de ella. "¡Por fin despiertas!" dijo. "El Canto terminó. Vamos adentro, ¿sí?"

Volvieron al cuarto. Noche se desplomó en la cama y se durmió casi inmediatamente, pero Día no tenía sueño. Decidió salir a explorar y a pensar.

Caminar en la oscuridad le resultaba difícil y cansador. Sin la ayuda de sus ojos, necesitaba concentrarse únicamente en el olfato. Por suerte, esta noche había luna llena, que le daba suficiente luz como para poder ver.

Subió al techo de nuevo y observó las calles que la rodeaban. Todo estaba quieto. Todo, excepto la silueta de una gata que caminaba en las sombras. Daba pasos ligeros y andaba con el cuerpo pegado al suelo. Parecía estar escondiéndose de algo.

Curiosa, Día saltó del techo y caminó hacia donde estaba. La gata se dio vuelta de inmediato, con las pupilas dilatadas de miedo. Al darse cuenta de que Día no era peligrosa, miró alrededor y se acercó con cautela. Por los movimientos que hacía con la boca, Día se dio cuenta de que estaba intentando hablarle, pero no la entendía.

La gata levantó la cabeza, escuchando atentamente a sus alrededores. De repente corrió a esconderse bajo el porche de una casa. Después de unos segundos, saco la cabeza y miró a Día, alarmada. Al parecer quería que ella se escondiera también.

Día la siguió, y unos segundos después, aparecieron las enormes patas de un perro en la calle.

El lomo de Día se encorvó y sacó las garras. El perro, capando su olor, se acercó a donde estaba escondida. La otra gata tocó a Día con su cola. No habló, pero su mirada le transmitía todo:

"No te asustes. Quédate quieta y relajada. Es la única manera de salir de esto."

Día respiró hondo e hizo que su pelaje se relajara. En ese momento, el perro pareció perder el rastro. Olfateó el piso por un tiempo, intentando encontrarlo de nuevo, pero luego levantó la cabeza. Se quedó mirando algo en la distancia, algo que parecía llamarlo, atraerlo. Se devolvió corriendo por la calle poco después.

Las dos gatas salieron del porche. En la luz de la luna, Día podía ver mejor a su compañera. Era de un color gris claro, con unas patas más oscuras, y unos ojos amarillos que resplandecían en la oscuridad.

Aún quedaba un fuerte olor a perro. Día no estaba convencida de que estaban a salvo. Saltó encima de la valla que llevaba a su casa y se dio vuelta, esperando a la gata gris. No quería dejarla afuera en el peligro.

La gata la miró confundida, y le intentó decir algo de nuevo. Día no sabía cómo comunicarle que no la podía escuchar. Pero por lo menos esta vez pareció entender lo que quería y la siguió.

¿Ahora qué? Prefería no llevarla hacia el cuarto en donde estaba Noche, y tampoco le gustaba la idea de vagar por los otros cuartos de la casa en plena oscuridad. Decidió que ir al techo sería la mejor opción.

Subieron. Desde ahí se podían ver incontables estrellas iluminando los alrededores. Día se acostó, escondiendo sus patas bajo su cuerpo. Miró a la gata. Sus ojos estaban brillando, y su boca se movía. Le estaba hablando de nuevo.

Día bajó la cabeza, avergonzada. No sabía cómo decirle que no podía oírla. Seguramente pensaría que la estaba ignorando...

Levantó la cabeza y la miró de nuevo. Ella también la estaba mirando, pero no parecía ofendida. La punta de su cola se movía levemente, y su cabeza estaba ladeada hacia un lado. Parecía estar preguntándole:

"No me escuchas, ¿verdad?"

Día sacudió la cabeza. Por sólo un momento, la expresión de la gata cambió. Parecía compadecerla. Mirándola así, se parecía un poco a Noche.

Pero luego esa mirada de lástima desapareció, volviendo a su estado original. Le sonrió y se acostó a su lado. Estando tan cerca, Día podía sentir su respiración, y las vibraciones que su cuerpo hacía al ronronear. Podía sentir sus latidos, y el calor que emitía su piel. Le transmitía una calma difícil de encontrar en estos tiempos. Quería que este momento durara para siempre...

Cerró los ojos y se durmió fácilmente, sumida en aquella tranquilidad.

Al despertar, Noche estaba parado frente a ella, y la gata había desaparecido por completo. "¿Día? ¿Has estado aquí toda la noche? ¿Qué pasó?"

"Nada. Sólo que no podía dormir anoche, así que vine aquí para pensar."

"Guau. ¿No tenías frío? Bueno, supongo que no importa. Ya amaneció, vamos a buscar comida."

Salieron a cazar de nuevo, pero esta vez era diferente. Día se sentía liviana, como si fuera una pluma. Siguió a su hermano, acompañada por el recuerdo de esa misteriosa gata gris que había conocido la noche anterior.

Ciudad de los Gatos (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora