La Inocencia del Pasado

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Agachados en su jardín, Benito y Zara hablaban con voces bajas.

-Estás loco?- Dijo ella. -Salir a cazar en lugar de nuestros padres... ¿Cómo?

-Por favor, Zara. Mamá está muy ocupada cuidándonos, y nosotros no hacemos nada por ella. Imagínate lo feliz que estará cuando volvamos con una paloma.

-Pero no sabemos nada sobre cazar, ni de escondernos bien. ¿Y si nos pasa algo?

Benito solo le dio una mirada suplicante.

Zara le dio la espalda. -Está bien. Jugaré tu juego. Pero cuando volvamos heridos, no me culpes a mí.

Benito sintió cómo las palabras de su hermana le envenenaban. Imaginó tener que abandonar su cuerpo inmovil, dejando huellas de sangre tras él.

Un terror profundo lo invadió, pero ya era muy tarde para arrepentirse. -Bien. Saldremos al anochecer.

***

Esa noche, dos figuras salieron de la casa de gatos plateados. Aunque sus pelajes eran aquellos de una raza pura, se movían con torpeza, tropezándose con cada paso.

El más pequeño, un macho plateado de pies a cabeza, elevó sus ojos al cielo, esperando que se acostumbraran a la escasa luz. La más grande, una hembra del mismo color plateado, pero con acentos blancos, permanecía inmóvil a su lado.

La hembra rompió el silencio. -¿Que ves?

El macho agitó las orejas, sus ojos fijos en el horizonte. -Nada. No veo nada. Vamos.

Corrieron de una sombra hacia otra, pausando de vez en cuando para escuchar y olfatear.

No repararon en las enormes figuras en cada rincón, atraídas al movimiento como polillas a la luz.

Medio mundo se dio cuenta de su presencia.

Sus patitas resonando en el asfalto.

Sus colitas alzadas con orgullo.

Las mandíbulas de sus perseguidores derramaban saliva, sus cuerpos tiritaban con anticipación. Seguían a su presa a un ritmo constante, manteniendo distancia. Cuando los gatitos levantaban la cabeza, ellos se detenían. Debían tener sumo cuidado. Tensaban sus músculos y se relamían la boca, recordando aquella deliciosa sensación. Cuando sus dientes hallaban carne, y sentían cómo la vida se escapaba de la presa. El cuerpo se enfriaba y se volvía tieso. No había sentimiento más placentero en todo el mundo. "Aún no" se decían a sí mismos. "Espera el momento justo."

La presa dobló una esquina. Los cazadores se quedaron quietos, observando sus movimientos en silencio. La presa detectó a un animal escondido. Empezó a acechar.

La presa tenía la mirada fija en su comida. El cazador saltó.

-Azul! ¡Despierta!

El grito de Serena hizo que Azul se pusiera de pie de un salto. -¿Qué pasó?

-Zara y Benito! -Exclamó Serena. -No están!

-¿Que? ¿Huyeron? O... Bueno, no importa. ¡Voy a buscarlos!

-Voy contigo.

-Que? No. ¿Qué pasa si vuelven y no estás aquí?

-Y qué pasa si están en peligro? No podrás protegerlos tu solo. -Sin decir más, Serena salió disparada hacia la calle. Azul la siguió.

-Zara! Benito!- Los ojos de Azul se movían de un lado a otro, desesperado por encontrar a sus hijos.

"Cálmate." Se dijo a si mismo. "Cálmate y concéntrate. Rastrea su olor."

Ciudad de los Gatos (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora