Capitulo 4

26 2 0
                                    

Lana se incorporó mientras calculaba todas las posibilidades. Nadie la obligaba realmente a contar nada ni a hacer algo que no quisiera. Tan solo bastaba con decirle que no estaba interesada y el dilema acababa allí. Pero estaba claro que esa era una mentira. Se sentía verdaderamente intrigada por la irritabilidad que le provocaba el vecino. Se mordió el labio angustiada porque sabía que estaba atrapada.

-¿Qué es lo que realmente quieres? -Le preguntó.

Leandro la miró confundido.

-¿A que te refieres?

-A eso. A que es lo que esperas de mí. ¿Que pretendes con este jueguito?

-Me encantaría saber por qué eres tan gruñona. Por qué pareces estar triste todo el tiempo. No lo sé, me llama la atención. Eso y que aparte estas que te prendes fuego. -Respondió con honestidad. 

Lana no esperaba una respuesta como esa. Algo en su estómago desapareció, no sabía exactamente qué. Tragó saliva e hizo lo único que sabía hacer.

-Yo no soy un experimento ni un misterio a resolver. No busques entretenerte conmigo. -Le espetó. -No tengo tiempo para eso, no soy un puto payaso de circo.

-¿Por qué estas tan a la defensiva? Te he dicho, básicamente, que me pareces hermosa y a ti te queda que te vi cara de Miliki. -Lejos de verse molesto por la respuesta de la muchacha, Leandro parecía divertirse con tanto ladrido de su parte. -Me da la sensación de que estas mas acostumbrada a que te lastimen que a que te digan halagos.

-¿Y a ti que más te da? ¡No es de tu incumbencia! 

Una vez más Lana intentaba escaparse de aquel muchacho que tanto la provocaba. Se dio vuelta y camino tan rápido como le permitían sus pies. No quería exponerse aún mas frente a él, estaba claro que podía leerla más de lo que le hubiese gustado nunca. Y es que a Lara le encantaba mantener una barrera entre ella y el resto del mundo. Se sentía mucho más segura de esa forma.

Leandro la alcanzó en cuestion de segundos sin esfuerzo alguno.

-¡Jesus! ¿Es que vas a seguirme por todos lados? -Exclamó irritada.

-¿Recuerdas que mi casa queda al lado de la tuya? -Respondió casi riendose.

Maldita sea, pensó. Estúpido Leandro.

Cuando llegaron a sus respectivos hogares, Leandro se despidió recordándole que al dia siguiente tendrían su primera cita de la semana. Ella le respondió con un portazo. Fue casi corriendo a su habitación, se arrojó en la cama, se tapó la cara con la almohada y gritó expulsando su rabia y frustración por sentirse tan vulnerable frente a alguien que había visto tan solo en dos ocasiones. 

-¡POR QUÉ DEMONIOS NO PUEDO CONTROLAR MIS EMOCIONES! 

Un inesperado llanto le brotó desde el centro del pecho y lo dejo salir tan sólo porque ya no tenía fuerzas para frenar nada. El odio hacia sí misma por  no poder ser lo fuerte que deseaba la corroía. Todo era demasiado, todo lo que le venía sucediendo últimamente era más de lo que podía tolerar y lo llevaba en la espalda porque no tenía alternativa, pero pesaba demasiado. En algún momento tanto silencio le pasaría factura, pero le resultaba imposible descargarse. No creía que nadie pudiese entenderla. Las pocas veces que intentó desahogarse se sintió juzgada y simplemente desechó la idea. ¿Para qué exponerse? 

En algún momento, sin querer, se quedó dormida. En sus sueños tan solo hubo tormentas, tempestades. Y entre las nubes negras, un rostro que parecía buscarla, amenazarla. Era su rostro. Ella sabía que el pánico tenía nombre y aunque intentaba ignorarlo, seguía allí. Cazándola. Nunca la dejaría en paz. Lana sabía que era cuestión de tiempo.

SálvameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora