Capítulo 9

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Leandro abrió la puerta y Lana quedó impresionada. No era una casa lujosa pero sí muy bonita y a primera instancia transmitía calidez. Allí vivía una familia que expresaba su amor.

En el sector izquierdo se encontraba el living con un hogar en medio de la pared. Tres sillones -uno de tres cuerpos y dos de uno - rodeaban una mesa ratona hexagonal de madera color caoba y vidrio. En la pared diagonalmente opuesta, donde estaba la puerta de entrada, colgaba una televisión LED gigante. Bajo ésta un mueble largo y bajo, del mismo material de la mesa, albergaba varias consolas de video juegos y algunos juegos de mesa. Sobre el mismo mueble había algunos porta retratos con fotos familiares. Lana se acercó inconscientemente hacia ellas. Un niño de cabello oscuro y hoyuelos le sonreía seductoramente a la cámara. En otra, dos niños distintos al de la primer foto jugaban en la playa. La niña llevaba un sombrero a punto de volar con el viento. Miró un poco más y vio a quien parecía ser Leandro adulto besando la mejilla de una muchacha que sonreía con hoyuelos y ojos cerrados. Llevaba un gran lunar en la ceja izquierda.

Por el tinte de la foto supo que se trataba de los padres de su vecino y se sorprendió con el parecido que Leandro y su progenitor compartían.

—Eres igual a tu padre... —Dijo casi en un susurro.

—Me lo dicen todo el tiempo. —Respondió dese la cocina.

Lana giró sobre si misma para continuar admirando el hogar. Detrás del sofá más grande había una escalera que parecía conducir a las habitaciones. A su derecha, conectándose con el living, estaba el comedor, con una gran mesa de vidrio reluciente y sillas recubiertas con tela blanca. Este, a su vez, se conectaba con la cocina; apenas estaban separados por un largo desayunador recubierto en madera lustrada.

La casa era preciosa y estaba diseñada para una familia unida. Las paredes del comedor, pintadas en colores cálidos, iban llenas de fotos en diferentes tamaños.

A Lana se le removió algo en el pecho pero no supo por qué. Se encaminó hacia la cocina donde Leandro ya se había puesto manos a la obra.

El mármol combinaba perfectamente con el mueble bajo mesada que rodeaba casi toda la habitación. Nuevamente la madera lustrada se hacía presente. Había una isla en el medio donde el muchacho trabajaba concentrado. Lana lo observó un momento. Por los ingredientes que veía, Leandro no parecía estar preparando la cena.

—¿Qué es lo que cocinas?

—Mi especialidad, —respondió sin levantar la vista. —galletas de chocolate.

Ella lo miró sorprendida.

—¿Cómo?

—Galletas. De chocolate. Son ricas.

—¿Me estás tomando el pelo? —La muchacha ya se estaba irritando nuevamente. No le tomaba demasiado con lo que había presenciado afuera. Solo necesitaba una excusa.

—Mira, honestamente, no soy muy bueno cocinando. A juzgar por la expresión que tenías afuera, no hubiese sido sensato darte algo con gusto a porquería. —Se excusó mientras se rascaba distraídamente la barbilla. —Así que mientras esperamos al delivery que ya pedí, te estoy cocinando lo único que sé hacer y que creo que te vendrá de maravillas.

La muchacha parpadeó. No esperaba esa respuesta.

—¿Te gusta la comida china? Espero que sí porque ordené un chao fan y un chao mien mixtos, por si acaso alguno no te gustaba. —Él levantó la vista en busca de su aprobación pero no esperaba ver la estupefacción en el rostro de Lana. —No me digas que no te gusta la comida china...

Había malinterpretado su expresión, claro estaba. Lana movió los labios, intentando articular palabra pero no lograba decir nada. Leandro, que apenas la conocía, quería ocuparse de ella, hacerla sentir mejor...

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