Capítulo 8

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Lana recobró la conciencia pero no abrió los ojos de inmediato. Se sentía demasiado a gusto. El frío helado de la noche había quedado en el olvido y un tibio calor reparador la envolvía junto a unos sólidos brazos. No recordaba la última vez que se había sentido tan a gusto.
Bostezando suavemente abrió los ojos y observó donde se encontraba. El sillón gris plomo de su sala de estar asomaba bajo sus piernas, enredadas con otro par. Reconoció el calzado negro, violeta y celeste de Leandro. Él la envolvía con sus brazos y la estrechaba contra su cuerpo de manera protectora. Lana no tenía idea de que hacían en el living de su casa pero agradeció infinitamente la sensación que le provocaba la cercanía con el muchacho.
Leandro se había quedado dormido en algún momento mientras la cuidaba. Una sensación extraña removió todo en su interior. Levantó la vista cuanto pudo, no quería despertarlo. Las facciones del muchacho eran aún más bonitas con la calma del sueño. No podía negar ni un minuto más todo lo que esos labios le hacían sentir. Nacía dentro de su interior una atracción casi animal. Quería ceder ante el impulso como antes, toda ella, todo su cuerpo se lo estaba implorando pero sabía que no podía... No debía...
La angustia se apoderó de ella; la culpa, poderosa, la invadió por completo. Allí estaba Leandro, tan cuidadoso, tan precioso y ella ni siquiera le había hablado de Facundo.
Peor aún... Había presenciado una de sus peores crisis.
Comenzó a sentir el cuerpo pesado, como plomo. De pronto, el mundo volvió a sentirse inmenso y aplastante. Una fuerza ajena a ella la empujaba hacia abajo y un ya conocido letargo la obligó a cerrar los ojos. Lágrimas calientes brotaron y reprimió un sollozo de frustración.
Si tan solo pudiera quedarse así, en esa posición, toda la vida...
Leandro se removió y la apretó aún más contra sí. Lana se vio obligada a colocar una pierna encima de la suya para no estar incómoda. Él emitió un sonido extraño, similar a un gemido de placer.
La muchacha se debatía entre su cuerpo y su mente: el primero comenzaba a arder ante el deseo de lo que consideraba prohibido. La segunda, por el contrario, liberaba un entumecimiento cuasi extremo. Le suponía un esfuerzo tan solo inclinar la cabeza para observar a Leandro.
Cuando se sentía así solía quedarse quiera por varias horas. No se movía ni siquiera para ir al baño, como si algo externo la paralizara. Esto no aliviaba su dolor interno o le quitaba, eventualmente, el sopor que la dominaba, pero evitaba que se incrementaran estás sensaciones. O al menos eso se repetía internamente.
"Solo debo descansar un poco más".
La creciente nada la consumía y entonces todo perdía sentido. Prácticamente nada lograba sacarla de ese estado pero ahí estaba él con su calor y los latidos de su corazón, pujando por penetrar la niebla en la que se sumía su alma. Sus brazos la sostenían con una fuerza que parecía tener el poder de juntar todos los pedazos rotos.
Cerró los ojos un momento. Respiró la calma que desprendía la tranquila respiración de Leandro. ¿Podía imaginarse que alguien como él estuviera interesado en ella? Le resultaba increíble... Casi milagroso. Lana conocía el tipo de chicos que se le acercaban y su vecino no parecía ser uno de ellos.
El timbre la sacó de sus pensamientos. La alarma interna que poseía la muchacha se disparó inmediatamente. Su respiración se agitó al instante. Sabía quién se encontraba detrás de la puerta. Tenía que esconder a Leandro, de ser posible, sacarlo de ahí sin que Facundo se diera cuenta.
—Leandro. Leandro despierta... ¡Despierta! —Lana lo sacudió con premura. —¡Vamos! Necesito que salgas por la puerta de atrás.
Su vecino somnoliento se estiró con una tranquilidad que desquició a la pobre muchacha. Al mismo tiempo Facundo mezclaba timbre con aporreos a la puerta.
—¡Por favor Leandro! ¡Debes irte por atrás! Si te ve aquí... —Lana dejó la frase en el aire, no quería volver a entrar en pánico imaginando el resto.
—¿Estás hablando seriamente? —Le preguntó indignado. —¿Quieres que me vaya como un delincuente?
—Perdón, por favor perdóname, pero si Facundo te ve aquí no sabré como explicárselo... —La angustia de Lana crecía segundo a segundo y los aporreos no ayudaban. —Por favor te lo ruego, vete...
—¡LANA! ¡ABRE LA PUERTA! —Ahora su pareja gritaba con furia. —¿CÓMO SE TE OCURRE IRTE DEL HOSPITAL SIN AVISARME? ¡ME HICISTE VER COMO UN IDIOTA!
Lana tragó saliva. Cada grito se clavaba dentro suyo como una espada al rojo vivo. O sacaba a Leandro de ahí o la cosa se pondría fea.
—No voy a dejarte sola con semejante loco. —Le respondió él con determinación, incorporándose y dirigiéndose a la puerta. —Le voy a explicar algunas cosas a tu novio...
—¡Ni sé te ocurra! —La situación se le estaba saliendo de control. —Por favor hazme las cosas más simples, vete. Te prometo que luego me junto contigo y te explicaré todo, pero ahora déjame sola... Por favor Leandro...
Algo en la forma en la que lo miraba obligó al muchacho a desistir en su intento de enfrentar a Facundo. Lana suspiró con alivio y acompañó rápidamente a su vecino a la puerta trasera mientras continuaban los gritos en la parte de adelante.
—Si te toca un solo cabello, Lana, juro que... —Le dijo cerrando los ojos, controlando su voz. —Prométeme que no lo ocultaras...
Lana le dio un beso en la comisura de los labios en respuesta. Se moría por besarlo con pasión, pero era momento de despedirse y quería agradecerle ser tan comprensivo con ella.
—No me pasará nada, es un poco temperamental, nada más. Tú ve, luego te llamo.

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