Capítulo 7

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Lana intentaba con todas sus fuerzas conectarse con la realidad. Se sentía encerrada en su propia mente, como si existiese una habitación en la misma, sin puertas ni ventanas. Un cubículo oscuro y frío. Sabía lo que sucedía por fuera y sabía las consecuencias que eso traería. Por dentro lloraba porque no podía explicarle a nadie lo que le estaba sucediendo. Por fuera su cuerpo se contraía por completo y temblaba, su cerebro le hacía creer que no tenía aire, sus uñas se clavaban con fuerza contra la piel de sus palmas en un intento de sentir algo real en toda esa convulsión de angustia. No sabía exactamente si estaba gritando de verdad o sólo estaba haciéndolo dentro de su mente. El tacto de otros parecía quemarle la piel. 

No quería pensar en lo que le había provocado la crisis pero escuchaba los golpes contra las paredes de su cubículo. Era su temor haciéndose carne, convirtiéndose en demonio queriendo devorarla. Sentía que si dejaba de luchar, si dejaba de intentar contenerse entre las cuatro paredes, no iba a poder tolerar el dolor que aquel demonio podía infringirle. La vida suponía una agonía interminable e ilógica y su mente colapsada estaba diciendo BASTA.

Entre tanta oscuridad había una voz que peleaba por cruzar la barrera. Lana intentaba descifrarla, intentaba entender... Algo en el tono, el sonido que producía, le decía que tenía que escuchar, tenía que esforzarse...

-¡No voy a irme a ningún lado! ¡Quiero saber qué le está sucediendo!

Había enojo en esa voz. Había angustia. Lana hizo un esfuerzo por decirle que todo se acabaría pronto, que no debía preocuparse... Después de todo, su cuerpo estaba muriendo. Pero no pudo conectarse con su boca, no había voz en su interior mas que para gritar.

-Solo esta llamando la atención, es un caso típico de estrés. -Una voz que no conocía respondía con hastío. 

Tan fácil era juzgar... Si tan sólo supieran que Lana moría por dentro, que todo ello le suponía una agonía inmensa y que todo empeoraba al saber que tenía público espectador. 

-Siempre resulta en lo mismo. Así que puedes irte, nadie te necesita por aquí. Yo me ocuparé de ella.

Esa voz... Lana hizo un click mental y ya no pudo contener nada más. Las paredes de su habitación cayeron al mismo tiempo y el pánico arrastró toda su cordura, o lo que quedaba de ella. Fue como tomar las riendas de un caballo completamente desbocado. 

-¡NO ME TOQUEN! ¡DEJEN DE TOCARME! ¡NO QUIERO QUE ME TOQUEN! -La garganta le quemaba de tanto gritar y no podía respirar adecuadamente por culpa de la congestión nasal provocada por tanto llanto. No recordaba haber llorado, no sabía si seguía haciéndolo pero evidentemente había sucedido. En algún momento le habían atado las muñecas a la cama de hospital en la que se encontraba. Luchaba y luchaba porque aún intentaban sujetarle el resto del cuerpo y pretendían inyectarle sedantes concentrados, Lana los odiaba. Le provocaban lagunas enteras y sopor durante horas. La hacían sentir inútil, enferma, dependiente. Le recordaban lo débil que había sido al caer en una nueva crisis.

Finalmente, con la ayuda de cinco enfermeros, pudieron inyectarla y poco a poco la muchacha fue perdiendo la fuerza atroz que la ansiedad y el miedo a morir le habían proporcionado. Aún agitada y con el sollozo ya consciente en el pecho miró a su alrededor. Estaba en una sala de guardia claramente porque había varias camas, aunque vacías. No veía a Leandro por ninguna parte y tampoco escuchaba su voz. ¿Se habría ido? Una nueva oleada de angustia la golpeó. Su vecino había visto su locura. Podía tolerar levemente hacer el ridículo frente  a él pero esto... Se sentía expuesta como pocas veces, indefensa, se sentía sumamente avergonzada y sólo podía apuntar a esconderse en un rincón hecha bolita y no moverse de allí nunca más.

Las lagrimas se perdían en su cabello, tibias como su dolor. Y entonces lo vio.

En un extremo de la habitación se encontraba una doctora de espaldas a ella, hablando aparentemente bajo con nada mas y nada menos que Facundo... Su ¿ex? 

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