Capitulo 16

13 2 2
                                    

Se tumbaron sobre la cama mientras continuaban besándose.

¿Qué hiciste? Se gritaba a sí misma.
¿Era eso lo que sentía verdaderamente? ¿No se había apresurado demasiado? ¿Se había dejado llevar más de la cuenta?
Su respiración se aceleró y no a causa del beso que se estaban dando.
¿Qué debía hacer? No podía evitar las mil y una preguntas que surgían a la velocidad de la luz. Estaba casi segura, con cada segundo que pasaba, de que había cometido un error. Leandro definitivamente iba a salir corriendo. No lo había hecho aún porque era educado.
El pánico caló en su pecho, marcando el ritmo de sus pulsaciones.
Ya sin poder tolerarlo, se separó de su vecino en busca de oxígeno.
—¿Estás bien? —Le preguntó preocupado.
—No puedo respirar —Lana sabía qué sucedería a continuación y eso solo empeoraba las cosas —, Dios, me voy a morir...
Tironeó del cuello de su remera en un inútil esfuerzo por aligerar la presión angustiante en su garganta. Con cada segundo que transcurría, le costaba más y más ingresar el aire en sus pulmones.
Esto no me puede estar sucediendo, no ahora...
Leandro no sabía bien cómo reaccionar, temía hacer algo que empeorara la situación. Abrió la ventana situada por sobre la cabecera de su cama para ayudar con el flujo de aire. Lana comenzaba a retorcerse y a boquear sonoramente.
—Oye, Lana, mírame —puesto que no tenía idea sobre qué hacer, comenzó a improvisar —. Preciosa, mírame. Concéntrate en mí.
Lana intentaba aferrarse a la realidad con todas sus fuerzas. Lo miró con angustiosa tortura mientras se esforzaba por respirar. Su cuerpo vibraba gracias a los temblores que el terror a morir le generaba.
Con cuidado, Leandro la orientó hacia la ventana abierta, colocando su espalda contra su pecho. Situó sus brazos sobre los de ella y comenzó a respirar profunda y suavemente en el oído de la muchacha.
—Cuenta conmigo, amor, vamos —le susurró —, uno, dos, tres...
Repitió y repitió para crear un ritmo seguro. Lana se concentró en el movimiento ascendente y descendente del pecho de su vecino.
—Uno, dos, tres...
Cerró los ojos y apretó los párpados.
—Uno, dos, tres...
La respiración de Leandro comenzaba a darle sentido a todo.
—Uno, dos, tres...
Respira Lana, está todo en tu cabeza. No te vas a morir.
—Uno, dos, tres... ¿Va mejorando?
Podía sentir como el oxígeno penetraban poco a poco en sus pulmones. Las lágrimas empañaban su vista, pero poco importaba. Él ya había visto su peor costado.
Respiró una y otra vez, dejando que el pecho del muchacho le marcara el camino.

Bien, así me gusta —continuó —. Tú puedes preciosa, tú puedes.
La vergüenza poseía su alma, como con cada episodio. Se sentía patética, idiota, rota. Fallada de fábrica. ¿Como Leandro podía elegirla de esta forma? Era claro que eventualmente iba a irse, de alguna u otra forma.
—No llores, está bien —Leandro realmente estaba más preocupado por estabilizar la que cualquier otra cosa —. Estás conmigo, en mi casa, nada malo va a sucederte. ¿Puedes entenderlo? ¿Sabes que te encuentras a salvo?
Lana espero a recuperar un poco más el aliento para asentir. No había peligro físico, eso era claro para la muchacha. Pero el terror al abandono era... Mínimamente, sofocante.
—¿Qué sucedió? —Preguntó con angustia —¿Quieres hablar sobre eso?
—No, yo...
—Puedes decirme lo que sea, Lana. Ya te lo dije.
Aún inflamada por todo el escándalo, Lana lo miró con cruda intensidad. Quería entender por qué aún después de tanto drama, él continuaba mirándola como si fuese algo precioso y delicado, y no como una desquiciada.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¡Perdón!¡Soy una idiota! —Le respondió, estallando.
—¿Te pusiste así por lo que dijiste? —Leandro la colocó contra su pecho, con delicada ternura.
—¡Se me escapó! ¡Te juro que se me escapó!
Oye, relájate, aún estás muy tensa —le acarició el pelo para transmitirle algo de calma.
Como Lana no lograba controlar su estado, Leandro la dejó con cuidado, buscando una alternativa que pudiese contribuir a mejorar su estado. Se acercó a su computadora y luego de unos instantes Coldplay llenaba el espacio vacío que dejaban los sollozos de la muchacha.
Volvió a sentarse a su lado, esta vez la acomodó hasta quedar frente a frente.
Lana estaba hecha un trapo de piso. Tenía la cara roja como un tomate e hinchada luego de tanto llanto y esfuerzo. Parecía como si apenas pudiese mantenerse erguida; peor aún se veía como si estuviese utilizando cada gota de energía restante para evitar desfallecer. Leandro, después de tantos encuentros con la personalidad volátil de la muchacha, aventuraba que el orgullo de Lana la obligaba a mantener una postura de "yo todo lo puedo" aún cuando ya no le quedaba resto para seguir funcionando. Algo en esa actitud estoica que la compelía a mantenerse consciente le generaba tanto admiración como pena. Sabía que tanto esfuerzo sólo podía significar una cosa: nadie podía aguantar eternamente.
—Ven —le pidió, abriendo los brazos —, ya puedes tranquilizarte, todo está bien.
—No, necesito explicarte... —Lana se resistía, con lágrimas aún manchando su rostro —No quiero que pienses que... No se, soy muy intensa o que quiero casarme o que estoy loca...
—Lana, frena —Leandeo se puso muy serio. Necesitaba ser claro y aunque se sentía seguro, una energía abrumadora le recorría por las venas, haciendo vibrar extrañamente cada rincón de su cuerpo —Eres intensa, sí, pero eso no tiene que significar algo malo. Creo que eres quién eres y para mí eres maravillosa. Si tienes problemas con la intensidad, déjame aclararte algo: sólo significa que amas aún más que los demás y cuando sufres pues... Te duele el doble.
"Paradise" sonaba mientras lana impregnaba su rostro con sorpresa. Su corazón le saltaba del pecho; no era para nada lo que esperaba oír. Se preguntó, incluso, si todo ese discurso no era parte de un sueño hiperrealista.
¿Estoy en una película? ¿Acaso soy un personaje que no es consciente de estar viviendo en una ficción, como Sofía en "El mundo de Sofía"?
—¿No crees que hay algo malo en mí? ¿Que estoy rota? —Preguntó con un hilo de voz, temiendo la respuesta.
—Lo único malo en tí es todo ese dolor que vas cargando, que no sé de dónde viene, pero veo que te está envenenando —los ojos de su vecino la observaban con una profundidad penetrante. En el intercambio que estaban manteniendo existía una intimidad que Lana no recordaba haber tenido con nadie, ni siquiera con Facundo. Era como un sentido, una dirección y una verdad: confianza. Lana era como un cachorro maltratado que comenzaba a vislumbrar el amor real.
El sentimiento le resultaba sumamente intenso.
—Eres increíble —continuó —, y no deberías avergonzarte por absolutamente nada.
Ella sonrío tímidamente. ¿Cómo no sentir lo que sentía por Leandro cuando solo había intentado hacerla sentir bien consigo misma?
—Te amo —finalizó.
Lana permaneció en silencio durante largos minutos. Ya no lloraba, solo buscaba en los ojos de su vecino la verdad. Él, sabiendo lo que ella buscaba, sostuvo la mirada con calma, queriendo decir con sus ojos lo increíble que era para él, lo irreal de todo, lo mágico, lo cursi, inclusive.
—¿Estás seguro? —Preguntó sin pestañear. No era una duda, sino la exigencia de una promesa.
—Completamente.
—¿No crees que estamos yendo muy rápido?
—Si, pero creo que no existe un manual en cuanto a tiempos y formas. Lo que sucede, pues, sucederá. Particularmente querida me siento muy feliz por haberte encontrado.
Leandro esbozó una sonrisa de oreja a oreja; sus ojos brillaban con verdadera alegría porque comprendía que aquella muchacha desecha iba a amarlos justamente con la intensidad que estaba necesitando.
Ella no pudo resistirse y se arrojó contra él, buscando los labios de quién acariciaba su alma. Él le correspondió instantáneamente, infalible e inexorablemente.
Lana ya no tenía su remera encima, esperaba en el suelo cuando la puerta del cuarto de Leandro se abrió.
Una bestia iracunda rugió en el interior de la muchacha cuando se golpeó contra la pared al rodar en la cama para intentar cubrirse.
Al enfocar la vista tuvo que utilizar todo su poder de autocontrol para no soltar toda clase de improperios; Renata estaba en la puerta con una mano en el pomo de la misma.
Las mejillas de la inoportuna muchacha ardían rojas, pero no por pena.
—¡Ay Leo! Lo siento, no sabía que estabas ocupado —dijo, fingiendo sorpresa. Leandro parecía estar en shock, tenso por la energía que emitía Lana —. Me olvidé unas leggins la última vez que estuve aquí y realmente las necesito; son las únicas que me permiten una gran apertura de piernas con comodidad.
Renata acentuó las palabras justas con un tono sexy y para Lana fue demasiado. Intentando que no se notará su falta de energía, repto hacia el borde de la cama. Leandro la frenó justo antes de que la muchacha cayera de frente al suelo.
—Oye, ¿estás bien? —Fingió preocupación —Te ves... Mal.
—Eres una... Una... —Lana no lograba encontrar un adjetivo apropiado para describir la forma en la que percibía a Renata.
—No quedó nada aquí, Nat, te agradecería que nos dejaras solos, por favor —Leandro no sabía cómo salir de semejante situación.
—Pero realmente necesito las leggins...
—Renata.
Unos pasos rápidos escucharon provenientes del pasillo. La cabeza de Camilla asomo por detrás de Renata y su expresión no era nada amistosa.
—Rena ¡te dije que las leggins no estaban aquí!
—Ya lo sé —respondió ésta, sintiéndose expuesta —, pero quería revisar, he dejado tanta ropa aquí, incluso ropa interior...
—¡RENATA YA BASTA!
Las muchachas se quedaron pasmadas ante el repentino cambio en el semblante de Leandro. Éste se incorporó, tomó a su ex del brazo y la obligó a salir de la habitación. Lana no tuvo tiempo siquiera de molestarse, aún se sentía en shock.
Camilla la miró como pidiéndole disculpas y le acercó la remera que aún se encontraba en el suelo.
—¿Te encuentras bien? —Atinó a preguntarle.
—No lo sé —respondió la muchacha con total honestidad.
—¿Quieres que te traiga un vaso con agua? ¿Un té quizás?
—No, no, no te preocupes —respondió velozmente. No quería sentirse una molestia y menos para la hermana de Leandro.
—De verdad, te ves pálida, déjame que te traiga algo para levantarte un poco. Y al menos te hago compañía, ¿te parece?
Sopesó sus opciones. Sabía, por un lado, que en su estado esperar a Leandro podía volverse una tortura si no tenía nada más en que ocupar su mente. Por otro lado, si podía matar el tiempo conociendo Camilla, podía considerarse... ¿Suertuda?
—De acuerdo —cedió al fin.
—Bueno, en cinco minutos vuelvo, no te vayas ¿okay?
Camilla salió prácticamente corriendo de la habitación, dejando a Lana sola, una vez más, con sus pensamientos.
Se tomó el atrevimiento de meterse bajo las sábanas de la cama y aunque los nervios comenzaban a emerger, no pudo evitar llenar sus pulmones con el aroma a la piel de Leandro, que estaba impregnado en cada tela del cuarto. Una sensación ya familiar sacudió su estómago.
Le daba pena pensar en ello, pensar en lo mucho que sentía por aquel muchacho, por la velocidad que había adquirido toda la situación y por lo poco que entendía sobre el tema. En algún momento una amiga suya le había reprochado lo fácil y rápido que caía por los hombres y ella siempre asumió que tenía razón; en su historial había dos cosas que nunca variaban: la intensidad y la velocidad. No sabía cómo evitarlo y aún no comprendía por qué le sucedía, aunque le resultaba tonta la idea de limitarse para que el otro no se enterara de que a ella le gustaba.
Claro que con Leandro, a pesar de todo, había sucedido de otra forma. Lana había resistido cuanto pudo, peleó contra lo mucho que le gustaba su vecino hasta que no aguantó más. Se había esforzado por hacer las cosas de la manera en la que se suponía que debían hacerse y había fallado. ¿Significaba eso que su relación con Leandro estaba destinada al fracaso?
Un nudo poderoso se formó en su garganta y reprimió las lágrimas hundiendo el rostro en la almohada.
Perder a alguien más... No se sentía capaz de tolerar más dolor.
Siempre la fatalidad a la vuelta de la esquina. No podía bajar la guardia.
Camilla volvió a los pocos minutos con una bandeja con dos tazas humeantes y un plato con cuatro porciones de un budín que aparentaba ser casero.
—Traje tres gustos de té porque no sé cuál prefieres —dijo, estirando una de las tazas —. Tienes menta, frutos rojos o té común. Este —continuó, señalando al plato —es un budín que preparó mi mamá, está practicando una receta nueva y todas las semanas prepara uno nuevo. Es de limón y semillas de amapolas.
—Muchas gracias —sus mejillas se colorearon al notar que aún seguía en la cama de su vecino con total confianza. Camilla la malinterpretó y en consecuencia, respondió:
—No eres muy buena aceptando cosas de los demás, ¿verdad?
Demonios, parece ser una cosa de familia.
—No, creo que no —admitió —. Pero no importa, no me hagas caso.
Tomó un trozo de budín y lo probó. Estaba bastante seco, pero era sabroso. Le faltaba algo de intensidad, pero por lo demás, estaba bien.
—A mamá no le gustan sus tortas húmedas —Camilla parecía leer a la perfección el rostro de Lana —, ¿te gusta?
—¡Sí! Está delicioso. Me encanta el limón.
—A Leandro no le gusta, pero lo devora igual. Come casi todo lo que cocina mi madre —continuó la joven —, excepto el arroz. Odia el arroz.
Lana tomó el sobre de té de menta y lo olfateó. La leve frescura de las hojas secas colmó sus fosas nasales. Abrió el envoltorio distraídamente y mientras veía como el saquito se hundía en el agua caliente, preguntó:
—¿Por qué?
—Creo que le recuerda al tiempo que estuvo fuera de casa. ¿Te habló sobre eso?
—Sí, me comentó los aspectos más importantes, nada más.
—En ese momento comió mucho arroz para no gastar demasiado. Eso hizo que odiara todo plato que lo contuviera.
Lana no sabía cómo reaccionar a ese dato. Le daba pena y gracia a partes iguales. Le dió un sorbo a su té para evitar una respuesta.
—Me habló mucho de tí, ¿sabes? —El tono de voz de la hermana de Leandro le resultó indescifrable —Hace mucho tiempo que no lo veo tan... Contento. De verdad.
Lana se tornó escarlata.
—No quiero incomodarte —continuó —, solo quería que lo supieras. Leandro ha estado con muchas chicas después de Renata, pero no ha visto más de dos veces a la misma. Desde que te conoció, solo habla de tí.
Tontas cosquillas removieron el estómago de la muchacha.
—¿Puedo preguntarte algo? —Inquirió —Sin ánimos de ofender. ¿Por qué sigues siendo amiga de Renata?
Camilla pareció pensarselo unos instantes antes de contestar.
—Creo que no la considero mi amiga —respondió mientras jugaba con una miga del budín —. En todo el noviazgo con mi hermano, me habló solo para... Bueno, saber cosas sobre ellos, Alejandro y Leandro. Cuando se separaron, ni siquiera me envió un mensaje para saber cómo me encontraba. Reapareció hace poco y es claro por qué.
—¿Y por qué no la mandas a volar? —Preguntó indignada.
—Porque ni me sale ser grosera y ella lo sabe, así que me cae de sorpresa y esas cosas porque tengo problemas para decir que no.
—Entonces es una aprovechada.
—Pues, sí. No se que más decirte. Aunque no deberías preocuparte por ella. Leandro jamás la perdonará.
—Le hizo mucho daño, ¿verdad?
—Mucho.
En ese momento, la puerta se abrió y Leandro entró en su cuarto muy ofuscado. Solo.
—¿Renata? —Preguntó Camilla.
—Se fue —respondió con sequedad mientras se arrojaba contra la silla de su escritorio.
—Volverá —sentenció Camilla.
—Volverá —confirmó Leandro, frotándose el rostro con fuerza en un claro signo de cansancio.
Lana prontamente se sintió fuera de lugar y la urgencia por salir corriendo se apoderó de ella.
—¿Tan terrible fue?
Leandro enfocó la vista en la muchacha que iba envuelta en su edredón. Su rostro aún vestía los signos del colapso que había sufrido momentos antes.
—Ya no importa —contestó, aún con la vista fija en Lana —¿puedo pedirte que nos dejes solos, hermanita? Gracias por cuidarla en mi ausencia.
—No hay de qué —respondió Camilla, guiñándole un ojo a su vecina —. Los dejo. Quiero prepararme para recibir a Alejandro.
Leandro hizo una exagerada mueca de desagrado mientras su hermana abandonaba la habitación.
—¿Cómo te encuentras? —Preguntó una vez solos.
—No lo sé, aturdida. Exhausta...
Leandro se acercó a la muchacha, que más que nunca se veía como un cachorro asustado y maltrecho y colocó su frente contra la de ella.
—Lana, te amo —le reiteró —. Lamento tan inoportuna intromisión. Quiero compensarte de alguna forma.
Ella no pudo evitar la aceleración del pulso ante esas palabras. Tenía un problema grave que le avergonzaba demasiado e intentaba ocultar, aunque esas palabras dispararon una nueva alarma en su interior. Cerró los ojos, intentando contener la pulsión tóxica que retorcía su estómago.
Con las náuseas supo que ya no tenía fuerzas para pelear contra absolutamente nada y lo dejó ser.
—¿Que sucedió cuando te fuiste con Renata?
Una sensación completamente desagradable recorrió su piel, como si un mal presentimiento se hiciera presente.
No, era aún peor. Era la certeza de que la respuesta sería terriblemente mala.
—Eso no importa, lo que vale es que ya estamos solos.
Lana abrió los ojos con una velocidad sorprendente. Una puntada, que le supo a sangre, atravesó su semblante.
Leandro no podía verlo venir porque entonces tendría que haber pasado su vida esperando lo peor. Para Lana era algo común, por ello siempre estaba alerta. Sabía que en cualquier momento todo podía desmoronarse, todo podía irse a la mierda; esperar lo peor había salvado su alma en más de una ocasión. Estar atenta al más mínimo detalle le había vuelto una experta en detectar mentiras y engaños y cuando Leandro respondió esquivamente, Lana supo inmediatamente que había algo que él deseaba ocultar.
—¿Qué sucedió? —Insistió.
—De verdad no importa.
—Leandro, si realmente no tuviera importancia, me lo dirías. No soy tonta. ¿Qué sucedió?
Era claro que el muchacho entendía sus opciones y quería evitar un mal mayor, pero poco entendía sobre el fuego que consumía a su vecina. Ocultar nunca era una buena opción.
—No quiero hablar sobre eso Lana, quiero quitar a Renata de en medio cuanto antes —respondió ofuscado. No le gustaba ser interrogado y no sabía reaccionar cuando se hallaba en falta. Ella se apartó de él y se dispuso a juntar sus cosas. Ese era siempre su método.
—¿Qué haces?
—Me voy —le respondió con frialdad. Los ojos de Lana refulgían con la intensidad del hielo —. No me gusta que me mientan.
—¡No te mentí! ¡Solo no quiero hablar sobre ello!
—Pues vete a la mierda si crees que soy tan idiota como para creer que no sucedió algo tan malo como para que no me lo quieras decir.
—Espera —Leandro tomó la mano de la muchacha para detenerla —. Discutimos. Le dije que se fuera, que estaba loco por tí y que ni aunque no me quisieras volvería con ella...
Lana esperó porque sabía que no terminaba ahí. Su garganta se secó instantáneamente.
—... Entonces me besó para probarme que aún sucedían cosas entre nosotros.
Un grito silencioso aturdió sus sentidos. Lo sabía. Ella siempre lo sabía.
—Pero la rechacé Lana, realmente no siento nada por ella...
Lana ocultó su rostro mirando hacia otro lado. Lágrimas traicioneras brotaron por sus ojos. No quería demostrarle lo que le dolía, no quería darle el gusto. Tomó su abrigo con la mano libre y pegó un tirón con la otra para soltarse.
—Ok —respondió —. De cualquier forma no somos absolutamente nada, así que no te preocupes. Relájate, aquí no ha pasado nada, sólo nos divertimos un rato. No te sientas obligado a darme ninguna explicación. Ahora debo irme, quedé con alguien.
Sabía que jamás podría engañarlo en ese estado y menos aún con la voz temblorosa, pero necesitaba huír con todas sus fuerzas.
Leandro la vio desaparecer por la puerta, decidió no seguirla. Sentía que eso sólo empeoraría las cosas. No creía haber hecho nada malo, pero no podía quitarse la angustia de encima. Las cosas con Lana no resultaban nada simples.





SálvameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora