Claustrofobia.

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- Amo jugar a los prófugos. – Rió Lucifer, siendo empujado por el ángel hacia el interior del baño.

- ¿Puedes callarte? – Rogó Cas, asegurando la puerta. – Una ducha rápida y vuelves a la silla. – Ordenó.

A Lucifer le parecía adorable cuando el morocho pensaba que tenía el control. Había pasado una semana en la que el ángel había logrado aplacar a los hermanos de matar al arcángel y logrando sacarlo por algunos minutos de su encierro. Era más que suficiente para el mayor, agradeciéndoselo con besos.

El agua tibia sobre su rostro le renovó, intento recordar cada pequeña sensación, sabiendo que no volvería a tener este beneficio en mucho tiempo. Tampoco le duraría mucho la prisión. Muerto, enjaulado nuevamente o convenciendo a Castiel de dejarlo huir; era todo lo que le quedaba.

Recorrió el camino de sellos a lo largo de todo su recipiente, lo que lo mantenía sin sus poderes. Aunque tenía claro, que si no fuese por ellos, el ángel no confiaría en él a este punto.

Era realmente extraño cuanto lo había perturbado Nick. Antes no lo había notado con tanta facilidad, pero ahora era más simple darse cuenta de que cada pensamiento en su mente acababa en Castiel. Era malditamente raro.

Pero nunca fue de controlar sus impulsos, sino que los seguía hasta el final. Destrozando cosas o logrando otras, siempre los seguía. En esta situación, sentía millones de impulsos, todos dirigidos al ángel. Su mundo giraba en torno al menor, y era lo más estúpido que jamás pudo pasarle.

Dos toquecitos en la puerta, tiempo de salir. Castiel entró de imprevisto, chocando con un Lucifer desnudo solo cubierto con una toalla blanca en su cintura.

Satán sonrió ante su nerviosismo, Cas era un pequeño conejito encerrado en la jaula del león. El morocho giró hacia la pared, dándole privacidad para que se colocara su ropa, aunque Luci sabía que quería ver.

A empujones el arcángel fue devuelto a su prisión. Solo cuando Lucifer se sentó de vuelta en la silla, Cas suspiró de alivió. Aseguró las esposas que no servían de mucho, pero los Winchester no debían saberlo, y maldijo al percatarse de que lo único extraño era el cabello húmedo del rubio. De todas formas, podía tener esperanzas en que los hermanos no vieran el pequeño detalle, ya que nunca visitaban al arcángel.

- ¿Ya te vas? – Fingió tristeza, haciendo gestos. - ¿Por qué? No te vayas.

- Hice todo lo que querías, es suficiente. – Se quejó el otro.

- Pero aun quiero algo.

- ¿Qué cosa? – Cas blanqueó los ojos, sabiendo que era.

Lucifer le guiño mientras se mordía los labios, el ángel cedió entregándole su anhelado beso.

La puerta se cerró. La luz por sobre su cabeza era la única luz en el lugar. Silencio. Oscuridad rodeándolo. Intento controlar su respiración, evitar que se volviese errática de un momento a otro. Convencerse de que Cas volvería pronto parecía perder efecto.

Casi podía ver los barrotes, sentir el frio metal rodeándolo. La jaula se hacía más pequeña y lo aplastaba, arrancándole el poco aire que llegaba a sus pulmones.

El sudor frío caía por su frente. Buscaba una calma que no regresaría  hasta que esa puerta volviese a abrirse.

- Cas...

Incontrolable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora