Capítulo 8

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Me duele la cabeza a horrores, todo dá vueltas, y solo tengo ganas de cerrar los ojos.
Anoche la fastidié, y por eso mi marido me está observando con esa cara de pocos amigos.

- ¿Por qué, Ana?, ¿por qué haces esto?, es un problema enorme, Anastasia. - Se lleva las manos a la cabeza, más que enfadado parece preocupado.

Está exagerando, no suelo hacer esto. Pero ahora que lo pienso, Gail me dijo que Leila tenía problema con las drogas.
¿Cree que yo también lo tengo?

- Ahora entiendo tu delgadez, ¿cuánto tiempo ibas a ocultarlo? , llevas toda la noche, y el día desmayada. - Eso explica porque apenas hay luz. - Puedo ayudarte Ana, de hecho quiere verte el doctor, te ayudará a superarlo, te ayudaré a salir de esta. - Me aprieta la mano con fuerza.

Cree que tengo un problema, que soy adicta a las drogas o algo parecido, pero no es así. Todo ha sido un malentendido.
Aún así noto cosas cuando me aprieta la mano, como si realmente le importase. Debo de seguir alucinando.

- Christian, lo siento, se me fue de las manos, pensé que estarías ocupado, y me fuí para ver a mis amigas, sólo quería distraerme, y no pensar. - Entrecierro los ojos, y lucho por seguir entera.

No quería volver a casa, sabiendo que mi marido no me quiere, que todo es una farsa. Mientras, yo me estoy enamorando, y no va a cambiar por mí.

- ¿Por qué no querías volver?, te estaba esperando Ana, eres mi mujer, ¿qué razones tienes para no querer volver a casa?. - Sigue apretando mi mano, como si de verdad le importase.

- Ya lo sabes Christian, lo nuestro no es un matrimonio por amor, estas con otras, eso creo, y mi vuelta te ha molestado. - Confieso, sin poder mirarle a los ojos.

Lo haría, pero entonces se daría cuenta de que estoy llorando.
Y lo estoy haciendo porque siento cosas, nunca las he sentido por nadie, nunca pensé en tener a alguien. Pero lo tengo, un marido que no me quiere y que está conmigo por conveniencia. Sólo fuí una tapadera.

- Ana, eres mi mujer, y lo sigues siendo por algo. - Su confesión me hace temblar. - Mi naturaleza es esa Ana, no puedo cambiar, pero quiero que estés aquí, en tu casa.

Si. Quiere que siga pero no me quiere. Nunca cambiará, y en ese caso prefiero que lo haga por voluntad propia, y no porque se lo diga. Le tiene que salir del corazón, decir que soy la única, y solo quiere estar conmigo.
Desde que he vuelto, no he visto que esté con otras, ni si quiera la noche que le rechazé.
¿Será esa una señal?

Gail nos observa, y empiezo a sentir vergüenza, seguro que también cree lo mismo que mi marido; que tengo un problema.

- Y estaré, de hecho he comprado unas cosas para decorarla. - Me siguen temblando las manos, pero Christian me ayuda a sobre llevarlo.
Sigue aquí a pesar de mi aspecto, y mi cara de zombie viviente. Seguro que se me ha corrido el rimel, y mi pelo debe tener cierto parecido al de un león.

- He visto las bolsas en el maletero, se están encargando de decorar tu habitación. - Me sonríe. - Para mi gusto has elegido demasiado rosa, pero no me opondré, es tu casa y quiero que te sientas cómoda.

Se me están cerrando los ojos, y noto un sudor frío recorrer mi frente. Me encuentro fatal, seguro que Christian está siendo tan adorable porque solo estoy alucinando.

- Ana, no cierres los ojos, te lo pido por favor. - Me zarandea para despertarme. - Dime, ¿qué te gustaría que comprara para la casa?, tenemos que sustituir ese cuadro horrible, le diremos a Taylor que se ha caído, y se ha roto. - Me anima a seguir despierta, apretando más mi mano.

- Ese cuadro es horrible. - Sonrío con dificultad. - Quiero poner una fotografía artística, me encanta el mar y...- Me cuesta un mundo hablar.

- ¿Y qué Ana?, te llevaré al mar, ¿quieres?, mi padre me llevaba cuando era pequeño, una vez me picó una medusa de esas rosas, y fue la primera vez que lloré en público, mi padre me hizo callar dándome una lata de cerveza, dijo que me quitaría el dolor.

- ¿Y lo hizo?. - Vuelvo a sonreír. Seguro que debo dar mal royo.

- Si, pero al día siguiente me invadió un terrible dolor de cabeza, y lo remató la bronca de mi madre.

- Christian. - Pronuncio su nombre en apenas un susurro.

- Dime, pequeña. - Sigue sosteniendo mi mano. Creo que nunca ha sido tan tierno como ahora. Ya no es borde, pero está apagado, seguro que ni si quiera ha comido.

- ¿La querías? , ¿que le hacía tan especial?. - Me atrevo a preguntar en voz alta. Hace mucho que quiero saberlo.

- No lo sé, me dolió perderla, pero a veces lo dudo, me daba lo que quería, pero comparandolo con otros sentimientos, no sé si la quería.

Su confesión me abruma. Esperaba que fuera sincero, y dijera que si. Se casó conmigo para estar con ella.
Además, ¿cómo que al compararlo con otros sentimientos no sabe si la quería?
¿Qué otros sentimientos?

- ¿Qué otros sentimientos, Christian?. - Muero por saberlo, así que no me resisto a preguntar.

- No sé cómo explicarlo Ana, estaba mal hasta que volviste, olvida lo dicho.

- No quiero olvidarlo. - Sonrío al darme cuenta de que esos sentimientos son por mí. - Yo siento cosas Christian, pero estas con otras mujeres, y yo quiero ser especial. - Empiezo a decir cosas dado mi estado de delirio.
Estando bien nunca diría estas cosas.

- Ellas no son nada para mí, tu en cambio eres mi mujer. - Acaricia mi cabello, y me siento como en una nube, algo así como especial. - Despediré a la que quieras si así te sientes mejor.

Observo la cara de Gail, su boca está entreabierta de asombro, y pronto la tapa con sus manos para callarse algo que seguro que está pensando, y lucha por no decirlo en voz alta, después vuelvo a mirar a Christian.

- No necesito nada más que a tí Christian, no necesito que despidas a nadie. - Pronto dejo de sentir fuerza en las manos.

- ¿A mí?. - Pregunta asombrado.

- Es que creo que yo...- Me cuesta no cerrar los ojos, me pesan. - Te quiero. - Cierro los ojos, incapaz de seguir manteniendolos abiertos.

Señora GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora