Capítulo 4

2.4K 254 20
                                    

Los nervios no me abandonan en ningún momento. Christian quiere acostarse conmigo, y que le haga cosas, pero no tengo ni idea sobre sexo. Nadie me ha enseñado algo tan íntimo, he estado ocupada ignorando a los hombres, era una mujer casada, y siempre he respetado a Christian.
Joder. No tengo ni idea. Soy virgen, y me ha pedido ser experta. Será un maldito desastre, tengo que hacer algo. No creo estar preparada, y debería advertirle, pero me dá muchísima vergüenza.
¿Cómo le digo a mi marido algo así?

Alterada por la situación, busco un lugar privado, justo tirada en el césped del jardín trasero, y me pongo un vídeo...llamemoslo educativo.
Y nada más darle al play, lo quito. No puedo ver esto...

- Señora. - Reconozco la voz de Taylor.

Mierda.
¿Cuánto tiempo lleva aquí?

Abrumada, apago la pantalla del ordenador portátil.
《Para una vez que veo estas cosas...》
No puedo ni mirarle a la cara, y Taylor parece darse cuenta, y toma la iniciativa.

- La señora Jones la busca, tiene algo para usted, y cuando esté lista, debe dirigirse a la sala de juegos, última habitación de la segunda planta, allí la espera su señor.

Le observo sin poder creer nada. Creo que ha llegado la hora, y para colmo no va a ser un polvo normal...
No, y se va a notar más lo inexperta que soy. Deseo que me trague la tierra, yo no sé hacer nada. Pero claro, es tarde para aprender ahora...

- Señora, insisto, el señor odia tener que esperar. - Me incita a salir de mi bloqueo mental, y volver a la realidad.

Me levanto sobresaltada, y observo por última vez a Taylor, va en serio, mi señor me espera, y debo ir cuanto antes. Pero antes debo pasar a ver a la señora Jones, Gail.
¿Y qué habrá querido decir Taylor con estar lista...?

Exhausta, y con un miedo terrible en mi interior, me dirijo hasta donde me espera Gail. Ella si que es una mujer paciente a diferencia que mi marido. Dado que nada más entrar por la puerta me sonríe, y me coge del brazo delicadamente para que tome asiento en una cómoda butaca delante de un espejo.

- Vas a estar guapísima, eres la elegida, lo creo de verdad, de todas las mujeres que han pasado por Christian, tu eres la más real. - Me recoge el cabello y dirige mi cabeza hasta que mi mirada queda fija en el espejo. - Tienes que hacer que vuelva a ser el de antes niña, tu marido morirá hoy ante tí, cuándo vea lo hermosa que te voy a dejar. - Dice, mientras remueve algo y me lo extiende por el pelo. - Tranquila, no es permanente, el señor tiene ciertos gustos, ¿sabes?, adora la creatividad, por eso cada día le gusta que parezca diferente, le encantan los cambios.

- ¿Y que color es?, yo nunca me he teñido el cabello, ni me he hecho nada. - Me dan miedo los cambios. Y este parece absurdo, pero mierda, no esperaba esto.

- Es rojizo, te quedará hermoso con tus ojos azules, ahora levántate, mientras reposa el tinte, debemos cambiarte de ropa, y tranquila, estas en buenas manos, soy estilista profesional, muchas modelos de revista han estado en mis manos.

Si, pues seguramente muchas amantes de mi marido. Está empezando a molestarme que haya estado con tantas, pero ya da igual. En el presente, al menos hoy, estará conmigo, si es que consigo hacer algo y no me desmayo antes.

- Mi niña, ¿podrás tu sola? - Me extiende un bonito conjunto de ropa interior, blanco, es precioso.

Madre mía no me veo con algo así. Es demasiado provocativo.

- Nunca me he puesto algo así...- Gail se ríe cuando observa ni rostro preocupado.

- Tranquila niña, no tengas miedo, vales mucho, y con esto matarás a tu marido, no te avergüenzes, y ponte recta. - Me echa los hombros hacia atrás, y sonríe. - Empezamos con el corsé, colocatelo y yo te lo abrocho.

Me quito la camiseta avergonzada, completamente de espaldas para no verme en el espejo, ni que me vea Gail, y me coloco el corsé. Gail me lo aprieta por detrás, me abrocha, y me da la vuelta. Estoy tan apretada que siento que se me van a salir los pechos. Nunca he llevado escote, ni mucho menos este.

- Ahora ponte las bragas de encaje, los tacones, y las medias de liga, en cuanto termines, te lavaré el cabello, y una vez peinada, estarás lista para tu hombre.

Tras casi una hora de arreglos, me observo al espejo. No parezco yo. Mi cabello ahora rojizo cae en ondulaciones perfectas sobre mis hombros. Mis ojos están maquillados con un delineador imborrable, de forma que quedan completamente marcados por una gruesa raya negra. El conjunto marca cada una de mis curvas, las medias son solo hasta la rodilla, blancas con rejilla, y los tacones son tan blancos que casi queda mi cara de pánico reflejada en ellos. El corsé sigue igual de apretado, y las bragas son diminutas. Parezco....

- Un ángel caído del cielo, estas....irresistible, ahora ves ahí, y dale motivos para que se quede contigo. - Me anima Gail. - Y deja de temblar, ¿acaso te pasa algo? - Me sostiene los hombros preocupada. Puedo ver su rostro reflejado en el espejo.

- No puedo hacerlo, no estoy lista. - Menciono, aguantando mis ganas de llorar por puro miedo.

Si voy, haré el ridículo al no saber hacer nada. Leila era una adicta al sexo, y ahora también Christian. Es evidente que no estoy a la altura, yo soy más tradicional, de esas que esperan un príncipe azul para hacerlo. Mi marido es el ideal, por el papel que tiene sobre mí, pero estoy aterrorizada. Seguro que me va a doler, no he hecho nada nunca, ni si quiera me lo he imaginado.

- A mí me parece que no te falta nada, no te rayes, estas perfecta. - Insiste Gail, sin tener ni idea de a lo que realmente me estoy refiriendo.

- No es eso Gail, es que no sé hacerlo. - Me volteo para observarla. - Soy...inexperta, no puedo hacerlo. - Me deshago de su agarre y salgo corriendo.

Algún día llegaría. Eso lo sabía, pero no sé si es lo que quiero. Me va a juzgar por hacerlo mal, eso seguro. No soy lo que busca, o necesita, no soy Leila. Una adicta al sexo con una facilidad innata para dar placer.
No, yo no soy ella, soy la mujer, o lo que es lo mismo, fuí una maldita tapadera. La causa por la que pudieron seguir estando juntos...
Y ahora quiere convertirme en ella, que sea una profesional o algo así, cuando no puedo. No sé hacerlo, no me sale ser creativa en ese sentido, me da pánico desnudarme en público. Este no es mi cuento soñado.

Cierro la puerta, y me doy cuenta de que estoy en mi antiguo dormitorio, o mejor dicho, el actual cuarto de...

- Te estaba esperando, Ana

Mi marido se detiene ante mí, mirándome detenidamente, observando cada detalle, y yo lo único que puedo hacer es rodearme con los brazos. Bueno eso, y entrar en pánico, a la par que morir al observar a mi marido, quién parece la perfección personificada.

Señora GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora