Capítulo 2

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Es evidente que han pasado muchas cosas desde que me fuí.
De hecho ha cambiado toda la decoración, le falta un toque femenino. Este será el paraíso de cualquier hombre, pero no el mío.
Deseo recuperar mi habitación para respirar paz y armonía en algún lugar de esta casa. Vivo aquí, tengo derechos, le guste o no.

- Te fuiste Ana, cambié la decoración, no tengo que darte explicaciones. - De pronto su mirada provocadora se transforma en una seria sonrisa.
La mujer que le acompaña, le está agarrando, y enseguida la aparta. Es un impresentable, me temo.
No recordaba haberme casado con semejante personaje.

- Bueno, esta también es mi casa, y necesito una habitación decorada a mi gusto. - Me impongo. No pienso conformarme. No voy a hacer lo que él quiera.

- La tendrás, pero que sea la última vez que exiges algo, he estado aquí mientras te divertias fuera, conformate con quedarte. - Se enciende un cigarrillo mientras empieza a caminar, pasando de todo.
Su forma de hablar, y sus expresiones, resultan insultantes. No conocía esa faceta suya. Esa donde es un estúpido, gilipollas, creído, egocéntrico, e impresentable.

- Intenta relajarte por aquí, haz lo que quieras, que para eso eres mi señora. - Dice deteniendose y volteandose para observarme. - Ponte cómoda, y haz tu vida, pero procura que no me afecte. - Sonríe como si me hubiese tocado la lotería.

La verdad es que no me apasiona. Yo siempre he querido amor, soy muy romántica, y Christian no se parece en nada a un ideal de cuento de hadas.
Mi subconsciente me dá la bienvenida a la realidad. Así son los hombres realmente, egoístas, y que piensan en sí mismos. No todos, pero es el caso de mi marido.

- ¿Entonces tienes mujer? - Pregunta la joven, que sigue aquí, y ni si quiera me había dado cuenta.

- Pues si Lidia, te presento a mi mujer, Anastasia, que acaba de llegar de su viaje, ahora que ya la conoces, ve con ella, te enseñará donde está la puerta. - Se aleja mientras deja consumir su cigarrillo, para después encerrarse en el dormitorio.

Observo a la mujer, que acaba de acostarse con mi marido, supongo. Está roja, y antes de que diga nada, se va corriendo, bajando las escaleras a toda prisa. Mejor, porque así no voy a tener que acompañarla.
Suspiro y entro en su dormitorio sin si quiera llamar. Tenemos que hablar.

- ¿Pero qué coño haces?, nadie entra aquí, ni aún que lleve mi apellido. - Se va suavizando su voz a medida que se deja caer en su enorme sofá blanco, y se enciende otro cigarro, aún con el pecho al desnudo.
Parece deprimido, lo noto. Seguramente cada cigarro que se fuma, le ayuda a sobrellevar la ansiedad.

- Tengo que hablar contigo, debemos organizarnos, y vivir de la forma que nos convenga a ambos. - Acabo de llegar y parece que molesto.
Esta también es mi casa, se casó conmigo, y debió pensar en el hecho de que siendo su mujer, tengo derecho a estar aquí.
Nuestro casamiento fue rápido, y admito que inesperado, no hubo un beso ni muestras de cariño. Pero que menos que recibirme como es debido, al menos por respeto.
Pero enseguida me hizo desaparecer, ahora ya entiendo las razones. Quiere la libertad de un hombre soltero, pero también estar casado por razones desconocidas. Es bastante egoísta por su parte.

- Está bien, ¿qué quieres?, ya puedes tenerlo todo, si no te gusta algo, puedes cambiarlo, te doy mi permiso, siempre y cuando no sea la sala de estar, por mí haz lo que quieras. - Se levanta sin apartar la mirada, y después se apoya en la pared. Parece que todo le da igual.

- ¿Por qué te casaste conmigo?, apenas nos conocemos, enseguida me diste la idea de irme, ¿hay algo más?, quiero respuestas, por favor. - Pensándolo, no creo que esto haya sido porque sí.

- Vale, me casé para poder estar con alguien sin que su padre lo sospechara, pero ya no está. - Sus ojos se vuelven más oscuros, y aprieta los puños. - Una enfermedad fue la causa, murió y no pude hacer nada, su padre se la llevó y no pude ir ni a su entierro, lo siento por la parte que te toca, pero cualquiera hubiese hecho lo mismo en mi lugar.

Su confesión me pilla por sorpresa, no parece un hombre dispuesto a amar. Comprendo que esté dolido, y ahora hasta me siento mal por él. Yo nunca he perdido una pareja, y por amor puede que hubiese hecho lo mismo. En realidad no me conocía, no tenía intenciones de traicionarme, desde el primer momento fue porque sí. Aún que yo si pensé en quererle algún día, una de las razones por las que quizás he vuelto. Pero no va a estar dispuesto, ya ha amado a alguien, y yo no soy nadie como para entrar en su corazón.

- Oye Ana, lo siento mucho, no te conozco, pero pareces una buena mujer, y eres hermosa, no sufras y haz lo que quieras por aquí, no me opondré, tan sólo necesito estar solo, por favor. - Dice, mientras me señala la puerta y se sirve una copa de vino.

- Muy bien, siento haberte interrumpido, te dejo sólo. - Me dirijo nerviosa hasta la puerta, y salgo de su dormitorio.

No sabía nada de todo esto. Supongo que por eso me invitó a irme, para amarla libremente. Ojalá algún día encuentre a alguien que haga ese tipo de cosas por mí. Lo que hizo demuestra que en el fondo es un romántico, por muchas mujeres que hayan pasado por su cama.

Horas más tarde, una mujer me lleva la cena a la sala principal. Aún estoy pensando donde puedo dormir.

- Espero no interrumpirte, me sentaré en la mesa, por si no quieres comer sola. - Dice Christian, haciendo acto de presencia.

Me levanto del sofá con la bandeja y decido acompañarle. Si me lo ha dicho es porque ya no le apetecerá estar solo.

- ¿Te encuentras mejor? - Me atrevo a preguntar, una vez me he acomodado en la mesa frente a él.

- No quiero hablar Ana, te he dicho que me acompañes, pero no te he dicho que me hables, come y punto, si quieres hablar, haz amistad con el personal.

Vaya. Eso ha sido muy borde por su parte. No es un hombre fácil, me ha quedado claro. Pero debería controlar su mal humor, soy sensible y podría herirme realmente.

Señora GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora