Las conclusiones de Bakugō

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Bakugō no necesita ver a Todoroki para saber que lo está observando, el mitad pelirrojo — al igual que Deku — no sabe disimular. Probablemente ni siquiera este intentando fingir que no ha estado viéndolo desde que iniciaron las clases.

Su mirada es pesada, persistente y a Bakugō comienza a fastidiarle que se limite a verlo en silencio. El rostro ilegible de Todoroki le pone ansioso. Es incapaz de adivinar lo que piensa. Sin embargo ha llegado a, por lo menos, tres conclusiones.

La primera es la más acuciante y la que no tiene que ver directamente con Todoroki. Aplica en él, Bakugō, y por supuesto su peso es el mayor porque sabe que él es el más conflictivo de los dos. En el fin de semana en que se estuvo torturando ante la ausencia de Todoroki pudo comprobar que el bastardo tenía poder sobre él. Y ojalá jamás lo descubriera.

La verdad era que su mente se mantenía enfocada en Todoroki. Lo que hacía, lo que ignoraba, aquello que captara su interés. Eso probablemente pudiera ser traducido como una obsesión (que sí tenía pero no era la misma clase de interés) para él, en cambio, significaba una cosa.

Le daba nombre a sus sentimientos, un espacio directo en su corazón.

El segundo descubrimiento se enfocaba en Todoroki. Suponiendo que al bastardo le hubiese molestado lo que él hizo el viernes entonces con toda probabilidad no le estaría viendo de ese modo. Que si bien era parco y poco elocuente Bakugo adivinaba por la suavidad de su mirada que en realidad molesto no estaba. Eso era ganancia.

Bakugō era bueno adivinando lo que otros pensaban. Se basaba en sus personalidades y lenguaje corporal. Así pues sabía cuando Kirishima le ocultaba algo, si Deku quería acercarse a él y no lo hacía por miedo a molestarlo, si Kaminari saldría con alguna tontería o si Sero estaba a punto de decir una verdad incomoda disfrazada de chiste. Pero con Todoroki eso no bastaba. Las escasas expresiones faciales que observó en él fueron la ira, el fastidio, la seriedad usual, y las escasas sonrisas que le llegó a dedicar en su entrenamiento extra para las licencias provisionales de héroes. Y La mirada; esa que le ha dedicado en dos ocasiones y con las que sueña. Ojos cándidos en contraste con la fría combinación de los colores de sus orbes. Un cielo gris sobre un océano ártico. La forma en que la almendra de sus ojos conseguía arruguitas en las comisuras.

Eso era todo lo que podía sacar del más alto. Y por tanto con él iba a tientas, porque desconocía lo que poblaba sus pensamientos y era incapaz de adivinarlo.

Pese a que la mirada de ese lunes no era así de maravillosa, tenía una intensidad que lograba calentar la palma de sus manos. Una sensación placentera recorría su espina dorsal al pensar que esos ojos, esa mirada (él) le dedicaba esos gestos solo a su persona.

Por ello podía apostar que Todoroki, el maldito bastardo, no estaba ofendido, humillado ni odiándolo después de eso.

[Un puto alivio].

El tercero, el que más le enoja es que Todoroki peca de pasivo. En exceso. Porque le gusta ver de lejos sin la más mínima intención de hacer algo al respecto. Y Bakugō es muchas cosas, cuasi perfecto, pero la paciencia no se encuentra entre una de sus virtudes. La va practicando por supuesto, con amigos como Deku o Kirishima (ni hablar de Kaminari) cómo no hacerlo. Eso no significa que vaya a ser paciente con alguien como Todoroki.

El maldito es tan tranquilo que probablemente lo observaría durante un año entero antes de acercarse y preguntar qué había sido aquello que hizo Bakugō.

Y él necesita que lo enfrente ya. Que se enfade, que encienda sus llamas y le pida una puta explicación. Quiere callar sus reclamos con otro beso por si le quedaron dudas.

—Bakugō —la voz del profesor Aizawa suena baja, una advertencia que lo hace aflojar el agarre de su bolígrafo.

Huele a caramelo y el plástico del bolígrafo humea.

Baja las manos y limpia el sudor en la tela de su pantalón. Todoroki lo saca de sus casillas y el muy maldito lo ignora. Pero él se va a encargar de cambiar eso.

Así pues espera a que las clases terminen, a la hora del almuerzo se esfuerza por comer. Consigue que el arroz baje por si esófago, pica el estofado pero desiste al sentir las náuseas. A cambio toma jugo naranja pese a que no le agrada demasiado su sabor. Pero necesita glucosa para rendir todo el día y si piensa enfrentar a Todoroki lo último que puede desear es desmayarse frente al más alto.

Intenta mirar de reojo en la dirección de la mesa de Deku, donde Todoroki contempla su comida con tanto interés que Bakugō se pregunta si la soba le está develando los secretos del One for All o por qué diablos la mira tanto en lugar de verlo a él.

Conforme pasan las horas Bakugō se pregunta si Todoroki asistirá esa tarde al entrenamiento. Ha llegado a varias conclusiones demasiado confiado en sí mismo que no está preparado para que echen por tierra estas.

Sabe que besará a Todoroki si con eso puede demostrarle lo que siente —puesto que las palabras nunca son suficientes para él—. Pero no sabe qué hará si Todoroki no se presenta, si lo ignora, si realmente lo odia.

Y por primera vez desde que besó a Shōto se pregunta qué hará si lo rechaza.

Algo, sin embargo, se aferra a que Todoroki lo quiere. Va sujetar el recuerdo de la mirada heterocromática como si fuese su chaleco salvavidas.
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¿Por qué nadie me dice que hoy es viernes? Olvidé actualizar.

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