VIEJAS COSTUMBRES
Con un nuevo sol sobre nosotros empecé a tender mi ropa en la soga improvisada que habíamos levantado hacía ya unas cuantas semanas. Durante la noche, la misma lluvia de verano que había puesto en peligro nuestro plan la tarde anterior, había azotado mojando varias de nuestras prendas y pasando de olor a humedad a otras tantas.
Mientras colgaba mi ropa veía como los muchachos desarmaban el auto rojo de lujo que nos había ayudado como distracción en nuestra fuga. Suponía que las piezas eran útiles para la casa rodante de Dale, que corría con la mala suerte de averiarse con demasiada frecuencia desde aquel inesperado accidente en la carretera.
Glenn los observaba con fastidio y disgusto mientras no paraba de repetir frases como "buitres", "todo lo arruinan", "sigan así, que no quede nada para el pobre de Glenn". Pese a lo divertido de la escena no podía culparlo por sentirse afligido, tuvo que esperar a que hubiera un apocalipsis zombie para poder manejar uno de esos. Supongo que eran algunos de los privilegios que obteníamos quienes llegábamos a sobrevivir.
Rick llegó hacia donde nos encontrábamos tendiendo la ropa con Andrea, Amy y Lori. Por la mirada y conversación sugestiva que esta última compartía con su esposo, al parecer alguien en este campamento había descansado en muy buena compañía. No pude evitar dirigir una mirada cómplice hacia Amy y Andrea, así como una pequeña risa tonta escapó de nuestros labios.
Rick era un hombre apuesto de ojos azules, alto, de espalda ancha y de personalidad fuerte, pero sin dejar la amabilidad que lo debió haber caracterizado en un mundo anterior. Era inevitable no sentirse como una adolescente ante su presencia, Rick era como el nuevo de la clase. Aquel que no podías evitar mirar, aunque sabes muy bien que tiene dueño.
El sonido de un vehículo a alta velocidad frenó cerca de nosotras. Era Shane en su jeep, había ido a revisar temprano en la mañana los recipientes de plástico que dejábamos cerca del lago con la esperanza de que acumularan el agua de lluvia y no se ensuciaran con las hojas y tierra que el viento arrastraba. Lo último había sido sugerencia de Daryl, o más que sugerencia fue un bufido cargado de burla ante nuestra falta de experiencia a cielo abierto.
-Llegó el agua amigos. Recuerden hervirla antes de usarla. -dijo Shane mientras daba un fuerte portazo al vehículo.
Entre todos empezamos a bajar los bidones. Si la racionábamos correctamente con suerte nos iban a durar poco más de dos días, no estaba nada mal. Siempre nos quedaba el agua del lago como opción, pero en vistas de que la usábamos mayormente para lavar la ropa y bañarnos, se nos hacía más difícil purificarla. Además de que siempre quedaba un pequeño sabor a pescado.
-¡Mamá! ¡Papá! ¡Un caminante! -los gritos de los niños interrumpieron mis pensamientos y alertaron a los demás. Se hacía difícil discernir quién gritaba más fuerte, si los niños pidiendo por auxilio o sus padres corriendo a su búsqueda.
Dejamos los bidones en el suelo de tierra y salimos hacia uno de los cercos improvisados que habíamos armado rodeando la entrada al bosque. En el camino tomé un atizador de hierro que estaba incrustado en el suelo desde la fogata de la noche anterior.
Atravesamos la cerca y vimos al caminante comiendo lo que parecía ser un ciervo. Estaba de espaldas así que los muchachos se acercaron despacio hacia él. Cuando éste se paró mostrando lo que le quedaba de dientes, Rick con la vara de metal en su mano dio el primer golpe. A ello le siguieron múltiples impactos de palas, varas y bates que impedían al caminante ponerse de pie. La cacería terminó cuando Dale le cortó la cabeza con su hacha.
Por esa vez decidí quedarme atrás, era solo uno no había creído necesario que lo masacrara todo el campamento al mismo tiempo. Sin embargo, ese último acto había erizado unos cuántos vellos de mis brazos, no solo por el ruido del metal cortando piel y hueso sino, también, porque me recordó a las ejecuciones francesas de las que tanto me gustaba leer en la universidad. Donde el castigar no atravesaba un juicio muy justo y solo bastaba una duda razonable para que llamaran al verdugo a afilar la guillotina. Para algunos reos la condena no solo era el dictamen de una sentencia, sino el de saber que la libertad había terminado mucho antes, cuando no tuvieron elección.
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JARDÍN DE AMAPOLAS (Daryl Dixon)
AçãoUno pensaría que con el paso de los días el golpe de los eventos desafortunados disminuiría o, por lo menos, el tiempo los desdibujaría. Sin embargo, este parece haber marcado con trazo más duro el curso del mismo. Que la salida del sol no los enga...