Magnus Bane solo quería vivir.
Alexander Lightwood solo quería huir.
Pero el destino se encargaría que ninguno de los dos pudiera lograr su cometido.
¿Serán capaces de afrontar las consecuencias de sus actos?
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-Está hecho –sentenció Robert mirando a su hijo con seriedad una vez Jonathan se fue.
- ¿A qué te refieres? –Preguntó el ojiazul.
-El dinero, en tu cuenta.
- ¿Cuál dinero?
-Bueno pues la revisé, está casi vacía. En un principio me pregunté que ocurría, pero luego me imaginé que tú se lo diste a ese hombre para ayudar a su hijo. Supongo que eso es suficiente. Deposite más.
- ¿Cuánto más? –Preguntó Alec.
-100.000 dólares.
- ¿Por qué tanto? –Quiso saber el menor completamente sorprendido.
-Tienes que desaparecer por un tiempo y no sé cuándo podré transferirte más dinero. Tienes que desaparecer del mapa mientras todo aquí se calma.
-Pero no hay nada que calmar...
-Lo habrá cuando no vuelvas al hospital. Ese hombre comenzará a sospechar y tarde que temprano se dará cuenta que tú eres cómplice de lo que le sucedió a su hijo. Ya hablé con tu madre. Te recibirá junto con Max –indicó Robert.
- ¿¡Les contaste!?
-Por supuesto que no, yo no soy tan idiota como tú. Simplemente les dije que necesitabas alejarte por un tiempo, que habías tenido problemas aquí y que era mejor que estuvieras lejos de Estados Unidos hasta que te calmaras.
-Pero papá...
- ¡Nada Alexander! Empaca rápido, el avión partirá en unas horas. Ya compré el tiquete. No se hable más –espetó Robert zafando su corbata–. Quizás incluso sea mejor conseguirte otra identificación para que no crean que eres de nuestra familia. Tan pronto como termines de empacar tienes que decirme. Yo mismo te llevaré y no me iré del aeropuerto hasta que tú ya lo hayas hecho –declaró antes de caminar hacia su estudio.
Alec suspiró pesadamente y con lentitud y dificultad arrastró sus pies escaleras arriba hacia su habitación.
