Magnus Bane solo quería vivir.
Alexander Lightwood solo quería huir.
Pero el destino se encargaría que ninguno de los dos pudiera lograr su cometido.
¿Serán capaces de afrontar las consecuencias de sus actos?
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-Buenos días Magnus, veo que ya estás muy bien recuperado –saludó la enfermera del moreno al entrar a la habitación, pero la mujer no se encontraba mirando al aludido, sino al novio de este, que se encontraba profundamente dormido en la cama de acompañante, con el cabello revuelto y la camisa a medio abrochar.
Magnus inmediatamente supo que la mujer había escuchado lo sucedido allí, pero sin muestras de vergüenza, sonrió descaradamente.
-Por supuesto que sí, aunque, ¿sabe qué? Esta cama no es del todo desagradable... podría quedarme aquí un poco más de tiempo.
La enfermera rodó los ojos, pero dejó salir una risita y asintió.
-Apuesto que sí, muchacho –la enfermera revisó los equipos y después de darle los medicamentos necesarios al moreno, por supuesto, no sin antes discutir con él para que se los tomara sin protestar, se cruzó de brazos mientras miraba con impaciencia a Magnus–. ¿Sabes? Desde que llegaste a este lugar, te has convertido en el bebé y protegido de todas, por eso no te lo digo en mal plan –empezó la enfermera y arqueó una ceja al ver que Magnus reía desvergonzadamente–. Cuídate esa pierna o no podrás salir esta semana de aquí.
- ¿¡Qué!? –El grito de Magnus fue tan alto y agudo, que Alec se sentó de golpe en su cama mientras miraba aturdido a su alrededor.
- ¿Qué? ¿Estás bien Mags? ¿Qué pasó? –Inquirió mirando a su amado de arriba para abajo, para asegurarse que no estaba herido... bueno, más.
- ¡Voy a salir esta semana de aquí! –Anunció Magnus completamente emocionado.
-Un momento –interrumpió la enfermera antes de que los chicos cantaran victoria–. Dije que es posible, solo si te cuidas las piernas.
