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Se repeinaba frente al espejo con una pequeña sonrisilla tonta en el rostro. Se iba a despeinar igual en la moto, pero al menos podría decirle a esa pequeñaja que se había arreglado.

Se pintó los labios de color rojo, no sin antes acordarse de Mimi. Se dio un último vistazo antes de agarrar el dinero y las llaves de la moto y guardárselos en los bolsillos.

Salió de su habitación y recorrió el pasillo de la manera más silenciosa posible para que ninguno de sus padres notara que se iba. Pero, para su desgracia, ambos estaban en el salón viendo la tele. Se paró unos segundos, los únicos en los que apartaron los ojos de la pantalla y le dedicaron una mirada fría e inexpresiva a su única hija.

Al menos ya no me miran con asco ni decepción, se dijo para sí.

Pasó por el lado del sofá, sin ninguna reacción. Ya en la entradita, cogió las llaves de casa y dirigió la mirada hacía los dos extraños a los que un día pudo llamar familia.

Sabía que no debía intentarlo. Sabía que debía pasar del tema e intentar sanarse antes de que le hicieran más daño, ahora que simplemente no le dirigían la palabra. Pero no podía. No podía evitar tener, en el no tan fondo de su corazón, la esperanza de que la volvieran a mirar, ya no con cariño, sino como una persona normal.

-Voy a dar una vuelta por ahí- anunció. No obtuvo respuesta-. Me llevo las llaves de casa para no hacer ruido al volver.

-Mejor- contestó su padre. En su voz sí seguía teniendo ese tono de aversión.

Tenía la sensación de que iba las lágrimas iban a empezar a salir a borbotones de sus ojos, pero ninguna salió. Ya no tenía más lágrimas que llorar.

-Bueno- dijo colocando la mano en el pomo y abriendo la puerta-, adiós.

-Cuidado con los accidentes- su padre volvió a abrir la boca con peores intenciones-. Ir sin casco en muy peligroso, no vaya a ser que te caigas y te pase algo muy malo, que ninguno queremos eso para nada.

Soltó todo el aire que tenía en el cuerpo y cerró la puerta nada más salir de su casa.

Sollozando levemente, se subió a su medio de libertad. Allí se mantuvo unos minutos sin arrancar, esperando a calmarse un poco. No se permitió que los recuerdos que le traía el vehículo volvieran a atormentarla en aquel momento, no después de la escena que acababa de protagonizar.

Arrancó después de unos minutos, ya más relajada y sin ideas que pudieran hacerle cometer alguna tontería conduciendo. Salió a la carretera para encontrarse con la única que la hacía sentirse viva.

...

Estaba tremendamente feliz de poder estar hasta por la mañana con Aitana, que había dicho a sus padres que dormiría en casa de su prima. Ella al principio se había negado a seguir la mentira, pero no podía resistirse a la mirada de pena de Aitana. También fue impulsada por el hecho de que tenía que seguir haciendo de Celestina entre ellas dos.

Las dos chicas se hallaban paseando por la orilla de una playa a una hora de la ciudad. Estaba completamente vacía, lo que les daba rienda suelta para poder besarse y tomarse de las manos sin ningún temor. La calidez de sus roces contrastaba con la frialdad del agua que les llegaba hasta los tobillos.

Aitana contaba emocionada una historia de cuando todavía vivía en Sant Climent. Nerea, pese a sus esfuerzos, no conseguía concentrarse en lo que decía. Las palabras de su padre seguían rondándole la cabeza.

Entonces, la miró. Contempló su flequillo y el entuasiasmo en sus gestos. Contempló su naricilla y su perfecta sonrisa. Contempló su peto rosa de cuadros que la hacía ver mucho menos niña. Sobre todo, contempló a la chica por la que estaba empezando a sentir algo muy profundo.

Señorita | ifridgeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora