Epílogo

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Aitana se moría de ganas de decirle a Nerea que la echaba de menos.

Había escuchado durante toda su vida el dicho de que si amas a alguien, déjalo ir. Siempre lo había considerado una gran tontería y había dicho que jamás lo haría. Se tuvo que comer sus palabras cuando se despegó de su último abrazo con Nerea. Lo que no te decían nunca es que si dejas ir a alguien que amas una parte de tu corazón se va con él y no regresa jamás.

Era incapaz de asimilar que no estaba. A veces se despertaba en mitad de la noche y estiraba su brazo para abrazar, tan solo rozando la fría sábana. Otras juraba verla de reojo sentada en el cabecero de su cama o se imaginaba que estaría bajo el casco de cualquier motorista que se le cruzase.

Aitana se volcó en sus estudios y en el teatro sin tener otra distracción. Cambió de parque al que ir a pasear porque según caminaba por él revivía todos los recuerdos que había creado junto a Nerea.

Los ratos libres los pasaba preguntándose qué estaría Nerea haciendo en aquel momento. Si estaría trabajando o curándose en terapia. Si seguiría despertándose para ver el amanecer.

Un día sus padres le contaron la verdadera historia de cómo se conocieron. Se quedó con la boca abierta sin creerse ni una palabra. Esa expresión no duró mucho porque rápidamente le preguntaron por Nerea y, con todo el dolor de su corazón, le dijo a sus padres que habían cortado.

Lo más triste no era eso, era que nunca habían llegado a ser algo de verdad como para cortar.

Las lolas, Mimi y Alfred la obligaban a salir con ellos al Icarus, a pesar de que a ella se le atragantaba el sitio después de lo que Nerea le contó. Dejó de pedirse los tequila sunrise porque esa palabra también le recordaba a Nerea.

La primera carta llegó al mes y pico a casa de Mimi. La llamó corriendo y Aitana fue tan pronto como se enteró. En ella solo decía que ya bebía y fumaba menos y que el psicólogo le había dado muy buena impresión.

Alfred cogió el coche y se llevó a Aitana a la dirección del remitente del sobre. Pero la decepción llegó cuando vieron que la dirección era una tienda de ropa. No perdieron la esperanza y preguntaron si trabajaba allí Nerea, mas las chicas de ahí nunca habían visto ni oído hablar de ella.

Decepcionada y llorando a mares no pronunció palabra en todo el camino de vuelta a casa. Subió a su habitación ignorando a sus padres y cerró de un portazo. Aquel mes y medio se le había hecho eterno y no creía que nunca más volvería a su vida. Toda su felicidad estaba construida alrededor de la rubia y ahora sin ella no sabía qué hacer.

Aquella noche lloró hasta no poder más. Finalmente, se consiguió dormir, pero no por mucho tiempo. Se despertó un rato antes de que el cielo empezara a clarear.

Tuvo una idea.

Se colocó frente a la ventana como tantas veces había visto a la rubia hacerlo y repitió varias veces en la cabeza lo que quería hasta que el sol salió completamente por el horizonte.

Quiero poder volver abrazar a Nerea.

A Nerea no le funcionó, pero a lo mejor a ella sí.

A las dos semanas llegó otra carta, sin decir nada importante. Volvió a dirigirse al sitio del remitente, ya que esta vez fue distinto, pero de nuevo sin éxito y volviéndose a despertar al amanecer para desear verla de nuevo.

La tercera y última carta llegó un día antes de su función de fin de curso, deseándole buena suerte. Aun sin esperanzas, Alfred y Aitana fueron al lugar del remitente sin obtener ningún resultado. Aquel amanecer el deseo cambió ligeramente: pidió que Nerea acudiese a la función.

Señorita | ifridgeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora