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Le traía tan buenos recuerdos ese ascensor. Recuerdos que revivirían en cuanto se encontrasen.

Jugeteó con las llaves en el tiempo que tardaba en llegar a la quinta planta. Le tendría que dar gracias ahora a su prima por sacarle las entradas del cine.

Salió de la máquina y se paró frente a la puerta de la rubia. Encajó la llave en la cerradura y abrió la puerta.

—¿Mimi?— preguntó al entrar.

—Ya voy— contestó desde el fondo de la casa.

—¡¿Mimi?!— preguntó un tono más alto porque no la oyó.

—¡Que ya voy, coño!— gritó todavía más fuerte.

Aitana dejó las llaves sobre el recibidor de la izquierda y se adentró por la puerta derecha que daba a la cocina. Pero la mandíbula se le cayó al ver su interior.

Al fondo, había un chico moreno de pelo negro rizado que únicamente llevaba puesto una bandana roja y unos calzoncillos azules con estampado de guitarra. Rebuscaba algo en el estante superior del frigorífico.

Cogió un brick de zumo de manzana y se apoyó en la encimera de la cocina, mirando a la chica que seguía con la misma mueca.

—Wola— saludó agitando el zumo. Le clavó la pajita y empezó a bebérselo como si nada.

Aitana intentó articular palabra pero seguía helada. De repente, Mimi, vestida con el primer camisón y bata que pilló, apareció por la espalda y la apartó. Corrió hacia el chico y lo acorraló contra la encimera. Subió su pierna mientras se besaban cada vez más apasionadamente.

—Ejem— tosió la más pequeña—. Ejem, ejem.

Los dos chicos se separaron para echarle una mirada a la adolescente.

—Vuelve para el dormitorio, anda— pidió Mimi dejándole otro beso al chico.

El pelinegro avanzó hasta Aitana. La mano que había levantado para despedirse se él se quedó a medio camino, pues el chico cogió los mofletes de Aitana y los apretó para sacarle morritos.

Desapareció por el pasillo con tomándose su zumito y rascándose la nuca con toda la calma de mundo. Aitana se asomó y no fue hasta que lo vio meterse en el dormitorio que corrió a agarrar a su prima por los brazos y zarandearla.

—¡Pero bueno, tía! ¿Esto qué es? ¿Por eso estabas tan moñas últimamente?

Mimi, sin dejar de sonreír, se encogió de hombros fingiendo una falsa inocencia. Se sentó en la encimera suspirando.

—Se llama Alfred— explicó mirándo al cielo—. Es músico y ha venido aquí para tener un "intercambio cultural".

—Y tú, por lo que veo, le has enseñado la cultura de la España profunda.

Mimi le pegó un manotazo. Ni siquiera tenía ganas de insultarla. ¿Así era cómo se habían sentido las enanas durante todo este tiempo? Ahora podía enterderlas.

—Oye— chasqueó los dedos frente a sus ojos varias veces—, que yo tengo también una cita.

Rodó los ojos y se bajó de la encimera. Cruzó hasta el recibidor fingiendo ser una bailarina de ballet.

¿Así es cómo nos vemos desde fuera Nerea y yo?

Abrió uno de los cajones y sacó las dos entradas para la película que le había sacado antes. Dio una elegante vuelta antes de entregárselas.

Se despidió de ella con un abrazo escuchando como Alfred la llamaba desde el fondo de la estancia.

—Ay, Aitanita. No le cierres la puerta al amor— fue lo último que le dijo antes de encaminarse hacia el interior del piso.

Señorita | ifridgeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora