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Con suerte, Aitana se recuperó pronto de sus heridas. Lo único que le quedó fue una pequeña cicatriz encima de la ceja izquierda, que tapaba con su característico flequillo.

Los padres de Aitana, que eran el mismo cachito de pan que su hija, dejaron que Nerea se quedase en su casa el tiempo que quisiera y en la habitación de Aitana. Al principio le dio cosa, mas, al recordar que nadie la esperaba en su propia casa, aceptó.

Empezó a ir a recoger a Aitana a clase, que era lo mínimo que podía hacer. Tiraban por un camino un poco más largo con el fin de montarse en moto un poco más de tiempo. Al llegar a casa decían que "había tráfico".

Pasó noviembre y llegaron a diciembre. A lo tonto, llevaban cinco meses con lo que sea que tuvieran.

Aitana se tomó un descanso del trabajo para estudiar para los exámenes, por lo que Mimi, Nerea y su tío empezaron a organizarse para suplir la falta de la morena.

Y aunque el remordimiento afloraba de nuevo en ella cada vez que le apartaba el flequillo y veía la cicatriz, después Aitana lo reducía tomándole de la mano y diciédole "Te quiero".

...

Raro era el lugar de Miami que no tuviera una simple decoración navideña. Faltaban cuatro días para Nochebuena y Nerea no podía estar más emocionada. Llevaba mucho tiempo creyendo que jamás volvería a disfrutar de la Navidad.

Paseaban por un centro comercial que, naturalmente, tenía decorado hasta el último rincón. Muchísimas personas estaban comprando regalos por adelantado, otras mirando y dejando caer a sus acompañantes lo que querían. Y otros, como ellas, simplemente paseando y contagiándose del espíritu navideño.

No estaban hablando apenas porque les bastaba con verse y sonreírse de vez en cuando, aunque Aitana empezó a ocultar su sonrisa mordiéndose la uña del dedo pulgar.

—Qué ganas de Navidad— suspiró sin creerselo.

—Sí.

No miraba la rubia y todo porque no se veía capaz de decírselo. ¿Cómo le iba a decir eso a 4 días de Nochebuena? Pero es que no podía decírselo. No podía hacerle eso.

Había descubierto que no importaba nada más si despertaba con Nerea en sus brazos, que verla medio aturdida recién levantada abrir sus párpados poco a poco era el mejor sentimiento del mundo y que ver su sonrisa de lado nada más salir de clase podía alegrarle hasta el peor de los lunes.

Todo convencimiento de comunicárselo quedaba anulado a cero en cuanto la llamaba y Nerea se giraba con una sonrisa. Y así durante dos semanas en las que sus padres no pararon de insistirle.

—¿Qué te pasa, Aitana?— se paró en seco.

—A mí nada— evitó su mirada sin dejarse de moder las uñas.

—Aitana— le agarró la muñeca y le retiró la mano de la boca.

Aitana intentó zafarse de su agarre en vano. Rindiéndose, suspiró y la miró por fin a los ojos.

—No me gusta que me llames Aitana— confesó con voz de niña pequeña—. Solo lo haces cuando pasa algo serio y yo no quiero eso.

—Ojalá en la vida no pasaran esas cosas, pero lo que no puede ser es que huyamos de ellas.

Aitana resopló levantándose el flequillo.

Señorita | ifridgeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora