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Antonia.

Llegar a santiago no fue tan extraño, porque todo sigue tal cual como lo recuerdo.

Tomamos un taxi, a lo que el Diego entro de mala gana, pero nos fuimos igual.

—Tu pieza está al lado de la mía, y la del Mateo es la que está al frente, mañana compramos las cosas para que decoren las piezas a su gusto—habla sin poder sacar su sonrisa del rostro.

—Gracias, de verdad—tomé su mano.

—Gracias, Diego—sonríe el Mateo emocionado.

Como ya era tarde porque llegamos de noche, voy a acostar al Mateo porque tiene sueño.

—Mami, ¿Nos vamos a quedar a vivir con mi papá?—pregunta el Mateo mientras le pongo el pijama.

—Esperemos que así sea, bebé—el asiente sin decir nada más.

Los acosté, lo arropé, y me pare sin antes darle un beso en la frente y decirle buenas noches, finalmente apagó la luz.

Cerré su puerta y fui a la sala de estar donde esta el Diego sentado en el sofá mirando su computador, pero al ver que aparecí la apaga y hace palmaditas al lado suyo para que me siente.

—¿Se durmió?—pregunta mientras me siento a su lado.

—Sí, ya esta dormido—respondí.

Le sonrió y me tomo de las palmas para que me suba a su regazo, comenzó a acariciar mi cara, después bajó a mi cuello y lo detuve.

—Sabes que me provocas si haces eso—le advertí.

—Eso quiero, cariño—sonrió con malicia.

Acercó sus labios a mi cuello, y lo beso, despacio, mojado, tire mi cabeza hacia atrás para darle más espacio, y el comenzó más rápido.

Tome su pelo y di pequeños tirones, eso a el pareció gustarle porque empezó a respirar más rápido.

—Anto, tengo el cuarto de juegos todavía, listo para que lo uses, te ha estado esperando todo este tiempo ¿Quieres ir a darle vida otra vez?—mientras me lo pregunta, me toca las piernas descaradamente.

Su tacto quema mi piel, necesito saciar este calor en mi cuerpo y que está en mi feminidad.

Asentí lentamente.—Si quiero ir—sonrió.

Me tomo como koala y me llevo a una puerta que esta al final del pasillo, saco una llave roja de su bolsillo, que tiene un llavero con la letra A.

Cuando abre, cierra inmediatamente la puerta con pestillo, y después prende la luz.

Estaba tal cual la recuerdo solo que con estanterías nuevas y con más cosas. Estaba la cama de cuero color blanca al medio, donde a sus extremos tiene ganchos para poner cuerdas o esposas.

Al otro extremo de la pieza está el sofá rojo, al frente de el esta el arnés para colgarme cada con los ganchos.

Me llevo directamente a la cama, saco mi ropa rápidamente, y el se saco la suya.

—Te follare tan duro que no podrás caminar tranquila—justo después de decir eso me penetra de una estocada.

Arquee mi espalda y gemi, el igual gimio y se quedo quieto unos segundos, luego volvió a salir de mi y entro con la misma dureza que hace un segundo.

Hizo esto sucesivamente, pero cada vez más rápido.

—Agh, Anto, me vuelves loco—gime mirándome con deseo.

¡aweoná, yo aun te amo!. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora