Capítulo 5

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"La personalidad es irremplazable"

Adolf Hitler

"24 de febrero de 1920, Múnich.

 Me encuentro en Múnich utilizando mis días de permiso para escuchar a quién llaman el salvador de la patria, Herr Hitler. He hecho el viaje en tren y no se me ha hecho especialmente largo. Aunque de Berlín a Múnich hay unos 600 kilómetros, he pasado la mayor parte del trayecto durmiendo y cuando estaba despierto escribía en éste, mi diario. Al llegar a Múnich y hospedarme en una pensión, dejé las maletas y fui a informarme sobre cuando sería el mitin, pues tan sólo tenía una vaga idea sobre la fecha y todo por rumores. No tardé en enterarme en el primer bar en el que entré, claro que casi me cuesta un disgusto. Aquel lugar estaba lleno de comunistas a los que las ideas de Hitler no les hacían la menor gracia. Faltó poco para que saliera de allí con una cara nueva. Si no llega a ser por unos "camaradas" (así se llamaban entre ellos) nacionalsocialistas, hubiera pasado mi primer día en Múnich en el hospital más cercano rezando para que no fuera una "leprosería" como la de Mauser. Al parecer, Hitler, que no sólo estaba contra ellos y sus corrupciones, les había provocado sobremanera utilizando el rojo como símbolo. El rojo, el color del comunismo, del pueblo. Los "camaradas" me explicaron que Hitler lo eligió porque el rojo representaba la sangre, la sangre del pueblo, a quien él defiende, el pueblo ario. También me confesaron que lo eligió para fastidiar un poco a los marxistas pues les caía como una patada en el estómago que alguien ganase adeptos utilizando sus iconos. Supe por boca de ellos que Hitler no era el presidente del partido pero sin duda era alguien muy influyente en él. El presidente era Anton Drexler después de que Herr Harrer abandonase el puesto por discrepancias, principalmente con Hitler y el camino que quería seguir. Hitler se encargaba de la propaganda y por supuesto también participaba de la oratoria en los mítines. Me informaron de que el mitin sería hoy mismo, a las siete y media de la noche, en la sala "Hofbräuhaus" de la plaza de Múnich y que por supuesto estaba invitado a asistir con ellos, me guardarían un sitio entre sus correligionarios. Acababa de llegar a Múnich y ya me sentía uno más de los nacionalsocialistas. ¿Será verdad que este movimiento liberará al pueblo alemán de su yugo? Desde luego la libertad se nota en cada uno de los camaradas, no me sentía así desde que estaba en las trincheras. Hitler era un soldado y nadie mejor que un soldado para defender la libertad. Mis nuevos amigos, los camaradas Christian y Bastian también habían sido soldados y habían estado en la Gran guerra, quizá por eso congeniamos en seguida, quién sabe.

Ocupé el tiempo restante hasta la hora del mitin en descansar en mi habitación de la pensión. Aunque el viaje hasta aquí no se me había hecho pesado sí que no había sido cómodo. Mis ingresos no me permitían viajar en un tren precisamente lujoso y los asientos no eran el lugar ideal para dormir. Echaba de menos una buena cama.

Dormí como un lirón hasta una hora antes del mitin. Me acicalé y me vestí con el traje de gala de la Reichswehr (como se conocía al ejército hasta que Hitler cambió el nombre por Wehrmacht). Cierto que ya no pertenecía a ella pero no tenía ropa más elegante que aquella ni dinero para substituirla o al menos no podía gastarlo en eso, casi todo lo que ganaba servía para pagar la universidad de mi hijo Heinrich, su porvenir estaba por encima de lujos propios.

Arreglado como un oficial, me dirigí a la plaza de Múnich. Aunque mi sentido de la orientación brillaba por su ausencia no me costó más que un par de indicaciones encontrar la plaza pues era de los lugares más céntricos y conocidos de Múnich. Al llegar a la gran plaza, enorme y majestuosa, pregunté por la "Hofbräuhaus", lugar dónde tendría lugar aquella reunión y las respuestas de la gente siempre iban acompañadas de risas que yo no entendía pero aun así me señalaron el lugar. Aún faltaba media hora para que comenzase.

El diario de KresthauserDonde viven las historias. Descúbrelo ahora