"Sé tú mismo lo que al mundo muestres"
Adolf Hitler
"Me encuentro en el tren de vuelta a Berlín y he aprovechado este momento para terminar de escribir los acontecimientos de la última asamblea en la que había tomado parte, la del sabotaje. A pesar de que empecé a escribirlo ayer en la pensión pues era cuando más fresco estaba en mi memoria, el cansancio, las heridas y el sueño me vencieron la batalla. De todas formas es difícil olvidar cada detalle acontecido, cada sensación, cada sentimiento. El trayecto a Berlín será largo así que estas páginas en blanco y yo compartiremos el viaje como fieles compañeros de fatigas inseparables.
Mi mente ha vuelto a aquel vestíbulo de la cervecería bávara Hofbräuhaus. Herr Hitler nos acababa de arengar para que estuviéramos preparados para la acción, en caso de tener que actuar. La sala estaba llena de nuestros enemigos, malditos marxistas comunistas y seguramente judíos traicioneros. Seguidamente al arengo, Herr Hitler, con paso decidido, se internó en la sala y con gran esfuerzo llegó hasta el lugar reservado al conferenciante. Sus S.A., o sea nosotros, le seguimos y nos colocamos como pudimos en las inmediaciones de nuestro líder. La calma que desprendía, de alguna forma, nos era transmitida a nosotros. No sentía miedo, no sentía nervios, sólo serenidad, sólo calma. Era consciente de todo a mi alrededor, todos mis sentidos estaban a flor de piel. Hubiera sido capaz de escuchar y seguir el vuelo de una simple mosca que se hubiera aventurado a adentrarse en aquella olla a presión que estaba a pocos silbidos de explotar cuan guerra.
Herr Hitler comenzó, a pesar del hostil público, su sublime conferencia. No titubeó, no tartamudeó, ni siquiera mostró ni un sólo signo de preocupación por verse ante el enemigo. Lanzó su discurso como si estuviera ante los suyos. Nuestros enemigos y a la par los de ésta, nuestra gran nación, no pararon de interrumpirle, de abuchearle, de insultarle pero él, pacientemente, esperaba a que acabase el griterío y continuaba como si nada hubiera sucedido. Parecía que los tenía controlados. Empezaba a ver claro que los cerdos sionistas jamás tendrían ni nuestro valor ni nuestra determinación. Tan sólo sabían ladrar sin morder, eran unos cobardes que nunca actuaban. Eso es lo que habían hecho en el gobierno durante años, hablar, hablar, prometer y prometer pero nunca actuar. Por eso amábamos a Hitler, porque era un hombre de acción. Hablaba pero siempre seguido de la acción. Es lo que necesita un país, que sus dirigentes actúen y no hablen tanto. La situación estaba bastante controlada, era muy posible que en poco tiempo los enemigos fueran abandonando la sala, eso sí, gritando a pleno pulmón pero sin haber movido ni un sólo dedo y acobardados como una mujer llorosa.
Minutos después no sé qué ocurrió. Como había dicho, todo parecía controlado, pero cuando Hitler decidió responder a una de las más de mil provocaciones que lanzaban los enemigos, estalló la guerra. Hitler había respondido con serenidad pero hasta él mismo se dio cuenta de su error al haber propiciado la excusa para atacar. Al grito de "libertad" los "campeones de la libertad" se lanzaron en tropel hacía Herr Hitler mientras lanzaban vasos como balas y sillas como cañonazos.
Nuestra reacción fue inmediata, no lo pensamos ni un segundo. Caímos como lobos encima de ellos para proteger a nuestro líder, que se mantuvo en su posición como un buen soldado, sin tratar de huir ni refugiarse. Aquellos cerdos no pudieron contra nosotros, contra nuestro espíritu luchador. Les hicimos retroceder. Luchamos como nunca y a pesar de recibir golpes o heridas, algunas de ellas graves, no desfallecimos. Mientras pudiéramos ponernos en pie seguíamos con nuestra feroz batalla por defender a nuestro Führer, a nuestras ideas. Al fin y al cabo, ellos habían invadido nuestra sala para boicotear nuestra asamblea. Nosotros no habíamos ido a boicotear la suya. ¿Esa era su libertad? ¿Sólo podían expresarse aquellos que pensasen como ellos? ¡Jamás! No permitiríamos que nos violasen en nuestra propia casa. Bastian y Christian luchaban a mi diestra y siniestra con tesón. La sangre, como en mí, manaba de ellos cuan fuente de agua, pero no importaba. El brotar de la sangre era glorioso para un soldado de la patria, sangrar por tu país. Al mirar a mí alrededor vi al resto de mis compañeros luchar con tanta garra como yo. A la cabeza de todos nosotros estaba Maurice, el más bravo de las S.A. y muy querido por Hitler. Incluso su secretario personal, Hess, se había unido a la batalla y eso que no pertenecía a las S.A.
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El diario de Kresthauser
Historical FictionLa anunciada visita del Führer al hospital BerlinHauser, el más prestigioso del viejo Berlín, ha puesto patas arriba a todo el personal. Los nervios afloran en cada uno de ellos pues todo deberá estar perfecto para el gran acontecimiento. El directo...