Capítulo 11

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"Agrupados, se sentirían siempre protegidos hasta cierto punto, aunque, prácticamente, mil razones demostrasen lo contrario"

Adolf Hitler

"Múnich, 4 de noviembre de 1921

Hoy por fin vuelvo a Múnich después de casi 10 meses. En todo este tiempo no he parado de trabajar en la "leprosería" como un esclavo. Mauser no me ha dado ni un minuto de descanso y su humor hacia mí cada día empeora más y más. Creo que sabe que soy nacionalsocialista y eso le crea un profundo odio hacia mi persona. Está más que claro que tiene asuntos con los judíos. Cada vez veo más claro que la "leprosería" no es más que una tapadera, pero ¿de qué?, eso ya no lo sé. Debido a mi exceso de trabajo y, por qué no decirlo, a la falta de algo interesante que contar,  también he dejado olvidado, hasta hoy, mi diario personal.

Me ha costado sangre y sudor conseguir un permiso para volver a Múnich pero por fin me encuentro junto a mis camaradas Bastian y Christian. Nos hemos encontrado en la Hofbräuhaus, lugar por excelencia de los nacionalsocialistas. Después de los pertinentes abrazos hemos celebrado el reencuentro con unas buenas rondas de cerveza fría bávara, la mejor del mundo. Las risas no han tardado en acompañar la velada matinal. Me sentía en casa de nuevo, después de diez meses en el infierno tenía por fin unos días de libertad y sosiego, unos días en compañía de mis camaradas, unos días para poder participar del futuro de la nación.

Bastian y Christian me pusieron al día, más si cabe, pues me tenían informado por carta de las últimas novedades. Al parecer, había llegado en el día justo para disfrutar de una nueva asamblea, esta vez en la propia Hofbräuhaus, lugar donde nació el partido y por supuesto estaba invitado a asistir en primera línea de fuego. Durante todos estos meses de ausencia los afiliados al partido habían crecido de forma exponencial así como sus enemigos. El peso del partido empezaba a crecer y los comunistas cada vez estaban más nerviosos por ello. Había habido ya varios intentos de sabotaje en multitud de reuniones pero, la bien estructurada columna del partido, los había sorteado con gran eficacia. Mis camaradas me contaron que la sede del partido ya no se encontraba en la Sterneckergasse sino en otra calle de la cual no recordaban el nombre. El traslado se estaba produciendo precisamente hoy. Pasamos el resto del día deambulando por Múnich haciendo propaganda de la asamblea nocturna que se celebraría aquel día.

Llegó la hora esperada del día y me quedé fascinado al ver el bullicio de gente que allí se había arremolinado. No cabía una aguja. Serían alrededor de las 07:30. Mis compañeros camaradas y yo intentamos entrar en la sala pero nos fue imposible. Al parecer, según nos contó el dueño, estaba lleno desde bien temprano y aquello apestaba a comunista y judío por doquier. Todo parecía indicar que se trataba de un sabotaje. Nuestras sospechas no tardaron en esclarecerse. Un grupo de las S.A., que no eran otra cosa que el servicio de orden de los mítines que había pasado a paramilitarizarse hacía relativamente poco y al que ya pertenecían Bastian y Christian, nos confirmó que era un sabotaje. Al parecer se intentó avisar a Herr Hitler de tal vileza pero los teléfonos del partido no funcionaban y era normal. El enemigo había elegido el día de traslado de la oficina central y en la nueva aún no había instalación de teléfono, eso dejaba parcialmente incomunicado al partido. ¿Lo sabía el enemigo o fue una mera casualidad? Nunca lo sabremos, pero lo que sí sabemos es que están aquí, ocupando la sala, siendo mayoría y no han venido precisamente a hacer amigos.

La situación se tensó a las 07:45 con la llegada de Herr Hitler. Éste no llegó solo, la policía lo precedió para clausurar la entrada. La jugada les había salido bien a nuestros enemigos. Al llenar la sala más de su capacidad aconsejada la policía no podía permitir  dejar entrar a nadie más. Por suerte, nosotros ya nos encontrábamos en el vestíbulo y la prohibición de acceder a la sala no nos afectó. Tan sólo hicieron una excepción, dejaron pasar a Herr Hitler. La cara de sorpresa de nuestro mandatario de partido no nos dejó indiferente. Después de eso sonrió y nos ordenó formar.

Allí había 45 componentes de las S.A. y yo fui el número 46 ya que no sé bien por qué acabé formando como uno más y a nadie pareció extrañarle, al fin y al cabo, la mayoría me conocían. No voy a mentir diciendo que no me gustó la idea de formar como un soldado porque mentiría, ni tampoco voy a ocultar que me moría de ganas de volver a sentir el peligro en mi piel, pero lo que más me emocionaba era el cumplimiento del deber. Herr Hitler nos dirigió unas palabras que no olvidaría nunca más. Se cuadró ante nosotros y nos dijo que seguramente aquella noche, por primera vez, tendríamos que probar, a sangre y a fuego, nuestra fidelidad al movimiento y que nadie debería salir del local salvo que lo sacasen muerto. Dijo que él personalmente se quedaría en la sala, en su puesto de orador y que jamás podría imaginar que ni uno sólo de nosotros fuese capaz de abandonarlo. Que si alguien se comportaba como un cobarde, él mismo le arrancaría, delante de todos, el brazalete y la insignia del partido, pues no era digno de portarla. Nos instó a reaccionar inmediatamente contra la menor tentativa de sabotaje (más allá de que la sala estaba repleta de enemigos) sin olvidar ni por un sólo momento que la mejor forma de defensa, es, y siempre será, el ataque. No pudimos sino responder con tres "Heil" (Salud, dicha y fortuna) a voces, que salieron del fondo de nuestro espíritu. Ya estábamos arengados para la batalla, preparados para matar o morir por el partido, por el movimiento, por el ideal. En ese momento poco importaba lo que pasará más tarde pues agrupados, nos sentiríamos siempre protegidos hasta cierto punto, aunque, prácticamente, mil razones demostrasen lo contrario."

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