Capítulo 21

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"Cuando se haya eliminado el peligro comunista, volverá el orden normal de las cosas"

Adolf Hitler

"24 de mayo de 1933

Me encuentro en mi despacho, tumbado en un sofá cama del nuevo hospital BerlinMauser, lo que antes era la antigua leprosería. Ahora vivía aquí, de día trabajaba y de noche dormía. Esto dejó de ser una leprosería para convertirse en algo parecido a un hospital. A pesar de que las reformas no estaban del todo acabadas se podía casi decir que el lugar estaba casi irreconocible. Teníamos más fondos que nunca, lo que permitía que las obras avanzaran a pasos agigantados. Además, teníamos una lista de espera de gente interesada en trabajar aquí una vez estuvieran las obras finalizadas. Lo que antiguamente era un lugar de muerte y desolación podía convertirse en un lugar de prestigio. Sin duda, la gran victoria en las elecciones de nuestro Führer, ahora de todos los alemanes al proclamarse canciller, ayudaría mucho a conseguirlo. Nos esperaban días gloriosos. De hecho, la ley habilitante por la cual Hitler tomaba el control total del país no era sino un preludio de las grandezas que nos esperaban. Este hospital era sólo el principio. Pero no escribo en mi diario por eso. Al final va a ser verdad que sólo lo hago cuando algo malo me ha ocurrido pues llevaba casi dos años sin tocar estas páginas.

La vida aquí me ha sido propicia, al principio Mauser no me lo ponía fácil pero con el tiempo y al tener que tratarnos de igual a igual, ya que éramos socios, empezamos a apreciarnos. Podía decir sin miedo a equivocarme que entablamos una buena amistad. Le conocí más a fondo, nos sinceramos y comenzamos a trabajar en equipo, como buenos amigos. Me contaba sus problemas financieros y de cómo esta asociación le había solucionado los problemas. Yo por mi parte le contaba mis vivencias en la Gran Guerra y de cómo me cambió la vida pasar por aquello. En una de nuestras muchas charlas entre ronda y ronda, me confesó lo que temía, que había estado trabajando para el gobierno. La "leprosería" no era más que una tapadera para desviar fondos. Oficialmente todo iba a parar a la "leprosería" pero luego ese dinero se devolvía bajo mano para otros asuntos, generalmente para beneficio de unos cuantos. Él se llevaba un pequeño porcentaje, suficiente como para vivir holgadamente. Pero tras la crisis del 29 aquello acabó. Con mi inversión no sólo dejó de lado los asuntos turbios con el gobierno marxista y judío sino que se ilusionó con convertir esto en un hospital de verdad en lugar de un remanso de muerte. Quería ganar dinero de forma honrada y hacer algo útil para los demás.

Aquello me hizo preguntarme por qué invertíamos aquí si estaba claro que no había corrupción. Quise ir al ver al Führer para comunicarle mis hallazgos pero lo desestimé. Gracias a la supuesta corrupción de Mauser el hospital estaba creciendo como nunca y mi amigo era feliz de poder ejercer finalmente como médico, aunque todo hay que decirlo, no era muy ducho en la materia. Fueran cuales fueran los motivos del Führer, estaban haciendo un bien, así que yo no era nadie para cuestionar su criterio. Tampoco se me pidió ningún tipo de informe, tan sólo que supervisara las obras y dirigiera el hospital.

Supe también que Mauser no era judío pero no sentía odio por ellos. Yo tampoco lo sentía pero no me fiaba de ellos, creía y creo que eran ratas traicioneras y que te podías fiar de muy pocos. Le comenté que no debía fiarse, de hecho le dejaron tirado cuando les convino y casi muere de hambre junto con su familia si el Führer no hubiera rescatado el hospital. Aun así no conseguí que me diera la razón, él no creía en el Führer. Pensé que aquello me alteraría, que no podría ser amigo de un no nacionalsocialista pero después de pasar casi todos los días juntos, aquello no tenía la menor importancia. Aprendimos a entendernos y respetarnos. Tanto es así que en la última Navidad, sabedor de que las pasaría en el despacho del hospital completamente solo, me invitó a su hogar. Allí conocí a su maravillosa esposa, Adalia, una delicada mujer de piel rosada y pelo dorado. Sus ojos eran azules como el mar. Mauser estaba casado con la aria perfecta, él que era de tez morena, ojos y pelo oscuros tenía para sí a la perfección alemana. Aquello, obviamente no se lo dije, lo guardé para mí. También tenía una preciosa hija pequeña, no recuerdo de cuantos años exactamente. Se llamaba Bluma, era una pequeña aria igual que su madre. Ojos azules intensos como el cielo, pelo dorado con tirabuzones y una sonrisa encantadora. Me recordaba a mi hijo de pequeño. En aquella maravillosa cena había alguien más. Mauser tenía un hijo mayor, al parecer estudiaba medicina como el mío. No tardé en descubrir que estudiaba en la Friedrich-Wilhelm como mi hijo Heinrich. Se llamaba Michäel, era físicamente muy parecido a su padre aunque tenía los ojos azules de su madre. Me sorprendió saber que le quedaba un año para licenciarse y tan sólo tenía 22 añitos. Su padre presumía, y con razón, de las matriculas de honor que traía a casa. Desde luego, todo el talento para la medicina parecía habérselo quedado su hijo, porque Mauser tenía el justo y necesario, ni siquiera estaba seguro si había ido a la universidad, claro que tampoco me atrevía a preguntárselo por miedo a ofenderle.

Por mi cabeza pasó preguntar a Michäel si conocía a mi hijo Heinrich pero me contuve por alguna razón que no consigo explicar. Mi hijo era una etapa cerrada de mi vida, no debía volver a meterlo en ella aunque reconozco que me acordaba de él a diario. Recordé que mi hijo se licenció en 1930 y el hijo de Mauser aun no era licenciado, así que era poco probable que se conocieran. La verdad es que aun a día de hoy me pregunto dónde debería de estar trabajando mi querido hijo. Estoy seguro que será un gran médico. Imaginaba muchas veces, en la soledad de mi despacho, que venía a pedir trabajo al futuro y prestigioso BerlinMauser y no me desagradaba la idea de trabajar codo con codo con mi hijo. Mauser me había dicho más de una vez que si conseguíamos dar prestigio a este lugar le encantaría que su hijo trabajase aquí con él, era su sueño. Mauser me reconoció entonces que su hijo era mucho mejor médico que él y que, paradójicamente, aprendería él de su hijo en lugar de que su hijo aprendiera de él.

En fin, aquella velada fue maravillosa pero no estoy escribiendo en mi diario por eso sino porque he recibido malas noticias en forma de órdenes escritas. Nuestro Führer me ha pedido que compre la propiedad del BerlinMauser en su totalidad y que ésta esté a mi nombre. Me ha proporcionado el dinero necesario para ello. Eso implica dejar a Mauser sin su parte del negocio. Aunque se le daría una suma en compensación sé que él ya no quiere sólo el dinero. Este lugar se ha convertido en parte de su vida, jamás aceptará desprenderse de ello, y yo no puedo pedírselo. Pero nuestro Führer me lo ordenaba con una carta dirigida personalmente a mí. Me indicaba que podía contratar a Mauser si lo deseaba pero que era de vital importancia poseer la propiedad en su totalidad. Me dieron 3 días para convencerlo si no actuarían ellos. No tengo más remedio. A pesar de que por primera vez cuestionaba una orden de nuestro Führer sabía que algún motivo mayor le llevaría a tomar tal decisión. Quizá nuestro Führer tuviera razón y como decía al final de su carta, "cuando se haya eliminado el peligro comunista, volverá el orden normal de las cosas".

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