Capítulo 24

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"Si así es la muerte que me lleve"

Adolf Hitler

"11 de septiembre de 1934

Hacía poco más de un mes que había muerto el presidente Paul von Hindenburg. No se asignó un nuevo presidente si no que todas sus competencias fueron atribuidas a nuestro Führer, evitando así un gasto innecesario, pues la figura del presidente y la del canciller podían ser representadas por una misma persona. ¿Y quién mejor que nuestro Führer para ello? También hacía poco tiempo que había sido aprobada la "ley para la restauración del servicio profesional civil", por la cual ningún judío podía ostentar un cargo público. Una medida inteligente teniendo en cuenta que las ratas judías dominaban el país. Pero no estaba escribiendo aquí por estas buenas noticas. Mi lápiz sólo sabía escribir en estados de bajón anímico he ahí el problema.

Me encontraba hacía apenas unos minutos frente al sobre con los últimos análisis de Emily. No me he atrevido a abrirlo y en lugar de eso he cogido mi diario. Quizá es que no era tan valiente como creía. Emily... Emily... mi dulce Emily... mi Emily... No puedo sacarla de mi cabeza, está presente en todo lo que hago. Mirando por la ventana he recordado la última noche que pasamos juntos. Hicimos el amor. No era la primera vez que lo hacíamos pero sí que fue igual de especial. La primera vez fue hace meses. Emily había sufrido una increíble mejoría, fruto de su esfuerzo por recuperarse, de su espíritu de lucha, ese espíritu tan alemán. Consiguió ponerse en pie ella sola y anduvo 10 metros sin ayuda alguna. Me sentí enormemente orgulloso de ella. De hecho, ya ni recordaba que era judía, para mí no lo era, era mi amor, mi estrella, mi luna, mi Sol, mi vida, mi todo y por ella estaba dispuesto a dar hasta el último segundo de mi tiempo, hasta la última gota de sangre de mi corazón, hasta el último rayo de luz de mi alma. Ese día hicimos el amor y ella me susurró que me amaba, que cada paso que había dado me lo debía a mí, eran pasos de amor.

Emily... Emily...mi dulce Emily... mi Emily...

Hacía dos semanas que el laboratorio estaba acabado y una desde su inauguración, la cual no se hizo pública como demandó el propio Führer. Me comunicaron por carta que en unos días llegarían los científicos enviados por el Reich escoltados por las SS, como no. La entrada al laboratorio estaría restringida y únicamente los científicos y yo tendríamos acceso.

Y llegó el día, día que yo no esperaba, pues estando al lado de Emily lo demás carecía de interés. En el pasado esto hubiera resultado todo un acontecimiento para mí, pero ahora no era más que un trámite a pasar para poder volver a ocuparme de la rehabilitación de Emily, mi principal preocupación. Llegaron ayer por la mañana. Les enseñé el hospital y reservé el maravilloso laboratorio para el final. Quedaron atónitos con la tecnología de la que iban a disponer. Se había hecho un buen trabajo, el Führer estaría orgulloso. Les informé que la planta entera en donde estaba la entrada al laboratorio era de terminales y de pacientes "especiales", en otras palabras, judíos. Podían usarlos siempre y cuando se quedasen sin terminales, aquella era una condición sine qua non.

No me entretuve más con ellos, tenía cosas que hacer y, además, ya nada me quedaba por hacer allí. Estaba ansioso por ver a Emily, aún no la había visto en todo el día. Iba camino de mi despacho cuando una urgencia requirió mi atención. Un niño con un hierro clavado cerca del corazón, al parecer por una caída desde un balcón a un camión lleno de ellos. La operación no podía esperar y mi deber como médico y cirujano más cercano era atenderlo, aunque lo que más deseara fuera estar con Emily. La operación se prolongó durante horas. Sacar el hierro fue relativamente fácil pero reparar los daños causados no tanto.

Aquel crio consiguió sobrevivir, hicimos un buen trabajo, salvamos a un niño ario, el futuro de Alemania. Aquel niño había superado una dura prueba que le haría más fuerte en el futuro. Era cosa de la selección natural si no aquel crío hubiera perecido en la mesa de operaciones. Las posibilidades de sobrevivir eran pocas pero estaba vivo, un judío hubiera muerto sin remedio. Sólo un ario con la capacidad innata para aguantar hasta el final podía sobrevivir a semejante prueba. Sin embargo, por salvar una vida fallé a quien más quería. Como médico cumplí con mi deber, como amante, fracasé estrepitosamente. En quirófano las horas pasaban de otro modo, cuando salí de él era de noche a pesar de que había entrado a media mañana. Estaba exhausto, iría a ver a Emily y pasaría el resto de la noche acostado junto a ella. No había mayor premio para mí.

Emily... Emily...mi dulce Emily...mi Emily...

No estaba en su cama. Últimamente daba paseos con su silla de ruedas y cuando se atrevía, con su andador. Solía salir al jardín en verano o subía a mi despacho en invierno, desde donde podía ver casi todo Berlín nevado. Al recordar eso, subí a mi despacho pero allí tampoco estaba. Más de una noche la pasamos en el sofá cama donde he pasado infinidad de noches solo escribiendo en este maldito diario. Mi despacho era mi hogar y... ¿en qué lugar iba a estar Emily mejor que en mi hogar? Mirando por la ventana recordé que de vez en cuando visitaba a su amiga Jenell, lo más probable es que estuviera allí. Pero Emily no estaba, ni tampoco Jenell. Por más que la buscaba no la encontraba y ya no la volvería a encontrar.

Emily... Emily... mi dulce Emily... mi Emily...

Me contaron que bajó a visitar a Jenell, su amiga judía. Jenell no estaba. Emily la buscó por toda la planta pero no la encontró por ningún lado. La orden expresa de no utilizar judíos para experimentos mientras hubiera terminales disponibles fue violada sin ningún pudor aquel día pues Jenell se encontraba en el laboratorio, lugar que Emily ni siquiera sabía que existía. Emily no debía estar ahí, Emily no debía haber bajado a esa planta, no ese día, no sin mí, pero Emily no sabía nada. Clamé al cielo, exigí responsabilidades, pero Emily ya no volvería. Un oficial de las SS la tomó por una alemana terminal y la arrastró junto a su silla hasta el laboratorio. De nada valieron las súplicas, de nada valieron las advertencias de que me conocía, de nada valió pedir clemencia. Los científicos probaron en Emily una variante de un suero que se suponía haría a los soldados alemanes más fuertes. Con Jenell no funcionó, murió en el acto. Emily no tuvo tanta suerte, el compuesto ligeramente diferente del de su amiga le produjo un primer síntoma de bienestar. Emily se levantó incluso de la silla y caminó sin tambalearse varios metros. Después cayó al suelo redonda y comenzaron las convulsiones. Me dijeron que aquello no la mató pero le indujo un coma profundo y la convirtió en objeto de estudio. No quise que me contaran con detalle lo que pasó después pero, según he escuchado, la diseccionaron viva, poco a poco, órgano a órgano. El objetivo era saber que partes del cuerpo era vítales y cuanto tiempo se podía mantener a un cuerpo con vida sin ellas. También se estudiaba el efecto del suero para potenciar la resistencia frente a la muerte.

Emily... Emily... mi dulce Emily... mi Emily...

Finalmente he abierto el sobre de sus análisis. Eran fantásticos. Estaba mejor que nunca y estaba...embarazada. Iba a ser padre, otra vez, y ahora no seré nada, nunca más volveré a ser nada. Esto ha sido culpa mía, yo construí ese laboratorio, yo traje a esos científicos. Yo debía cuidar de ti y de nuestro hijo. Yo he matado a Emily... mi dulce Emily...mi Emily. Ya nada tengo aquí, éstas son mis últimas palabras antes de reunirme con ella, antes de hacer pagar al culpable. Sin Emily estoy muerto, tengo miedo a vivir no lo tengo morir, si así es la muerte que me lleve."

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