Breakfast

4.1K 495 157
                                    

Bruno tocó el timbre del apartamento de Joaquín y Emilio. Estaba ansioso por ver al pequeño otra vez, era tan adorable. Se había convertido en un gran amigo después de tantas semanas de compartir clases, y por supuesto que también después de tantas extensas conversaciones por teléfono. Jamás había congeniado tan bien con alguien y justamente le ocurrió por primera vez con Joaquín. Era un niño maravilloso y estaba muy seguro que se convertiría en uno de sus mejores amigos a partir del instante en que cruzaron palabras.

Alguien dentro del lugar hizo sonar unas llaves y supo que seguramente ya le abrirían. Luego de unos cuantos segundos más Emilio se hizo presente con un rostro adormilado y cabello revuelto mientras se restregaba uno de sus ojos. Estaba recién levantado y no se encontraba de buen humor como para encontrarse aquel rostro esperando se atendido en la puerra de su apartamento.

— ¡Hola! — saludó el ojiverde efusivo espantándolo un poco.

— ¿Bruno? — preguntó confundido.

¿Qué hacía él a esas horas de la mañana en su apartamento?

— Ç'est moi. — contestó con su bonito acento francés.

Emilio rodó los ojos ya que no entendía nada, y a decir verdad, le molestaba muchísimo aquel chico.

Le molestaba en extremo.

No lo quería volver a ver.

— Si buscas a Joaquín déjame decir que no es-

— ¡Bruno! — gritó el pequeño cuando vió a su amigo. Se lanzó a sus brazos pasando por encima al rizado y este lo tomó como si de un bebé se tratase.

— ¿Qué ibas a decirme, Emilio? — cuestionó con el ceño fruncido entre pícaro y divertido.

Sabía perfectamente que no le caía para nada bien al rizado.

Nunca entendería el por qué.

O tal vez sí lo haría.

No estaba muy seguro de eso.

— Ya veo para quién tanto esfuerzo en el desayuno. — elevó la cejas sarcástico y se adentró al lugar para tirarse nuevamente a su cómoda cama.

No quería ver a nadie después de todo lo que descubrió.

Se sentía engañado.

Joaquín no sabía por qué tanto desprecio hacia Bruno, pero no le incumbía mucho ya que Emilio siempre había sido algo celoso si alguien se acercaba con intenciones de quitarle la amistad del menor.

— ¿Me hiciste el desayuno, chéri? — bajó al pequeño de sus brazos y ambos caminaron hasta la cocina para poder degustar de las exquisitas cosas que Joaquín preparó.

— Yes, I did. — respondió con una risita. Lo suyo no era mucho el francés, pero vaya que el inglés sí podía hablarlo. Le gustaba mucho más y sentía que era bueno en ello.

Bruno carcajeó y depositó un corto beso en la frente del contrario.

El menor rió bajito y se volteó con intenciones de sentarse en la mesa para servirse el desayuno. Bruno lo imitó y le agradeció en un susurro el lindo detalle que había tenido con él.

Joaquín se sentía muy orgulloso de haber preparado todo lo que iban a servirse en tan poco tiempo.

— ¡Emi! — llamó Joaquín. De ninguna manera empezarían a desayunar sin él. — ¡Ven a desayunar con nosotros, anda! — agregó después de vertir una cucharilla de azúcar a su café.

Emilio bufó desde su habitación y se levantó con la flojera apoderándose de todo su cuerpo. Se quitó su pijama y se quedó usando unos pantalones jeans sin nada que cubriera la parte de su torso. Claro, estaba en su casa y podía usar lo que él quisiera. De todas formas estaba medio listo para irse a la universidad después de tomar desayuno.

Caminó hasta la cocina y Bruno rió bajito al verlo ingresar semidesnudo. Joaquín lo observó e inmediatamente sus mejillas se colorearon.

Era un completo tonto.

Tonto e inoportuno.

¿Cómo se le ocurría salir así?

— ¿Puedes ponerte algo arriba, por favor? — pidió algo molesto evitando observarlo.

— No. — graznó en el mismo tono.

— Tenemos visitas. — dijo con el ceño fruncido señalando a Bruno discretamente con la mirada.

— No es la mía. — susurró y se apoyó en el espaldar de la silla con los brazos cruzados.

Bruno pensó que tenía unos muy buenos brazos.

— Pero es la mía. — cerró sus ojos y respiró profundo. — Por favor. — pidió una vez más.

— Dije que no. — respondió serio.

Estaba harto de su amiguito y de cómo intentaba protegerlo de todo lo que a él le competía.

¿Por qué siempre que Bruno estaba cerca él quería lucir bien?, ¿por qué todo el tiempo prefería salir con él que con su mejor amigo?, ¿por qué siempre el afán de agradarle al franchute?

Lo detestaba.

— No te preocupes, mon amour. — dijo el ojiverde intentando calmarlos. — No me molesta si es lo que piensas. — negó con una sonrisa relajada.

Emilio rodó los ojos. ¿Mon qué?, ¿qué demonios le ocurría?, ¿no podía hablar en español como todos en la mesa? ¡Qué estupidez!

— Lo lamento. — susurró apenado.

Emilio rió sarcástico y aplastó una tostada en su platillo para untarle mermelada de mango. Cada pedazo que se llevaba a la boca era devorado casi de inmediato. En ningún momento dejó su ceño fruncido y se notaba demasiado la rabia que tenía.

Joaquín solo rodó los ojos y decidió que no le prestaría atención a uno más de sus berrinches. Estaban ahí para compartir unos momentos antes de la universidad con un importante amigo.

No ahora.

No frente a Bruno.

— Este croissant está demasiado delicioso, cariño. — declaró Bruno. — Gracias por añadirle la nutella. Mi favorita. — sonrió y continuó degustando de aquella maravilla.

— El mejor croissant para mi Francés favorito. — añadió cómplice.

Sabía lo que provocaría, y por su puesto que Bruno también estaba enterado.

Emilio se atragantó con la tostada y dejó a un lado su vaso casi lleno de jugo de naranja. Observó al ojiverde de reojo y se marchó del lugar lo más rápido que pudo. No dijo absolutamente nada. Solo se fue como el gran grosero que era.

Joaquín negó y se cruzó de brazos.

— Te lo dije. — declaró. — Es un egoísta. — confesó herido.

Estaba muy bien enterado que a Emilio no le importaba nadie más que él en el universo.

Era un tonto.

Verdaderamente tonto.

No podía creer cómo algo como aquella amistad podía ponerlo de mal humor.

Joaquín solo intentaba hacer amigos, explorar nuevas cosas, conocer otros puntos de vista y a Emilio lo único que le interesaba era estar en paz. Ni siquiera se ponía feliz por él, ni siquiera respetaba que esta también era su casa y podía invitar a los amigos que quisiera.

Era increíble.

No lo podía creer en verdad.

— Yo no lo creo. — negó el ojiverde con una sonrisa ladina sin dejar de recordar cada movimiento que el rizado hizo cuando se hizo presente a la hora del desayuno.

Those straight people with cliché vibes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora